Desde que era una bebé decidí salvar al mundo, decidí sentirme tranquila hasta que el otro estuviera bien y seguro. Escogí ceder mi parte o esperar al final de la fila para recibir lo que quería o al menos lo que quedaba para mí.

Cuando era una bebé presencié un abuso y, aún sin poder hablar para procesar y comunicar lo que pasaba, asumí el rol de la salvadora en compensación a la inmensa impotencia y culpa que pude haber sentido en ese momento, un rol que desde entonces me ha acompañado toda mi vida.

Siempre creí que solo bastaba con liberar recuerdos y “soltarlos al universo” para poder sanar y romper con patrones que se repetían una y otra vez, sin embargo, hace poco tiempo, cuando recordé este evento, pasó todo lo contrario. Empecé a experimentar una necesidad desenfrenada por salvar y ayudar de forma entrometida al otro, por sacrificar mis espacios y actuar creyendo que era yo la que sabía cómo se debían hacer las cosas para que funcionaran y estuvieran en armonía.

De pronto, la metáfora que me enseñó uno de mis mejores amigos se hizo realidad: “Si no tienes tu vaso lleno de agua y pretendes seguir dando de beber, lo único que vas a hacer es dar vidrios rotos de tu propio vaso”. Dicho y hecho, todo se volvió un caos. Las decisiones que tomaba a todo nivel abrían huecos gigantes que ni yo misma podía asumir, dejando secuelas y grandes impactos en las personas a quienes más amo. Así, el bienestar que quería para los demás en realidad estaba causando mucho daño.

Fue en ese punto cuando reconocí que actuar como la salvadora era un mecanismo de defensa y autoprotección que había construido desde pequeña de forma inconsciente. Detrás de este rol no había tanto una intención de buscar que el otro estuviera bien, sino un profundo miedo de volver a ser herida y sentirme impotente al presenciar actos de abuso y violencia. Por eso cada vez que se asomaba una situación de “peligro” o “sufrimiento” entraba a mediar, conciliar y mantener la armonía de las cosas.

Con estos reconocimientos también he encontrado que el haber asumido este rol fue perfecto y una de las mejores decisiones que he tomado para encontrarme a mí misma. De alguna manera mi niña me dejó un legado cargado de gran valía, para que yo misma pudiera hacer conciencia de la importancia de rebosar de amor por mi y confiar en la sabiduría del universo, junto con las oportunidades que nos da para que cada uno de nosotros nos amemos incondicionalmente.

Recibo este regalo con el impulso de llenar mi vaso y seguir enamorándome de quién soy. Quizás este proceso también me permita vivir el rol desde la luz, en una dimensión en la que el dar y el recibir se multipliquen desde el amor. 

Paola A. León