El fallo de la Corte Internacional de Justicia en la disputa con Nicaragua sacudió el ánimo de la Nación. Las encuestas reveladas la semana pasada mostraron un revés claro en el optimismo del país y una preocupante pérdida de confianza en la institucionalidad. Y aunque el gobierno actual jugó unas cartas que ya estaban echadas, la opinión lo castigó incluso en el manejo de las relaciones exteriores, tema en el que hasta ahora gozaba de niveles de aprobación que superaban el 80%.
Las secuelas de la polémica decisión impartida desde la Haya dejaron varias interrogantes. ¿Cómo es que nuestra política exterior nos condujo a esta situación? ¿Cuándo cedimos parte de nuestra soberanía a una corte foránea que pocos conocen? ¿En donde estuvo el error de la defensa jurídica? ¿Cuánta culpa tienen los distintos gobiernos que llevaron el caso? ¿Debe Colombia acatar o desacatar el fallo?
Aunque el país entero tiene opiniones al respecto, hasta ahora nadie tiene la respuesta.
Como es de esperarse cuando el nacionalismo se agita, los patrones políticos se vuelven ambidiestros mientras buscan la forma de congraciarse con sus clientelas sin contradecir a la mayoría. De repente, todos los comentaristas se convierten en estadistas que nos ilustran sobre lo que se ha debido hacer desde el comodo refugio de la retrospección. Mientras tanto, los verdaderos expertos en materia buscan vigencia desempolvando los conceptos en donde fueron los primeros en advertir el terrible futuro que nos esperaba.
El común denominador: nuestros «lideres de opinión» enfocan la mirada en el retrovisor. Pero si bien de la historia se aprende, la diplomacia es el arte de sentar las bases para el devenir futuro sobre la lectura de la realidad presente.
La ley internacional fue la gran apuesta de la generación de colombianos que presenció los horrores de las grandes guerras mundiales y que buscó en los escenarios internacionales la paz que nunca fue capaz de conseguir en casa. La diplomacia aspiracional ha marcado el proceder de la generación nacida en la posguerra que nos ha comprometido a todos en base a lo que quieren que seamos y no lo que somos. Bajo su mando, Colombia se ha comportado como una adolescente. Intenta ser adulta asumiendo obligaciones que su inmadurez aun no le permite cumplir, cediendo todo tipo de soberanía. A veces, hasta pelea a muerte con sus hermanos para luego sentirse mal y pedir perdón, perdiendo credibilidad.
La realidad es que tras una breve luna de miel hace medio siglo, la Corte Internacional de Justicia viene en declive, producto tanto de una pérdida generalizada de confianza en su imparcialidad, como de cambios sustanciales en geopolítica. Todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, salvo Gran Bretaña, se han retirado de su jurisdicción automática. La espada de la justicia internacional pocas veces se ha usado, ya que el Consejo de Seguridad puede pero no está obligado a hacer cumplir sus sentencias. Es decir, hoy no existe un consenso moral o legal que le de fuerza a sus decisiones.
La Organización de Naciones Unidas ha pasado de tener relevancia a inspirar reverencia, como una bonita tradición. Con cada acción militar unilateral de los grandes poderes y el surgimiento de nuevas organizaciones regionales, la ONU se ve cada vez está más debilitada. Hoy las grandes decisiones del mundo se toman en reuniones de selectivos bloques económicos y militares a los que sólo se puede entrar con invitación privada.
Nuestros vecinos, ya sea por acción u omisión, albergan a quienes atentan contra nuestra institucionalidad democrática con violencia y terror. A lo largo y ancho de América Latina, una ola de caudillos con delirios de grandeza desdibuja la definición de la democracia para legitimar la tiranía de su populismo autoritario. En el mundo, la democracia liberal que, con suprema generosidad, protege a las minorías de las pasiones de las masas está amenazada por gobiernos que celebran elecciones sin celebrar la libertad.
A medida que la población mundial sigue creciendo, los recursos de la tierra se van disminuyendo. Las fuentes de energía y alimentos ya no abundan, y los países poderosos están fijando sus miras en los más débiles para satisfacer sus necesidades. El mar cada vez está adquiriendo una importancia mayor que aun no comprendemos.
Así que esto no se trata de unos pescadores, ni lo de lo que se ha debido hacer, ni de las opiniones de ex presidentes viudos de poder.
Llegó el momento de levantar la cabeza y hacernos las preguntas difíciles, las que realmente importan porque definirán nuestro futuro. ¿En el siglo XXI, qué va a conducir la política exterior de Colombia? ¿Valores o intereses? ¿Idealismo o realismo?
El mundo es complejo, el juego es largo y las reglas están cambiando constantemente. Por eso, es importante que procedamos con cabeza fría, porque en un país como el nuestro, rico en recursos y con una posición geopolítica privilegiada, es claro que la política exterior no puede ser reflejo de la volátil política interior. Tenemos muchas diferencias, pero un solo país y debemos avanzar unidos, firmes en nuestra tradición democrática, hacia una nueva política exterior de estado que garantice nuestros intereses.
@CamiloDeGuzman
Nota Bene: Cambiar el modelo de recolección de basuras, con base en dogmas ideológicos y no en criterios técnicos, sin análisis previo y sin debate público, es una improvisación que nos puede salir muy costosa a los ciudadanos de Bogotá.