Se acaba el año y comienza el debate por el salario mínimo, lleno de hipocresías y juegos de palabras.
El problema comienza por la incomprensión de todas las partes sobre que es un salario mínimo. La Constitución en su artículo 53 dice, de manera clara y expedita que es la “remuneración mínima vital y móvil, proporcional a la cantidad y calidad de trabajo”. Nunca dice que es lo que se le debe pagar a los empleados, ni que es el ingreso que debe sostener a una familia, ni mucho menos un precio de referencia para públicos y privados.
Hago estas aclaraciones, porque para muchos empresarios el salario mínimo es el salario que les pagan a sus empleados, pese a que este es el “mínimo” que se debe pagar a un empleado que haga la menor cantidad y calidad de trabajo para la empresa. Es decir, que se le paga el mínimo a la persona que hace el trabajo que menos valor aporta a la producción de la empresa, o incluso cuando no aporta nada y que no tienen niveles de capacitación que les dé una mayor capacidad para aportar más valor al proceso. Por esto es común pagar este bajo sueldo, a las personas de aseo general, a los asistentes de construcción e incluso a algunos campesinos que apoyan las funciones de siembra y cosecha, hasta a los pasantes en las oficinas, que están en proceso de capacitación laboral.
Mas la norma es clara, es lo “mínimo” que se debe pagar, y afortunadamente son muchos los empresarios en Colombia que pagan más del mínimo por estas labores, pero también es desafortunado que muchos otros hacen todo lo contrario.
La segunda aclaración es que el salario mínimo no es el ingreso mínimo para una familia, sino para una persona y proporcional a la cantidad y calidad de trabajo que desempeña. Comúnmente se cree y se lee fácilmente en los medios de comunicación, por comentarios de periodistas, analistas e incluso directivos sindicales y algunos gremiales, que el salario debería ser el mínimo ingreso que necesita una familia para vivir, y eso no tiene sentido. No porque no sea necesario que una familia deba tener un ingreso mínimo para vivir dignamente, sino porque el salario mínimo no está en función del núcleo familiar sino de la persona que trabaja y de cuánto labora, o de lo contrario si dos personas hacen una tarea igual, su salario se debería definir en función de cuantos hijos tienen, lo que no es lógico, ni para la empresa, ni para los otros empleados.
A estas confusiones (que el mínimo no es el salario de referencia y que tampoco es el ingreso mínimo de una familia), se suma una tercera hipocresía en el debate: la del gobierno. El gobierno está cooptado por todos lados con el salario mínimo, porque desde la sentencia C815/99 de la Corte Constitucional, siempre debe subir el salario mínimo como mínimo la inflación causada, con el fin de recuperar la capacidad de compra de ese salario, bajo la premisa de defender la capacidad de compra de las personas; esta medida ha permitido que el salario en términos reales crezca continuamente, pero también que el gobierno tenga cada vez mayores gastos en su presupuesto, debido a que por diversas razones, muchos rubros del fisco nacional están en función del salario mínimo. Un buen ejemplo son los niveles salariales del Estado, donde un empleado por cierto caro recibe 4,5 SMLVM por su trabajo, y cada vez que sube el mínimo, este salario se reajusta automáticamente, sin revisar si ese cargo aumento su aporte de valor al proceso en la misma magnitud.
Esta situación causa el peor de los males al mercado, porque cuando se define el aumento del salario mínimo, todos los empleados – públicos y privados – piensan que como mínimo su salario debe subir en esa medida, lo cual no es cierto, porque muchas labores han perdido productividad por los cambios tecnológicos del mercado, como por ejemplo un empleado de una empresa que revele rollos de fotografía.
Esto nos deja con tres conceptos equivocados: (1) el salario mínimo es el salario y un precio de referencia, (2) el mínimo es lo mínimo que una familia debe recibir, y (3) el aumento del mínimo es el aumento mínimo que todo empleado debe tener en su salario.
Todos estos malentendidos sobre el salario mínimo, llevan a que el debate de la comisión tripartita sea una comedia sin sentido, porque cada una de las partes defiende su punto de manera equivocada: los empresarios evitan que el monto aumente mucho porque eso aumenta sus costos fijos; los sindicatos buscan aumentarlo al máximo para mostrarse como útiles ante sus bases, por defender los intereses de los trabajadores; y el gobierno debe mantenerse callado, porque está en una disyuntiva espantosa: si los salarios suben, su gasto en empleados aumenta y debe recaudar más impuestos para cubrir ese hueco, y si deja que los salarios suban mucho, tendrá presiones inflacionarias.
Mientras esto pasa, el Banco de la República está pendiente, porque según la decisión que se tome, debe tomar acciones para evitar que las expectativas de inflación aumenten, porque la Corte Constitucional, en pos de defender la capacidad de compra de los colombianos, causó una espiral alcista de precios, anclados al año anterior, que solo permite un freno de inflación con la caída de los precios de los productos, porque los servicios aumentan sus tarifas en función a la inflación del año anterior o del SMLV.
Así, el salario mínimo, es una de las cosas menos comprendidas por los colombianos, de las que más se habla injustamente, y que ha sido uno de los enormes logros de las políticas sociales en Colombia.