La vergüenza ha sido todo un tema en mi vida. Suelo ponerme roja fácilmente frente a los demás, no importa si se trata de una persona, un grupo o todo un público en general. Cuando se habla de mí, una corriente de aire caliente sube por todo mi cuerpo hasta colorear mis mejillas y nublar mi mirada.
Usualmente la vergüenza se relaciona con situaciones incómodas o acciones humillantes, sin embargo, en mi caso ocurre todo lo contrario, ya que los halagos, reconocimientos y méritos recibidos son los principales detonadores de esta sensación repentina.
Uno de los grandes regalos que me dio el año pasado fue haber estado mucho tiempo conmigo, revisando de forma introspectiva y atenta este tipo de situaciones y sensaciones que han venido repitiéndose una y otra vez, y que por más de que haya intentado utilizar múltiples mecanismos y métodos para evitar esta vergüenza, cada vez se presentaba con mayor intensidad y fuerza.
En este proceso conecté con el libro El lenguaje del Alma de Josep Soler, en donde se plantea un ejercicio llamado el punto semilla. En este ejercicio se busca encontrar el acontecimiento semilla o el origen de un síntoma o una situación determinada. Josep afirma que muchas de las respuestas involuntarias del cuerpo se dan por una memoria que habita en nosotros de forma inconsciente, y que cuando detectamos el origen o el punto donde se instauró esta información y hacemos conciencia de ella, inmediatamente podemos cambiar la respuesta del cuerpo, el síntoma o la situación tratada.
De este modo, me dispuse a realizar paso a paso el ejercicio en donde en términos generales se le pregunta al cuerpo cuál es el origen de la sensación y él, desde su movimiento, va mostrando y marcando momentos específicos de la vida que pueden ser los acontecimientos semilla.
En el ejercicio se le invita al practicante a recibir todas las imágenes, palabras o recuerdos que llegan, confiando en la comunicación con el inconsciente y la guía de la intuición.
Cuando lo realicé por sorpresa pude recordar un escena del colegio; estaba en una clase y me vi sentada junto a una profesora en el salón, ella hablaba muy bien de mí frente a todos mis compañeros y, mientras me halagaba y destacaba mis notas y trabajos, yo veía atentamente los ojos de molestia y fastidio de un niño que me gustaba en ese entonces.
Reconocí que a mis 9 años instauré inconscientemente una creencia en la cual ser halagada era un motivo de vergüenza. Confieso que hacer conciencia de este recuerdo, por más insignificante que parezca, me ha traído mucho alivio, y ese agobio por ponerme roja de manera involuntaria e incontrolable ha ido disminuyendo considerablemente.
Sé que, así como la vergüenza, hay muchas otras memorias y sensaciones que quiero entrar a revisar en todo el universo de mi subconsciente, pero con esta situación me probé a mí misma que no tengo que esforzarme mucho para cambiar aquello que aún me incomoda, solo basta con ver adentro y hacer conciencia de lo que hay en mí.
Paola A. León