Recuerdo que cuando vi la película Joker en cine llegué a mi casa directo a recostarme en la cama y, mientras todo daba vueltas alrededor mío, puse un pie en el piso para volver a anclarme en la tierra. Había recibido una sobrecarga de estímulos y de información.
Cada vez estoy siendo más susceptible a percibir estos estados, por suerte estar cerca de mi hermana, quién tiene más experiencia en el tema, y tener terapia, me ha permitido vivir con menos extrañeza estas sensaciones y conocer la sensibilidad de mi cuerpo para no llegar a estos puntos extremos que son tan contraproducentes para mí.
Generalmente, me sobreestimulan situaciones de alta presión y estrés, o periodos de atención muy prolongados en donde debo quedarme quieta sin mover mi cuerpo. Del mismo modo, cuando recibo mucha información a nivel sensorial o emocional tiendo a prender las alertas de dichas sobrecargas.
Reconozco que estoy allí porque siento rebotes y mareos. Mi mirada se vuelve plana e internamente siento una disociación corporal. En términos más sencillos siento que “me voy del cuerpo” y que mi entorno pasa frente de mí en cámara lenta, los bordes de los objetos se difuminan y las dimensiones de los espacios se distorsionan. Una imagen que quizás ilustra la sensación con más precisión es cuando tienes una radio cerca de sintonizar una emisora, pero el dial se queda oscilando en puntos inexactos generando un molesto ruido. La verdad es una sensación bastante desagradable, un tipo de embriaguez y letargo que me desubica completamente del entorno.
Con el tiempo he ido conociendo cómo y cuándo experimento estos estados y he descubierto que enraizarme y anclarme a la tierra es uno de los métodos más efectivos para regularme y retornar al equilibrio.
Dentro de estas técnicas de anclaje, también conocidas en inglés como grounding techniques, se encuentran actividades como descalzarse en la tierra o tocarse y apretarse el cuerpo para regular la sobreestimulación. Así mismo, en mi experiencia personal la comida me ayuda a anclarme en momentos de altas sobrecargas, incluso después de ser vegetariana por varios años volver a comer carne roja me ayudó a recuperar mi estabilidad tras un fuerte movimiento emocional en donde estuve disociada por varios días.
Junto a las técnicas de anclaje también hice un cambio de hábitos hacia el cuidado de mi cuerpo. Empecé a hacer más conciencia de cómo me alimento no solo con la comida, sino también con lo que veo y escucho a través de las pantallas. Evito las películas o las series que son intensas emocionalmente o que tienen mucha acción audiovisual. Igualmente, por las noches intento desconectarme del celular una hora antes de dormir y en la mañanas esperar a desayunar para prenderlo.
Poco a poco he ido aprendiendo a ir más despacio y no forzar a mi cuerpo a responder frente a estímulos que no soporto fácilmente. Ha sido un reto, lo admito, sobretodo porque muchas veces paso por encima de mi sensibilidad para quedar bien con otros o cumplir con lo que trae el día a día. Sin embargo, es un precio muy alto el que hay que pagar para volver a estar en equilibrio después de sentir la sobreestimulación, por eso cada vez procuro escucharme más para refugiar y respetar mi proceso y mi forma de sentir.
Sé que como yo hay muchas personas sensibles, que tienen sus propias formas de sentir, percibir y procesar la información, por eso creo que compartir estas sensaciones es una manera de acoger esas diversidades. También el hecho de poder compartir con niños bajo el espectro autista me mostró que la sobreestimulación y la alta sensibilidad es un gran desafío en una sociedad acostumbrada a la velocidad y el desenfreno, por ello visibilizar más el tema es un paso para crear entornos de contención y de anclaje más amorosos e inclusivos.
Paola A. León
@frq1320