Hoy cumple años mi ciudad. Bogotá no es solo trancones, gente mal humorada, lluvia, frío, motos enloquecidas, taxistas acelerados y altos precios.
Bogotá es una ciudad mágica porque está llena de gente maravillosa, de rincones escondidos, de declaraciones de amor en la calle, de picardías de enamorados, de viejos tomados de la mano, de tintos de amigos, de cafés de tertulias, de poemas atrapados.
La castigamos por lo malo que nos pasa y nunca le agradecemos por todo lo bello que nos da. Esos días de triunfo que tenemos son sobre sus calles, andenes, casas, edificios, plazas, parques, hoteles y teatros. Nuestra vida transcurre en ella, y ella transcurre en nosotros.
No es Monserrate y Guadalupe, los humedales, sus bellos cerros, sus montañas, sus ríos y quebradas, sino ese canto de los copetones al amanecer que nos saludan sonriendo porque la urbe se alista para recibirnos y dejarnos cumplir nuestros sueños.
¿Qué nuestra ciudad puede ser mejor?, claro que sí, y depende de nosotros, no de las calles que se hagan, los huecos que se tapen, los puentes que se construyan; debemos vivir las calles, llenar los huecos con trabajo honesto y crear puentes para entendernos.
Foto tomada en la carrera 11 con calle 77
Acá vivimos los cachacos (con camisa, chaqueta y corbata), los enérgicos paisas, los bellos y cultos vallunos, los alegres y escandalosos costeños, los intrépidos llaneros, los mágicos guajiros, los ancestrales indígenas, los maravillosos negros y millones de perros, gatos, garzas, copetones y palomas, que nos recuerdan que ese sonido de ciudad, ni es mundanal ni es ruido, es el canto de todos, que día a día sonreímos, trabajamos, cantamos, hablamos, reímos y nos escuchamos.
No hay ninguna ciudad mejor que esta para vivir, porque nos da lo poco que tiene y nunca nos pide nada a cambio.
Los italianos inventaron el expresso, los americanos el americano, y los cachacos el tintico y el perico; el suave ajiaco, el puchero, el dulce de breva, el jugo de lulo y la uchuva hablan de nuestros sabores y sonrisas.
Una ciudad roja, donde los ladrillos son protagonistas, haciendo que vivamos en un atardecer continuo, donde el blanco y el negro se funde los recuerdos de nuestra mente, para revivir tantas experiencias.
Sí, Transmilenio se quedó pequeño, porque funcionó más de lo que se pensaba; las calles se llenaron de carros, porque cada día más personas pueden tener uno, porque la ciudad les ha dado trabajo y oportunidades; hay motos por doquier, porque hay trabajo en cada esquina; hay basura en las calles, no por culpa de la ciudad, sino de nosotros, que la maltratamos.
Tiene todos los problemas de una ciudad de 8 millones de personas, de 36 kilómetros de largo, de 480 años de edad, de muchos microclimas, pero sigue con la ingenuidad de una niña que se pregunta “¿Qué otro juego me puedo inventar?”, en sus miles de parques, andenes, quebradas y sus bellos vientos de agosto.
Es la Atenas suramericana, como se nos dijo hace más de 100 años, y también la tenaz suramericana, como algunos despectivamente la llaman, porque nos alimentamos de cultura y no nos dejamos doblegar por nada.
Por eso, dejemos la quejadera y abramos los ojos: es en esta ciudad donde muchos llegamos a la vida y otros han llegado a vivir. Que nos abrazó desde el primer día, no para resguardarnos de su frío, sino para darnos la bienvenida y recordarnos que no es una ciudad fría, sino acogedora, tierna y ha sido y será una maquina de cumplir sueños.
Feliz cumpleaños mi bella Bogotá,
Tu Cachaco