Cuando uno se va del país despierta la curiosidad de su círculo más cercano. No es que sea algo nuevo, pero ahora se volvió más común ver que la gente se está yendo, y no solo para conocer nuevos lugares y complacer ese deseo que al parecer todos tenemos de viajar. Está también la búsqueda de oportunidades ya sea para trabajar, estudiar, iniciar algún negocio o cambiar e iniciar una nueva vida.
Hace tres años salí de Colombia con destino a Turquía, un destino que para muchos ha sido extremo, exótico e inentendible, pero que yo no me pude sacar del corazón después de seis años de haberlo visitado por primera vez. Me acostumbré a responder -tanto aquí como allá- a las preguntas de por qué decidí ir, que por qué no elegí algo más cercano y fácil, que qué me pasó por la cabeza.
Fue un tiempo en que me dejé volver a seducir por la magia que hay en ese país, a pesar de que llegué como estudiante a Estambul, la antigua Constantinopla. Es inevitable no engancharse con tanta historia, con lugares antiguos como los bazares, las mezquitas y cientos de barrios llenos de olores, colores, sabores y sensaciones únicas. Además, tener el Bósforo a los pies y sentirse en medio de dos continentes es una vivencia excepcional. Cuando uno está ahí sabe que va a vivir una experiencia como fuera de este mundo.
Pero, luego de ese tiempo, comencé a ser criticada por mi decisión de volver a Colombia.
Claramente, después de varios años no soportaba estar tan lejos. No era solo el hecho de extrañar a mi familia, amigos y algunas comidas por supuesto; lo fue también el sentimiento de no querer sentirme más en un lugar tan diferente, bajo una cultura que seguía siendo ajena a mí y a mi historia. Me hacía falta el calor colombiano, la gente y sus ocurrencias, la manera en que vemos y vivimos la vida, la libertad que de alguna u otra forma hay en cada rincón aquí.
Además, había entendido que es válido recargar baterías, que estaba lidiando literalmente con una vida nueva, con una versión de mí que no paraba de cambiar y que necesitaba un respiro. También, había entendido que salir no significa que no puedo volver. Sé que para muchas personas sus vidas han cambiado y mejorado fuera del país, que regresar no tiene sentido, y eso es respetable, pero no todos lo vemos así.
Mi regreso a Colombia coincidió con la visita de mi mejor amiga en ese país: Pınar. Nos conocimos gracias a una amiga colombiana en común luego de que compartiéramos con su familia una de las festividades más importantes para los musulmanes: el “Kurban Bayramı” o la “Fiesta del sacrificio”. No lo dudé, pues solo tenía que ir a una ciudad que está muy cerca de Estambul, llamada İzmit, específicamente al pueblo de Belen, donde tienen una adorable y pequeña casa en medio de las montañas.
Pınar es una de las personas más increíbles que he conocido en el extranjero. Desde ese primer encuentro -en medio de comida tradicional de esa festividad como el cordero, baklava y té turco, el ambiente familiar y sus tradiciones que son tan únicas en Turquía y la desconexión en aquella zona montañosa de la región de Mármara- me impresionó por su disciplina y perseverancia con el español y con su sueño colombiano.
Así es. Llegué a su vida, así como otros latinos, casi como una coincidencia o, mejor dicho, como una señal de que siguiera con su sueño de visitar nuestro país.
Por su cuenta, Pınar ha estado aprendiendo español desde los últimos cinco años. Se ha ayudado, de manera muy disciplina y constante, con un cronograma repleto de actividades que a diario le exige dedicar parte de sus horas libres a practicar a través de canciones, videos de gramática, series y video llamadas con sus amigos latinos. Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue el amor que desde entonces ya tenía por Colombia, por un lugar del que apenas sabía por lo que investigaba en internet y preguntaba a sus conocidos.
En ese momento ya sabía expresiones como “No dar papaya”, además de que conocía canciones del Binomio de Oro de América, Los Diablitos, Carlos Vives y Shakira. A su vez, aprendió algunas cosas como que bailar es parte de nuestra cultura, que el café es muy famoso y que nos ofendemos con comentarios sobre el narcotráfico y sus personajes. Todos le preguntábamos con curiosidad que de dónde había aprendido todo eso.
