Recuerdo el día en que mi padre entró en la habitación del hospital. Traía en sus manos un libro para leer durante la recuperación después de mi cirugía.
Le agradecí con un gesto y acaricié suavemente la portada.
‘Los límites de la interpretación’ de Umberto Eco. Yo, por aquel entonces, estaba completamente sumida en la semiología y en los planteamientos teóricos de la comunicación. Aprendí a ser hábil en la interpretación de signos e imágenes, y en expresar lo que pensaba a través de discursos académicos y conceptos intrincados.
Sin embargo, esta vez solo bastó con leer el título del libro para recibir una grande bofetada de la vida. ¿Cuáles serían aquellos límites? ¿Qué había perdido de vista? Después de la cirugía, me pregunté cuál era el propósito en seguir conociendo más sobre la teoría de la comunicación si era incapaz de comunicar lo que sentía. Después de todo, estaba allí, en esa camilla del hospital, después de que retiraron un absceso de mi garganta, que en su momento no me dejaba ni respirar. Un absceso que había crecido allí tras haber negado y ocultado lo que soy. Este era tan solo una reverberación de mi ahogo interno, que devino por querer satisfacer al mundo entero antes que a mí.
En ese límite, en el punto donde mi cabeza ya no tenía razón para seguir pensando e interpretando lo que sucedía afuera, entendí algo. Dependía de mí atreverme a dar un paso hacia el otro lado. Un paso hacia adentro que me llevaría a un universo donde pudiera acercarme a la comunicación desde lo invisible, desde lo mágico, desde mi imaginación y de lo que dictaba mi corazón como una expresión libre a lo que soy.
Hoy, después de 5 años, sigo asombrándome de la inmensidad de la comunicación. Mis grandes maestros, los niños bajo el espectro autista y los grandiosos sistemas de las abejas me han permitido comprender su verdadero significado: la comunicación es la conciencia de la unidad y a su vez, una expresión de amor a mí misma.
Paola A. León – @frq1320