“Mañana será otro día”, “el próximo mes cumpliremos con la meta”, “en lo que queda del año, lo lograremos”, “por fin se acabó este año”, fueron algunas de las frases que muchos dijimos, hemos dicho y quizá seguiremos diciendo, porque culpamos al tiempo de los sucesos.
Siempre existe la tentación de sobre diagnosticar el pasado, darle poca reflexión al futuro y de imaginar cosas, que parecen lógicas desde los datos que tenemos, y los temores que escondemos.
Hablar con uno mismo siempre es un riesgo; porque somos crueles jueces de nuestro pasado, al ver los errores sin ciertos, y enormes soñadores, al pensar en lo que podemos hacer si nos lo proponemos.
El tiempo es solo un testigo silencioso de nuestras acciones; no es culpable ni cómplice, solo un testigo.
Somos lo que hemos sido y debemos comprender que no seremos lo que somos hoy, pero no es el tiempo el que nos cambia, son las cosas que pasan en el tiempo: Las pruebas, preguntas, respuestas, logros, errores, fracasos, lo aprendido, Lo enseñado.
Como católicos se nos ha inculcado que si nos portamos bien, vamos al cielo y si nos portamos mal vamos al infierno; pero la verdad, es que el foco del dogma que se nos inculca es que si nos portamos mal seremos condenados; lo mismo ocurre con la ley, donde se nos castiga por incumplir , pero ni ante dios ni ante la ley, se nos premia por lo que hacemos bien; Se supone que debemos actuar bien y se nos acostumbró a juzgarnos por nuestros errores y muy rara vez a ser premiados por nuestros aciertos.
Por eso, cuando cambia el año – Que básicamente es un día como cualquier otro -, lo hemos convertido en la extraña balanza del juicio y la esperanza todo el día estamos recriminándonos los errores cometidos en el año y comenzamos a listar el sabor de cada una de las doce uvas.
Deberíamos pensar diferente y hacer ese proceso cada día, y así el cierre de año sería menos pesado, porque abríamos corregido muchas cosas a tiempo.
Vemos el pasado cercano con el rabo del ojo, y así sólo logramos ver lo que recordamos y desafortunadamente, por nuestra débil humanidad, recordamos más los problemas que los logros.
Sería bello que aprendiéramos a ver el pasado con optimismo y el futuro con prudencia, y no cómo hacemos hoy al ver el pasado con un juicio crítico y al mañana con un enorme halo de esperanza.
El cambio de año es simbólico, porque lo hicimos simbólico; de hecho lo hicimos casi trágico vemos el nudo y la trama, y olvidamos el desenlace; porque caemos en la trampa de juzgar un periodo de tiempo (que al tiempo en sí), por las metas logradas y no por los logros obtenidos; seguimos mediando nuestra felicidad y realización en función de promesas que nos hicimos en el afán de una noche y no en la capacidad que tuvimos que sortear todo lo que nos pasó.
El tiempo es un testigo, y solo es una medida en función de un acuerdo social, donde esas manecillas y fechas, nos ayudan a ponernos de acuerdo para encontrarnos, saber cuándo pasan las cosas y cuando terminan.
Más, todos hemos vivido un minuto eterno con alguien y también, un minuto fugaz; sabemos del tiempo que sentimos perdido y del tiempo que no queremos que acabe.
Al final, como lo decían los grandes físicos del siglo pasado, el tiempo es relativo y psicológico.
Es relativo, en función de lo hagamos en el (y no con el), y es psicológico, porque su importancia esta función de lo que sentimos que hicimos en él.
Así, en un minuto no podemos escribir un libro pero si calentar un café, y siempre pensaremos que vale más un minuto besando que durmiendo, pese a que eso no es del todo claro.
Si no das por sentado que tienes el tiempo, tienes una ventaja enorme sobre muchos; porque no quieres perder tiempo o mejor, desperdiciarlo.
Ese año y otros de atrás te han enseñado que el tiempo es eterno y efímero, y que nosotros somos los mortales, y que debemos aprovechar vivir en cada Segundo y no vivir cada segundo, como algunos dicen.
Si, eso es existencialismo; esa necesidad que tenemos de encontrar preguntas para explicar lo que nos pasa.
Ni la vida ni el tiempo te quieren enseñar nada; y acá le pido me perdone si me equivoco en mis palabras, porque no creo en el destino, ni en el cielo, o en un Dios que define nuestra vida y nos tiene a prueba continuamente o que la vida es una escuela.
La vida es el tiempo en que envejecemos; nacemos y comenzamos a morir; esa es la verdad
Nos gusta darle un sentido de esperanza y de propósito a nuestra vida, porque somos seres vanidosos.
“Mi vida es para que el mundo mejore”, ¡Carreta!, impongo mis ideas porque creo que son mejores que las de otros, y si el mundo No mejora es culpa de que los demás no hicieron lo que les dijimos.
Vivir para mí es un continuo aprendizaje y me doy cuenta siempre que todos me enseñan algo,
Uno es su propio maestro y alumno. Las lecciones las pone el entorno, no el tiempo.
Somos vanidosos para sentirnos importantes y con propósito, pero somos hipócritas al esperar que el destino solucione y defina nuestras vidas. Es inaudito.
La vida es un camino donde aprendemos de nosotros mismos hasta morir; y lo único que va a quedar es lo que pudimos enseñar; por eso, no culpemos al tiempo de nuestras culpas.
Comenzamos el año deseándonos un feliz año 2018, como si quisiéramos olvidar el 2017, y yo les digo lo contrario:
¡Felicitaciones por el 2017 que vivieron y que se venga un 2018 que nos recuerde porque estamos vivos!
Y Por favor, Que 2017 (como 2016) no acabe en sus vidas, no lo desechen al olvido. Sé que fue un año muy duro para muchos, donde nos tocó dar más de lo que podíamos, donde la incertidumbre reino día y noche, en esas noches que se hacían largas pensando en las preguntas y respuestas …
¡2017 es uno de los mejores años que hemos tenido!
Fue un año de aprendizaje, donde nos dimos cuenta de que somos capaces, y dimos ese enorme paso de ser humildes con nosotros mismos y aprender que podemos mucho más de lo que creemos.
A mi edad, El tiempo parece que pasa más rápido; lo que es culpa de la relatividad y la sicología de la que hablaba antes, porque un minuto para un bebe llorando por su tetero, es como si usted esperara más de 4 horas por un café y se estuviera quejando todo el tiempo, simplemente porque su vida depende de ello. Una hora en un bebé de 12 horas de nacido, es la doceava parte de su vida, pero una hora en nuestra vida, es una micronésima fracción de nuestra historia.
Por esto, he aprendido a respetar los años, ya que cada año más raro y mejor, pero lo vemos más desde las expectativas que desde los hechos. Siempre decimos “este año no paso”, cuando debemos afirmar: lo que paso este año fue maravillo.
Un día me di cuenta que llevo varios años diciendo “que año tan raro”, y esto me mostró que no puedo seguir pensando que cada año será igual, ni mucho menos predecible; porque después de cada año somos diferentes y eso implica, que el entorno también lo será, y que el tiempo como testigo de ese camino, nos mostrará que los años no son malos, sino que somos más soñadores que realistas.
Por eso, como me dijo alguien a quien admiro mucho:
“Damas y Caballeros – dijo el mago-,
Lo que pase a partir de ahora dependerá exactamente de lo mismo que quieran en su vida:
Si ilusión, solo será un truco. Con ilusión, será pura MAGIA.”