Algunos guardan en el último bocado del plato, el último sabor que quieren saborear de lo que están disfrutando y quieren que sea esa la sensación que les quede en la boca. Por esto es común ver, que en el plato de una persona, un poco de algo que se ve especial y sin querer brilla sobre el mismo.
No importa lo que se esté comiendo, que puede ir desde unas papas con hamburguesa hasta el más fino plato de un restaurante elegante, nuestra mente y nuestro paladar se unen en un pequeño trato, de dejar un sabor final – el preferido – para saborear lentamente al final.
Quizá por esto nacieron los postres, porque nos dejan una dulce sensación después de cumplir la rutina de la comida, como diciéndonos que podemos llevar la sensación de un dulce sabor el resto de día…
Y en el momento más inesperado, la persona con la que estamos compartiendo la comida, toma ese bocado de nuestro plato, y sentimos una ira descomunal, porque nos acaban de robar ese tesoro que habíamos guardado, esa sensación esperada, ese momento definido.
No solo es un robo, es una ultranza. Nos han robado el futuro de nuestro día, la sonrisa que queríamos desatar, el sabor que añorábamos. Por eso es que ese pequeño bocado, no lo dejamos tan solo en el plato ni tan obvio para los demás, porque ya sabemos que alguien no lo puede quitar, y desvanecer de nuestra sonrisa, el tinte de la ansiedad.
Mas, a veces, lo hemos tomado suavemente, y se lo hemos dado a esa persona que nos acompaña, porque queremos que ella sienta esas sensaciones que creemos vamos a vivir, y con ese sencillo gesto, le recordamos lo especial que es para nosotros, y quizá logramos pintarle un sonrisa en su rostro, que tenga algo de tinta de nosotros mismos.
Por eso, ese último bocado, esa última porción, es más importante que el plato entero, porque tiene el sabor de una sonrisa con tinta de felicidad.