Frustración, indignación, hastío, rabia, dolor y hasta rencor, pero principalmente impaciencia, es lo sentimos muchos colombianos (y latinoamericanos) al ver que las cosas no cambian a la velocidad que quisiéramos y, seguramente, que necesitamos.
Las cosas en América Latina están mejor que antes, pero aún no están tan bien como muchos queremos. Esto ha desembocado una ola de movilizaciones sociales en la región, que nos deben poner a pensar en los nuevos retos que tienen los gobiernos y los ciudadanos para lograr que las situaciones realmente mejoren.
Hoy los gobernantes deben comprender que la tecnología modificó el comportamiento y las expectativas de las personas, que día a día pueden escribir en una red social una opinión y esta es inmediatamente comentada por su red o por miles de personas ajenas a ella, dándoles un poder de influencia sin precedentes en la historia por su magnitud y velocidad.
Esta velocidad, que es la misma de los chats y de los servicios online (incluso los bancarios), ha causado que las personas que usan continuamente este tipo de beneficios esperen que las cosas puedan mejorar a esa misma velocidad, como si poner un texto en una red social fuera a cambiar la realidad de las cosas: pedir un video a Netflix se demora segundos; pedir un hamburguesa se demora minutos; lo que se pida por Amazon se demora días; por Aliexpress se demora meses; pedir un apartamento se demora años y, seguramente, pedir un cambio social requiere décadas. Como si todo fuera tan fácil y rápido como dos ‘chulos’ azules.
Es frustrante ver los dos lados del debate, donde unos jóvenes le piden al gobierno cada vez más derechos y los gobiernos intentan mostrarles que continuamente las cosas han mejorado, y que las cifras lo demuestran fácilmente. Ambos tienen razón, porque la gente que pide más es porque necesita más y los gobiernos —pese a todo— han mejorado las cosas de manera importante.
Falta mucho por hacer, pero sobre todo por entender. A medida que la edad media de la población aumente, veremos cambios fundamentales que modificarán la relación entre el Estado y los ciudadanos, ya que a mayor edad las demandas por salud y educación serán cada vez más costosas. Una familia que tenga un hijo en jardín infantil paga mucho menos por educación que una familia que tenga un hijo en la universidad, porque la educación preescolar, básica, primaria y secundaria tiene efectos de economías de escala que la hacen menos costosa, mientras que la universitaria, que tiene muchas carreras, tiene costos mucho más altos, y por eso subsidiar lo primer es más fácil que lo segundo.
En ese mismo sentido, el gasto en salud aumenta con la edad, porque a medida que nos envejecemos necesitamos más del servicio médico, causando cada año mayor gasto en esto y una presión al gobierno muy compleja.
A lo que se suma que la impaciencia de las personas, que quieren que todo sea “gratis”, rápido y eficiente, como si los servicios sociales fuesen un algoritmo simple que asume que todos somos iguales. Hacer universidades y hospitales es costoso, y más tener profesores y médicos que puedan servir en ellos, lo que hace que el cambio no sea solo un “cheque” que se gira desde el gobierno y todo queda solucionado, lo cual frustra —y con toda razón— a aquellos que necesitan las cosas ya, y no mañana o en una década.
El cambio es frustrantemente muy lento, esa es la verdad. Sin importar si la derecha o la izquierda esta el poder, los liberales o los conservadores, lograr las transformaciones que todos quieren requiere de tiempo, dinero y capacidades. Y eso no es tan fácil.
Para lograr esos cambios se necesita presupuesto y eso significa impuestos, nos guste o no.
Los servicios sociales (como la educación, la salud, la justicia, la seguridad) se financian de los impuestos de las personas y si queremos que haya más de ellos, debemos pagar más. Es como una “vaca” donde todos ponen y todos toman, pero bajo la lógica que realmente no todos toman al mismo tiempo, permitiendo poder hacer las cosas; porque si todos vamos al mismo tiempo al hospital, simplemente va a colapsar.
Revisemos el tema de la educación en Colombia. Más del 70% de los alumnos están en colegios públicos y 52% de los universitarios están en universidades estatales. Esto demuestra claramente lo que la gente pide: se necesitan más cupos en universidades públicas, donde los costos para los universitarios sean menores y la calidad sea mejor. Eso no tiene discusión, y es una realidad que se venía venir y no nos preparamos para ella.
Pero, en el mismo sentido, cada vez hay menos niños para ir a los jardines y a la primaria, porque las nuevas generaciones tienen menos hijos y eso hace que tengamos un presupuesto mal destinado para estos niños y podríamos pasarlo a los jóvenes universitarios, pero ¿quién va a asumir el costo político de cerrar un jardín infantil, para poner un salón de clases de universidad? Es muy complejo.
