No sé si esto pasa por primera vez en la historia de Colombia o no, pero tenemos dos candidatos con claras diferencias políticas en la contienda presidencial, representando los extremos del pensamiento político actual, donde el debate es claramente por el “cómo” y no por el “qué”.
Como analista y “colombiador”, he dedicado buena parte de mi vida a entender lo que le pasa a nuestro país, con el fin de tener el mejor diagnóstico posible, para proponer soluciones probables.
Estamos de acuerdo en que queremos que Colombia crezca y reduzca la pobreza, reduciendo las desigualdades que existen, y logrando una nación en paz; en este proceso, se nos atraviesan dos grandes enfermedades: la informalidad y el narcotráfico.
El narcotráfico, nos aqueja desde las épocas marimberas de los ochenta, causando que muchas regiones vivan irrealidades peligrosas, violencias salvajes y dominios territoriales casi feudales, dejando al Estado con un margen de maniobra muy bajo, debido a que la presencia de la ley y del mercado nunca alcanzarán para compensar el soborno de los precios de un producto prohibido.
La informalidad es una condición de nuestra realidad que es consecuencia de nuestra historia y la desconfianza que tenemos como respuesta a lo que hemos vivido; el incumplimiento del Estado, ha hecho que no creamos en su capacidad constructiva sino en su condición reguladora, distanciándonos enormemente de lo que podría hacer, al hacer las cosas al margen de lo legal para no pagarle impuestos a un estado “corrupto”.
Por múltiples razones creemos que el Estado debe ser el “solucionador” de los problemas pero no aceptamos que el Estado no existe sin nosotros; es completamente cierto, abrumador e indignante el nivel que tiene la corrupción en el país, pero esto hace aún más sorprendente que pese a esto, a las guerrillas, el narcotráfico y otros miles de problemas, sigamos reduciendo la pobreza, creciendo como economía y mejorando la calidad de vida de las personas.
Algunos creen que el proceso de paz con las FARC acabaría con el narcotráfico y eso es un error común, porque no se ha comprendido lo que fue este proceso de paz: el objetivo era desmovilizar a la guerrilla más antigua del mundo, que tenía la intención de tomarse el poder del país por las armas, para imponer una forma de gobierno diferente a la que hemos construido; hoy, esa guerrilla ya no está alzada en armas sino que es un partido político que debate públicamente sus ideas sin la necesidad de amenazar nuestra nación.
Otra cosa muy distinta es el narcotráfico, que continuará, pero sin el “manto protector” de las ideologías políticas, sino bajo las crueles reglas del mercado negro permitiendo a las autoridades atacarlos como un problema policial y no como un problema político. Ahora, desmovilizadas las FARC comienza nuevamente la guerra contra el narcotráfico.
Muchos analistas como yo comparamos al país frente a otros para ver si vamos bien o no y cómo deberíamos hacer las cosas y cada vez más nos damos cuenta y aceptamos que hacemos las cosas mejor de lo que pensamos y estas soluciones “a la colombiana” no solo nos han dado enormes resultados sino que han sido copiadas por muchos otros.
Colombia no es un país promedio, no es un país como otros y no quiere ser como ellos; somos nosotros, construidos de una serie de historias muy complejas, de enormes dolores y mágicas alegrías.
Muchos me tildan continuamente de optimista y esto pasa porque no miro lo que pasa en el país comparándolo con lo que pasó hace uno o dos años, sino con lo que ha pasado en décadas y como hemos construido instituciones muy poderosas que han hecho que mi papá y los suyos hayan cumplido con la promesa de dejar un mejor país para nuestros hijos.
Si bien, la economía ha andado lento en los últimos años, y eso hizo que muchas cosas cambiaran, debemos aceptar una cosa: nunca ha dejado de andar, en comparación con muchos países que entraron en recesión, afectando el ingreso de los hogares, y nosotros solo nos frenamos sin caernos en la carrera.
Hago estas reflexiones para que aquel que lea esto comprenda tres cosas: amo a nuestro país, soy un optimista racional sobre lo que hemos hecho y lo que podemos hacer y soy un convencido de que vamos por un muy buen camino.
Al llegar estas elecciones, tuve serios problemas, porque conocía a muchos de los candidatos y tomar una posición ha sido muy difícil.
Comencé colaborando con la campaña de Humberto De La Calle, a quien le pude decir que contaría conmigo como yo conté con él para lograr acabar la guerra más larga que este país ha vivido, cosa por la que le estaré eternamente agradecido; en el camino, me escribí varias veces con Sergio Fajardo quien sabe que le admiro y apoyo desde hace mucho y quien ha estado en mi oficina hablando con mi equipo sobre la visión de una Colombia para el futuro; a Iván Duque lo conocí en el BID cuando comenzaba con mis estudios sobre economía y cultura, y he visto como continuo parte de ese camino que comenzó mucho antes que todos nosotros y le demostró al mundo que la cultura puede ser una gran fuente del desarrollo. Al gobierno de Gustavo Petro le realice varias investigaciones sobre la ciudad, mostrando qué estaba pasando en la ciudad y siempre recibí atención en mis comentarios.
La decisión era compleja, porque mi historia de vida me unía a todos pero debía tomar una decisión. Voté por Sergio Fajardo en primera vuelta, ya que no estoy de acuerdo con muchas cosas del Partido Liberal, de las posiciones extremas de Petro, y no le di mi voto a Duque porque preferí darlo a un maestro que quiere devolver la educación al pedestal donde debe estar.
Hoy, debo volver a elegir entre dos personas muy diferentes, con dos visiones de país distintas y con dos talantes opuestos.
Un presidente no es quien gobierna sino quien preside un país; es decir, quien dirige las acciones para llevar al país hacia adelante, no quien define qué acciones se deben tomar, y por esto he decidido votar por Iván Duque, con la enorme tranquilidad de que es quien mejor conoce sus limitaciones, su situación política y las condiciones actuales del país, con la enorme oportunidad de convocar un gabinete joven, técnico y comprometido con el futuro, teniendo una gran capacidad de hablar, escuchar y concertar.
Tenemos muchos problemas, pero muchos menos que los que teníamos antes, y si Colombia fue capaz de triplicar el ingreso de los hogares, reducir la pobreza a la mitad y aumentar la escolaridad de sus ciudadanos, en medio de una guerra civil sin comparación en el mundo, usando la democracia, el capitalismo y el libre mercado como herramientas, no alcanzo a imaginarme lo que haremos sin tener esta guerra en el camino.