Mi habitación es el centro del universo, el lugar donde el cosmos se comprime hasta explotar en las innumerables expresiones de quien soy; el punto donde el espacio y el tiempo construyen realidades que aún no han sucedido, pero que, a la vez, han existido desde siempre.
Durante mucho tiempo desconocí que la inmensidad de mi habitación era esta.
Solía tenderme en la cama para ver las estrellas a través de la ventana, envuelta en una sensación de ausencia, con el sentimiento de pertenecer a un lugar distante. Por ese entonces se apoderaba de mí el presentir que el cielo era mi origen, mi verdadero hogar, que pertenecía desde siempre y para siempre a toda esa grandeza del universo lleno de estrellas y silencios que llenaban el fondo de mi corazón.
Recuerdo que hace algunos años, en una noche de luna llena, las luces de mi barrio se apagaron; de repente, todo se tornó oscuro, desolado… Al rato, por primera vez, pude ver el cielo completamente despejado de nubes y colmado de estrellas, como si la vía láctea se hubiera desbordado. Me sumergí en un profundo silencio.
Sentí que el latir de mi corazón se sincronizaba con el titilar de las estrellas. Todos mis sentidos se agudizaron y me invadió el deseo de volver a donde pensaba que era mi hogar; un nudo se formó en mi garganta, quería gritarle al cielo que alguien, desde el infinito, me aclarara qué hacía yo en este mundo.
De mis ojos brotaron dos ríos de lágrimas.
Me recosté en posición fetal y abracé con fuerza la almohada para conciliar el sueño y no ahogarme en ese mar de sensaciones. A los pocos segundos, que parecieron siglos, escuché que tocaban a la puerta.
—Má’, ¿eres tú? —pregunté. Nadie contestó. Con la manga de la pijama limpié presurosa mi llanto. Volvieron a golpear tres veces. —¿Quién es?… De nuevo, no hubo respuesta.
Miré el reloj, que marcaba las doce de la noche. ¡Ya todos debían estar dormidos en casa!, pero continuaron golpeando con mayor intensidad.
Lentamente me paré y caminé hacia la puerta procurando que la madera no rechinara; acerqué mi oído para descifrar quién podría estar tras ella.
—¿Hola? —inquirí.
Nadie. Nada, aparte del silencio.
Entonces, abrí… y de inmediato vi a una mujer joven, de contextura delgada, algo pálida pero muy bella, casi transparente. Nos miramos, y sin pronunciar palabra, la hice seguir. Su figura me era familiar; sentí que la conocía de mucho tiempo atrás, solo que no recordaba dónde ni cuándo… no sentí miedo. Al entrar a mi habitación se dirigió de inmediato a la ventana, alzó sus ojos grisáceos al cielo y lanzó un fuerte suspiro; parecía un pez que retornaba al agua tras haber estado fuera de ella. Mi cuerpo entró en un estado de completa relajación y tranquilidad.
Al final, con la complicidad de algunas lágrimas que más parecían venir de una felicidad retenida muchos días, giró hacia mí y me regaló una leve sonrisa que le devolví, segura de estar sintiendo lo mismo. Una inmediata empatía y una extraña comunicación se estableció desde ese momento entre nosotras.
—Soy Paola —dije, sin pensarlo.
—No hace falta que te presentes —contestó. —¿…?
—Te conozco desde siempre. Vine porque me invitaste.
—¿Y tú quién eres? —pregunté, un poco prevenida.
—Pensé que me reconocerías. Yo soy la Nostalgia.
Estupefacta, me quedé mirándola, indagando en mis recuerdos dónde pude haberla conocido…
Capítulo #1 – Libro «Hablando de Cielos»
Paola León – @frq1320