Este colombiano de lejos nos mostró el poder de la humildad y la importancia de la disciplina en el trabajo.
Es un ciclista que en pocos años pasó de su natal Boyacá, a ser figura global y ejemplo para millones de colombianos, mostrando que el éxito en el trabajo se logra sudando e incluso sangrando si es necesario.
No es el tipo de persona que necesita ser famoso, solo que su forma de ser y sus logros lo han llevado a serlo. Es una persona sencilla, que postea en sus redes sociales cómo prende las velitas en su casa, con una ruana encima y rodeado de su familia.
Se codea con las marcas más importantes del mundo, y con las más tradicionales del país y de su departamento. Apoyo la causa de la paz, no por estar del lado del gobierno ni esperando ningún beneficio por esto, y se ha generado un enorme grupo de fanáticos que lo admiran, y que él mismo no logra comprender por qué.
Necesitamos más colombianos así. Profesionales, dedicados, con sueños, luchadores, que estén comprometidos con sus metas, y que su estilo de vida sea sencillo, generoso, compasivo, entregado y responsable.
Para mí, Nairo Quitana es el colombiano del año, no el deportista del año. Conocedores del deporte dirán que Caterine Ibargüen pudo haber sido la mejor deportista del año, que Juan Manuel Santos por ganar el nobel podría ser el personaje más importante del país, que Luz María Martínez por su trabajo en la NASA es la colombiana más relevante en el mundo de la ciencia, e incluso que Diana Sierra con su desarrollo de los calzones lavables mejoró la vida de miles de niña en el mundo.
Nairo Quintana, no se ganó el Nobel, ni el Tour de Francia, ni redujo la pobreza del mundo o movió la frontera del conocimiento. Lo que causó es que los colombianos tuviéramos un ejemplo de constancia, tenacidad y humildad, como lo son muchos de los boyacenses que conocemos: campesinos dedicados a su labor diaria, con una vida tranquila y feliz, y logrando metas que para muchos sin simplemente inalcanzables. Tenemos mucho que aprenderle a este gran hombre.