Pero, en el fondo Pınar tenía incertidumbre por no saber cuándo podría venir, pues no es fácil por la distancia, los precios, su religión musulmana y sin saber cuál era el “momento indicado” que a veces creemos que hay para vivir estas experiencias. Aun así, siguió aprendiendo sin parar, buscando más conexiones y acercamientos para materializar poco a poco ese anhelo que la persiguió por tanto tiempo, como me pasó a mí con su país.
Y es que no es común encontrar muchas personas en Turquía que estén interesadas en Colombia, o eso es lo que erróneamente hemos estado creyendo. Sí hay muchas personas aprendiendo español e interesándose no solo en la cultura colombiana, sino también del resto de Latinoamérica e inclusive España. Pero, no es tan fácil encontrar en su país otros aspectos como, por ejemplo, comidas típicas y otros productos propios de la región que les brinden una experiencia más cercana.
Pese a ello, con el auge de las series turcas en los últimos años y, con estas, al incremento del turismo entre ambos países, así como el fortalecimiento de las relaciones bilaterales, es innegable que hay más interés por parte de las personas de saber y conocer más sobre estos dos lugares.
Así, Pınar finalmente cumplió su sueño y lleva más de un mes en Colombia, pues por cosas de la vida su vuelo de regreso fue cancelado y pospuesto.
Verla disfrutando tanto de Bogotá, más allá de las cosas negativas que escuchó y vio por internet y redes sociales, me hace sentir muy emocionada. No solo ha sido una oportunidad para comprobar con sus propios ojos y oídos todo lo que estuvo aprendiendo por años, sino que con su español perfecto y su curiosidad se ha adaptado muy bien a este lugar. En especial, ha disfrutado mucho de las frutas como la pitaya, papaya, guanábana y maracuyá, así como de las arepas con tinto. Quizás lo único que más se le ha dificultado ha sido vivir unas semanas sin pollo, pues no encontrar comida “halal” con facilidad ha sido diferente para ella.
He tenido el placer de recibir a muchos más amigos extranjeros en esta “caótica” ciudad y ha causado el mismo efecto en todos: ha sido un hogar, se han enamorado de todo y su paso por este lugar les ha cambiado la vida. De alguna manera yo también me he estado sintiendo como turista en mi propia ciudad, volviendo a descubrir lugares y disfrutando de hasta el más mínimo detalle. No soy la primera en decir que ver la ciudad con ojos de turista nos cambia la perspectiva de las cosas.
No obstante, no he dejado de saber que en parte es una ciudad difícil por los problemas que la aquejan, especialmente por la desmedida inseguridad, como también sucede en otras capitales del mundo. Pero es un lugar que también tiene lo suyo y que debemos resaltar, especialmente porque hay personas que quieren conocerlo y no es justo dañarles el sueño con esos aspectos negativos.
Quiero destacar la calidez del colombiano, es propia de nuestra naturaleza. Aquella frase de “Mi casa es tu casa” es la perfecta para definir nuestra hospitalidad, amabilidad y cuidado con los demás. Eso es algo que sé difícilmente encontraré fuera de mi país y que siempre termino extrañando, como sé que les pasa a todos los colombianos que están en otras tierras.
Esta es mi parte favorita de visitar nuevos lugares: las personas y amigos que encontramos.
Es emocionante saber que a donde quiera que vayamos también somos embajadores de nuestro país. Que, a pesar de los problemas y los aspectos negativos, somos una carta de invitación para todos aquellos que quieren pisar tierra colombiana; que también depende de nosotros hablar de lo bonito que es nuestro país y de todo lo que este puede ofrecer, porque no solamente son los lugares turísticos que hay por visitar y fotografiar, son también las vivencias y conexiones que se hacen para toda la vida. Y en Colombia somos expertos en dejar huella en cualquier corazón.
Pronto ambas regresaremos a Turquía y seguiremos viviendo este llamado de dos lugares que tanto amamos, pero que nos ponen en medio de una decisión inevitable.
Soy fiel creyente de que hay que seguir los llamados que los lugares nos hacen. Ellos saben cuándo hay que visitarlos, aparecen de repente en el corazón como una idea que no se va, nos envían señales por todas partes. A veces ni hace falta un motivo, simplemente se trata de tomar la decisión y prepararse porque probablemente cambiarán nuestro rumbo.