Estas últimas semanas he vivido una montaña rusa de emociones. Cascadas de llanto sin motivo alguno, episodios de irritabilidad, donde me cuesta convivir conmigo misma, y explosiones momentáneas de alegría.
Las emociones están siendo protagonistas de mi día a día, pero esta vez estoy permitiendo que lo sean. Pues antes, tan pronto se asomaba una emoción, inventaba un plan de escape para evadir y cambiar aquello que estaba sintiendo. Y, si la emoción salía a flote, me irrumpía una voz en mi cabeza que decía: “Cálmate y retorna a tu centro”, una voz que a pesar de saber que tenía buenas intenciones, me invadía de culpa por sentir tristeza, rabia o incluso demasiada alegría.
Mantener la compostura y la inquebrantable paz interior ante lo que sucedía en el exterior se estaba convirtiendo en una olla a presión, que cada vez implosionaba con mayor fuerza generando gastritis o dolor de garganta, a causa de lo que reprimía.
Por ello, me permití sentir libremente las emociones, sin juzgarlas de ser buenas o malas, simplemente dejándolas ser, y la verdad que esto me ha hecho mucho bien. He descubierto que ellas son indicadores de cómo mis creencias, pensamientos y actos responden a lo que soy y a lo que estoy proyectando en otros.
También he notado la potente fuerza de creación que portan, ya que me impulsan con pasión a hacer aquello que amo o también a ponerme en movimiento, para transformar lo que aún no me gusta. Ahora entiendo porque cuando veía la serie animada de Dragon Ball Z, Goku se convierte en Super Saiyajin en estados de ira, era el insumo para expresar todo el poder que habitaba en él. Las emociones son el reflejo de mis propios potenciales de creación.
Así que adelante las noches de llanto y los ataques de risa, prefiero desmoronarme en mis emociones que apaciguar la oportunidad de conocer más de lo que soy.
Paola A. León – @frq1320