Es una confusión común. La gente piensa que cuando regalamos algo, le estamos dando una cosa, cuando en realidad le estamos dando un pedazo de nuestro tiempo, de nuestro pasado, de nuestra historia.
Es mucho más que el tiempo que trabajamos para obtener el dinero que se necesitó para comprarlo. Es el tiempo que gastamos en pensar que le gustaría, cómo le gustaría, y obviamente, el tiempo que nos demoramos haciéndolo o comprándolo. Incluso, muchas veces, debemos contar el tiempo que lo escondimos, y logramos quedarnos callados, teniendo cautiva la emoción de entregarlo.
Al final en la vida todo es tiempo. Tiempo que pasa y que debemos convertir en momentos y memorias, para atesorarlo y no sumarlo a tantos minutos perdidos en la vida, haciendo filas, durmiendo mal, pensando en problemas.
Un regalo es un acervo de tiempo del otro para ti, que debes conservar con cuidado, porque el tiempo ya no se puede perder de allí, pero el objeto se puede perder fácilmente.
Un regalo no es simplemente el darle a alguien algo, es darle algo que sea relevante, que le llene de alegría, que demuestre que lo escuchamos, que le recuerde que no es un simple objeto o momento, sino un bello paquete de segundos que le damos, demostrándole que esa persona nos importa más que un solo espacio de tiempo.
Regalemos cosas, regalemos nuestro tiempo, dejemos en los demás segundos de nuestro pasado, pedacitos de días pesados, de jefes malhumorados, de tráfico insoportable, de enfermedades, de sonrisas, de juegos, de estudio, de sueño, de compañía. Porque cada segundo que pasa, estamos pensando en alguien, trabajando por tener la libertad de poder darle al que queramos lo que queramos y así, permanecer en su vida con un simple objeto, que en vez de llamarse regalo, bien se podría llamar reloj.
A mi suegra, a quién le he regalado mucho de mi tiempo…