En este punto se puede decir que el problema es de la corrupción, y sin duda es parte del problema, pero no el problema en sí, porque las pérdidas por esto son mucho menores de lo que se piensa y no estimamos los problemas de ejecución que hay, como el caso de hacer un acueducto para un municipio pequeño que haya en Colombia o destinar esos recursos que podrán beneficiar a unas 5.000 personas o llevarlo al sistema de educación y beneficiar a 25.000 jóvenes. Es acá donde se ve que la política pública es muy complicada y es más fácil pedir que tener que tomar las decisiones.
Dicho esto, es común que muchos piensen que estamos mal, porque no ven lo que ha pasado en Colombia en los últimos años, donde hace solo 10 años la guerra con las Farc era cruenta, hace 20 años estábamos en recesión, en proceso de paz y tembló en Armenia, y hace 30 estábamos en guerra abierta contra el narcotráfico y mataron 3 candidatos presidenciales, mientras teníamos el doble de pobreza que tenemos hoy y una inflación del 26%.
Motivos para marchar hay miles, y motivos para aplaudir hay tantos o más. La movilización es democrática, pero no es democráticamente representativa, porque no marchan todas las personas, no solo porque no están de acuerdo con las movilizaciones, sus razones y premisas, sino porque les da miedo, lo cual es la tristeza más grande que debemos cargar: hoy le tememos a la gente que marcha, porque hace daño, afecta a las personas que no quieren marchar y daña el transporte público, que usan las personas día a día. Las marchas son una enorme y válida herramienta de movilización social que, desafortunadamente, dañamos en Colombia.
La movilización que debemos comenzar a hacer es la de cumplir con la Constitución, en la que nos muestran que tenemos más de 40 derechos y solo 4 deberes, derechos que exigimos que se nos cumplan y deberes que no cumplimos. Para que todo mejore debemos hacer las cosas bien: pagar impuestos, ser formales, legales y comprar donde las cosas se hagan así.
Si no somos eficientes para hacer las cosas ni para distribuirlas, menos para redistribuirlas. El mundo ha visto cómo se ha reducido la pobreza,al punto que hoy hablamos de redistribución del ingreso, porque es el siguiente paso en el proceso.
Hoy no podemos perder tiempo ni recursos, debemos ser lo más eficientes posibles para reducir aún más la pobreza, ser mas equitativos, productivos y cuidar el medio ambiente. No es fácil hacer todo bien, pero lo debemos intentar.
La democracia defiende la igualdad, los economistas defendemos la equidad. Una cosa es ser iguales ante el estado y otra ser diferentes frente a la ley, porque unos tienen menos que otros y debemos equilibrar esa balanza lo mejor posible y lo más rápido que podamos.
Las cifras no mienten: Colombia ha mejorado mucho, pero le falta.
Una persona al mes gasta mucho dinero en muchas cosas: mercado, transporte, ropa, diversión y hasta en licor; pero no nos damos cuenta de cuando dinero “no gastamos” porque el gobierno lo hace por nosotros: calles, policías, jueces, médicos, calles, subsidios en el transporte, en los servicios públicos, en la salud y en miles de cosas más; así una persona en Colombia hoy se gasta $77 pesos y el Gobierno le pone $23, y en 1970 esta relación era de $91 a $9, lo que muestra el enorme esfuerzo que hemos hecho para mejorar las cosas y ni con duplicando el aporte del estado en el día a día de la gente, hemos logrado lo que queremos.
Curiosamente, en Colombia el dato es más alto que en otros países de América Latina donde hay movilizaciones hoy por hoy ¿Desagradecidos? No, pero aún no somos consientes como ciudadanos de muchas cosas y el gobierno tampoco lo es de otras. Es fácil decir que el gobierno cubre el 23% de nuestro gasto con impuestos que todos aportamos, pero no es fácil entender que cambiamos y que cada año que pasa, al ser más viejos, le vamos a pedir al gobierno, que ese número sea más alto, y para esto debemos prepararnos todos, colombianos y estado.
No caigamos en la trampa que la marcha sea un PQR (Preguntas, Quejas y Reclamos), porque cada grupo que tiene un exigencia vaya a marchar y a exigir que las cosas cambien. Marchemos el 21 de noviembre 2019 pidiendo que no maten niños en los bombardeos y también que los delincuentes no los recluten. Pidamos más educación al alcance de los jóvenes y exijamos que la gente deje de evadir impuestos y comprar libros piratas. Pidamos por la defensa de las pensiones de los mayores y reclamemos que todos aporten a pensiones. Pidamos por un país más justo y seamos más justos con nuestro país.