En nuestra sociedad nadie es responsable de nada. Las cosas siempre «se refunden» o «se dañan»; nadie las pierde ni las rompe. Los niños no pierden el año por no estudiar sino que los profesores «los rajan» porque les «tienen pique». Las instituciones son las corruptas y no las personas que hacen trampa. Y así es todo.

En una movida muy conveniente hemos colgado un chivo expiatorio en nuestras mentes; una especie de piñata imaginaria a la que le damos palo; un mecanismo que funciona como válvula de escape y nos absuelve de toda culpa; una abstracción para exteriorizar nuestras falencias como sociedad. Algo que llamamos «el Estado».

La verdad es que al final del día, todos terminamos siendo responsables por todo; al menos, financieramente.

Cuando jueces parcializados condenan al Estado por hacer o no hacer, todos pagamos; cuando el Estado no sirve al público, todos nos vemos forzados a buscar educación, salud y vigilancia por nuestra cuenta. Cuando «se pierden» los recursos que contribuimos, nadie responde excepto nosotros y, cuando a líderes populistas les da por «aprender jugando» con nuestro dinero, todos pagamos los platos rotos y; de paso, les salimos debiendo.

Vale la pena preguntarnos si estamos dispuestos a seguir pagando el autoengaño más caro de la historia, con tal de poder seguir sintiendo que tenemos las manos limpias para señalar.

Parecemos adictos a un modelo que, por bien intencionado que sea, no nos ha funcionado. Todos sabemos cual es el problema pero somos incapaces de cortar el chorro. ¿Por qué?

En las últimas décadas, el discurso sobre lo «social» se tomó la política colombiana de izquierda a derecha, y en teoría, ¿quién podría estar en desacuerdo con tan loable y abstracto fin? Así tomó vuelo la idea de que nuestro bienestar depende de la dirección del estado.

Pero en la práctica, más que resultados, lo que hemos visto es como políticos de lado y lado han usado las buenas intenciones como pretexto para imponer un modelo que agranda su poder a costa del ciudadano. El resultado: un estado que brilla por su ausencia a la hora de cumplir sus funciones básicas pero que abunda y estorba en donde no debe estar.

Como nadie es responsable, los pocos políticos que se destacan en este desgastado modelo culpan a los ciudadanos que no sabemos elegir por la corrupción, el clientelismo y el mal gobierno. Y su propuesta, por supuesto, es darles más recursos y más poder a ellos, los buenos, pues en el modelo estatista, los políticos -ya sean buenos o malos- nunca pierden, y los fracasos de la burocracia se solucionan con más burocracia. El mundo al revés.

Entonces, como advirtió Gómez Dávila, surgen dos clases: una que paga impuestos y otra que vive de ellos, todo en nombre del bienestar. Y perdemos fe en la democracia cuando el problema es el actual modelo de gobierno.

Es por esto que la novedad más interesante en estas elecciones es una candidatura que, por primera vez, no promete soluciones a todos nuestros problemas; que no se trata de llevar una persona al poder sino de empoderarnos a todos, que en lugar de pedirnos que confiemos en otro político más para mejorar nuestras vidas, nos reta a que nos atrevamos a confiar en nosotros mismos; y que en vez de pedirnos votos y más recursos, propone votar por nosotros para devolvernos el control sobre nuestro bienestar.

En un país en donde todas las propuestas se basan en el poder del Estado, esta candidatura propone basar el cambio que necesita Colombia en el poder de las ideas, pues entiende que las grandes transformaciones no surgen de elegir otros gobernantes sino de cambiar nuestra forma de pensar. Nos reta a ver que nosotros mismos somos el problema, y también la solución, y qué estamos listos para retomar las riendas de nuestros destino.

Esta candidatura representa ideas para la libertad que compartimos millones de personas alrededor del mundo. Un movimiento que está creciendo en América Latina como alternativa a la imposición estatista que empezó «siendo una hermosa posibilidad, y luego, [al] envejece[r], [ha sido] usada para la tiranía, para la opresión», tal y como lo predijo Borges.

Representa una visión optimista, que cree que los ciudadanos, y no la burocracia, somos los ejes del progreso y el bienestar; una visión moderna, que piensa que, gracias a la tecnología, nunca hemos tenido tantas herramientas para aprender, colaborar, e innovar para cambiar nuestro entorno y mejorar nuestras vidas por medio de asociaciones voluntarias. Una visión justa, que reconoce que la igualdad de oportunidades, y no los privilegios otorgados a diestra y siniestra, ni tampoco la igualdad impuesta, son la mejor forma de fomentar el progreso.

También representa una visión pragmática, que cree que una ciudadanía inter-conectada, activa y vigilante es el medio más rápido y efectivo para fomentar un mercado responsable; una visión consecuente, que reconoce que los individuos crecemos cuando somos libres para cometer errores y aprender de ellos; una visión que, en lugar de seguir buscando culpables en el pasado, nos propone asumir la responsabilidad por nuestro futuro eligiendo ser libres por medio de un voto que exprese mucho más que un inútil inconformismo.

Nota bene: En estas elecciones a la Cámara por Bogotá, este liberal marcará un voto libre por las ideas expuestas anteriormente, impulsadas en esta ocasión por el doctor Daniel Raisbeck, paradójicamente, desde el Partido Conservador.