Una de las grandes discusiones modernas es si la gente cambia o no cambia. Algunos dicen que sí, otros que no, y otros que “los hombres/mujeres son todos iguales”.

Cuando estaba revisando la forman en que se forman los consumidores y sus comportamientos, comencé a darme cuenta de un patrón muy sencillo que se presenta: todo lo que sabemos, lo aprendemos casi a patadas, y por eso no lo olvidamos tan fácil; por ende, lo que aprendemos desde lo teórico, lo olvidamos más fácil.

¿Qué es lo primero que hacemos al nacer? Llorar.

¿Por qué?, porque pasamos de estar en un líquido tibio donde hemos vivido más o menos nueve, donde respirábamos bajo “el agua”, a una atmósfera fría (particularmente en Bogotá), y para poder respirar, debemos abrir los pulmones y por eso sacamos ese primer berrido, que nos dice que estamos vivos, y que en solo segundos de nacidos, las lecciones ya son profundas: (1) nos tocó aprender a respirar, (2) cada vez que lloramos, alguien viene y nos apoya, (3) en esos segundos de vida, la persona que nos cuido fue mamá.

Este último punto lo explica todo: en esos segundos de vida, aprendimos 3 cosas que nos van a servir para el resto de la vida, pero el hecho de que mamá sea la que inmediatamente nos haya ayudado, define nuestra identidad.

A mamá ya la conocíamos, porque vivíamos en ella. Conocíamos su calor, su alimento, el tono de su voz ya nos era familiar (pese a que bajo el agua las cosas suenan diferente) y sobre todo el latido de su corazón, y es por esto, que cada vez que queremos reconocerla y estar tranquilos, nos acostamos sobre su pecho, para oír sus latidos, mientras nos acostumbramos a sus abrazos, besos, miradas y su voz.

Esos primeros segundos de vida, fueron el 100% de nuestra vida por un momento y en ese 100% de nuestra vida, nuestra mama nos apoyó. De ahí en adelante, estuvo con nosotros los primeros meses, casi el 80% de nuestro tiempo y por esto nuestro vínculo con ella es tan grande.

El comportamiento y el relacionamiento de una persona se construyen como una gran bola de papel aluminio. No sé si alguno de ustedes lo haya hecho, pero he visto como la gente hace un pequeña bola de papel aluminio, y después pone otra capa de papel, y después otra, y otro, y otra más, hasta hacer un bola cada vez más grande, sin importar el color del papel, porque cada uno es una capa que va “tapando la otra”, pero apoyándose en ella.

Así somos los seres humanos. Construimos nuestro comportamiento de una manera similar: la primera bolita es el vínculo emocional con nuestra madre y la certeza de que si lloramos, alguien viene a ayudarnos; mecanismo que nos sirve por muchos días y meses en la infancia, y que cerca del año comienza a cambiar, porque nuestros padres nos comienzan a enseñar que no debemos llorar por todo, y ellos aprenden los diferentes tonos de llanto, con la fortuna de poder diferenciar el hambre, del golpe, del consentimiento y la joda. Y esto nos comienza a cambiar el comportamiento, porque el primer llanto que tuvimos tuvo una respuesta del 100% de protección, pero un año después, deja de funcionar con esta eficiencia.

Lo que nos lleva a la pregunta obvia: ¿Por qué seguimos llorando si sabemos que ya no sirve?, y la respuesta es simple: porque en el fondo sabemos que funciona, porque al comienzo, el 100% de nuestra vida, eso funcionó perfectamente.

Bajo este mismo esquema del 100%, nos relacionamos con el mundo. Si vamos de viaje y llegamos a una ciudad que no conocemos y ese día llueve, para nosotros será una ciudad lluviosa; si probamos un plato nuevo en un restaurante y el sabor no es bueno porque un ingrediente no está bien, diremos que el plato es malo. Al conocer a alguien, lo medimos por su comportamiento ese día, y no por lo que es, sino por lo que vimos en unos pocos minutos.

Esa bola de aluminio que cargamos, con todas las historias de nuestra vida, lecciones, golpes, enseñanzas, libros, películas, besos, engaños, enfermedades y demás historias, nos han enseñado cosas que hacen que consideremos al pasado como el 100% de la verdad y continuemos con este esquema de análisis continuamente, pese a que sabemos que día a día, ponemos nuevas hojas de aluminio sobre la bola, que no logran cambiar nuestro comportamiento, sino que nos adiciona nuevos comportamientos.

Por eso es que cambiamos continuamente pero en el fondo no cambiamos. Nuestra esencia viene de las historias que se nos causan desde que nacemos hasta más o menos los 20 años, y después comenzamos a capturar nuevos comportamientos, que van haciendo que los que teníamos antes no desaparezcan, pero sí que permanezcan latentes, y que se activen de maneras inesperadas. Es por eso que cuando tenemos una pareja que nunca ha usado gafas de sol y se las vemos puestas, nos parece raro y pensamos que ha cambiado (por lo menos en eso), pero lo que pasa es que está adquiriendo un nuevo comportamiento, que esta soportado por los años de uno usarlas y deberán pasar muchos días o una experiencia muy fuerte, para que se le conviertan en costumbre.

Pensar que nuestro aprendizaje viene siempre del 100% de la primera vez, nos abre los ojos a comprender la importancia de la historia de las personas y el gran problema del primer encuentro con algo o con alguien. Es por esto que entre más estables y continuos seamos, será más fácil para los demás conocernos lo más cercano a la verdad, pero si nos conocen en la mitad de una fiesta, seguramente, solo conocerán una pequeña parte de nosotros, pero la consideraran el 100%. Ese es el juego.

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