Se dice que todos tenemos un libro dentro de nosotros, porque por lo menos tenemos una mágica historia para contar.

Todos tenemos una portada, una introducción, capítulos y muchas páginas en blanco, para escribir más cuentos, que no sólo serán escritos por nuestras manos, sino por las enseñanzas de muchos, sus lecciones, experiencias y aventuras.

Por eso, no debemos quedarnos en ver la portada, la belleza de la persona, su raza, su altura o su edad, porque esa es sólo la imagen de lo que se forjó; moderna si es reciente, clásica si es de antaño, o bella si la naturaleza así la favoreció. Mas la mayoría de portadas nos son esquivas, porque parecen comunes, feas, desarticuladas y poco atractivas, negándonos la oportunidad de leer ese libro que protegen y que quizá transforme nuestras vidas para siempre.

Curiosamente, lo mismo ocurre que los libros de bellas y majestuosas portadas, que preferimos dejarlos como decoración y nunca leer sus historias; perdiendo hermosos relatos de cómo aquellos que son hermosos y atractivos, viven en un mundo de soledad profundo, porque nadie se atreve a leerlos y verlos más allá de su belleza.

Por esto, cuando entramos caminando un salón lleno de personas, debemos comprender que es como entrar a una enorme biblioteca; donde no debemos comprar los libros, sino buscar la forma de leerlos todos, cada uno en su momento y ambiente correcto, -porque al igual que los libros– para conocer a las personas, debemos causar un momento de tiempo para dedicarles y hacerles las preguntas correctas, a la páginas que lentamente nos contestaran.

Quizá, lo más difícil de este proceso, es comprender que otros nos querrán leer y debemos tener una historia para contarles, una enseñanza que ahorrarles y sobre todo estar dispuestos a compartir con ellos; no importa qué portada tengamos, porque por algún motivo y pese a ella, alguien quiere leer nuestra historia y quizá, dejar algunas más, en las páginas en blanco que tenemos.

Por eso somos como libros, llenos de historias para contar y hojas en blanco para ser escritos; no temamos que quien nos lea, encuentre los apuntes al margen de otros pusieron, y que son parte de ellas mismas, con su pluma y pulso.

Recordemos que los libros son hechos de papel. Papel que viene de un árbol. Un árbol que bailó con el viento, y que cada vez que leemos la tinta sobre las hojas de un libro, sentimos como esa brisa quiere salir y sin querer, comenzamos a leer en voz alta.

Lo mismo nos pasa con los libros de los demás, porque nos es inaguantable la necesidad de contarle a otros las bellezas del ser humano que hemos descubierto bajo esa portada, esa que nadie vio, porque no era bella ni moderna, ni de lujo ni esbelta, de moda ni taciturna, esa que era tan común, que nadie se dio cuenta que allí estaba.

Somos libros y el mundo es una enorme biblioteca que nos invita a leernos uno a otros, y apuntar cosas en los márgenes, y esa imperiosa obligación de subrayar algo, para que nadie pierda esa parte que leímos; ese algo que nos llegó tan profundo, que sé que se convirtió en letras en las páginas de nuestra propia historia.

Leamos y escribíamos, aprendamos y enseñemos, hablemos y escuchemos, callemos y respetemos, porque cada página dentro de una persona, es la que le da firmeza a la portada, que por más bella que sea, no sería firme sin las páginas que lleva dentro.