«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.» Es como si Dickens estuviera entre nosotros, leyendo Twitter en plena campaña presidencial.

Estas palabras seguramente serán interpretadas por cada lector como una reivindicación de su postura, la prueba de que tiene la razón. Eso es lo que hace de la política algo tan ingrato y a la misma vez tan noble: nuestra tendencia a confundir la convicción personal con la verdad, especialmente en sociedades tan pasionales como la nuestra y en una segunda vuelta presidencial. Por eso no pretendo convencer a nadie con esta reflexión sino simplemente compartir mi punto de vista.

La nobleza de la política está precisamente en que no resiste una verdad absoluta. Aunque parezca una lucha a muerte, la política es producto de la diferencia, es un medio para tramitarla y poder convivir. Es la forma de evitar los conflictos violentos. Es la vía para construir consensos que nos permitan avanzar. Sin diferencia no hay política, sin desacuerdo no hay debate. Y la línea entre la política destructiva y constructiva está en cómo manejamos el disenso.

Por eso votaré por Iván Duque. No me gusta el fanatismo o la forma de hacer política de algunos que lo rodean. Tampoco comparto todas sus posturas ni las de su partido. Pero me gusta como él interpreta y gestiona la diferencia. Comparto su invitación a construir y no destruir, a enfocarnos más en los que nos une que en lo que nos divide, a pasar la mirada del espejo retrovisor al horizonte que nos espera y a entender que el futuro es de todos.

Pienso que el país necesita un líder moderado que promueva unidad y no división. Por eso rechazo como Gustavo Petro busca dividirnos entre «decentes» y «corruptos», entre «ciudadanos libres» y «vendidos», entre «progresistas» y «retrogradas», planteando la elección como un falso dilema entre «el cambio» o «avalar todos los males de nuestra historia», entre «la guerra» o «la paz». No acepto ese marco interpretativo simplista y binario. No comparto esa interpretación tan destructiva de la diferencia. Tampoco olvido que en materia de corrupción ningún sector está libre de pecado, especialmente la izquierda que saqueó a Bogotá, Brasil, Argentina y Venezuela, hecho que Petro convenientemente omite de su discurso.

Me considero una persona decente y mi voto siempre ha sido libre: el primero, que fue por Uribe en 2002; el que no pude marcar en 2006; los que deposité por Pardo y luego por Mockus en 2010; y los que marqué por Santos en 2014 y por el Sí en 2016. De pensamiento, me considero liberal (pero no como el partido en cuya lápida se lee «afiliado a la Internacional Socialista«). Defiendo la libertad económica y las libertades civiles. Creo en una Colombia con libertad, orden y oportunidades. Dependiendo del tema, algunos me ven a la derecha y otros a la izquierda. Yo me veo en el centro.

En Duque reconozco una visión económica liberal que entiende que un mundo globalizado exige reglas estables, un esquema tributario más simple y competitivo, y una justicia eficiente para atraer inversión; que sabe que el progreso llega de la mano del emprendimiento y que la inversión es el medio para diversificar nuestra economía y reducir la dependencia del petróleo, aumentando el turismo, la agroindustria, los servicios y las industrias creativas, como fuentes de ingresos sostenibles.

En Duque veo un talante liberal y confío en que respetará las libertades civiles que hoy garantiza la Constitución y la ley. Le creo cuando dice que respeta el derecho a la intimidad y la igualdad de derechos civiles y patrimoniales. Tampoco siento que represente una amenaza ni para la libertad de culto ni para la institucionalidad laica. Me gusta que respete la libertad de prensa y de expresión, y que crea en la neutralidad de la red. Y aunque difiero de su visión en materia anti-droga, entiendo que en política no se puede estar de acuerdo en todo.

Como él, creo que debemos superar el debate suma cero entre izquierda y derecha. El proyecto de las «Empresas B» es un buen ejemplo. Rompe los viejos y falsos antagonismos entre el capital y el trabajo, las empresas y la sociedad, lo público y lo privado. Reconoce que todos dependemos de todos y que el crecimiento sostenible no proviene de extraer y exprimir sino de generar valor para compartir valor. Y proyecta al emprendimiento como un medio para solucionar los problemas sociales.

Con su talante moderado y optimista, Duque ha derrotado a los extremos una y otra vez a lo largo de esta campaña; y después de derrotarlos, no los marginó sino que logró unirlos, suavizar sus posturas y encontrar puntos en común para sumar a millones de colombianos más. Eso me genera confianza en que logrará hacer lo mismo de ganar la segunda vuelta.

Comparto su urgente llamado a abrir un debate para reformar la justicia. La falta de justicia es hoy el principal problema del país. Es la fuente de la corrupción, el semillero de las vías de hecho, el complice del fraude, el verdugo de los derechos y un obstáculo a la convivencia pacífica. Es la razón por la cual la gente ya no cree en las instituciones. Basta con ver las cifras:  99% de los delitos quedan impunes. Y superar esta crisis requiere de una apertura a la autocrítica, a explorar nuevas ideas, y no una defensa dogmática de un modelo «ideal» en el papel, que fracasó en la práctica.

Estoy convencido de que Duque no jugará con la paz. Siempre he apoyado el proceso de paz. Pero también debo admitir que marcar el «Sí» no fue tan fácil. No porque sea ajeno al costo de la guerra -como millones, soy víctima- sino porque el balance entre justicia y paz es complejo. Nadie quiere más víctimas por no ceder nada, ni tampoco nuevas violencias por ceder demasiado. Puedo vivir con una paz generosa, pero no quiero un revisionismo histórico en el que los victimarios terminen de héroes, lo injustificable se justifique y quienes intentaron imponer sus ideas con armas y violencia pretendan darnos clases de democracia. Por eso, creo que el próximo Presidente debe aplicar con firmeza lo que se acordó con inmensa generosidad.

Me da tranquilidad ver que a pesar de deberse a Uribe, Duque ha logrado trascenderlo sin enemistarlo. Y que a pesar de deberse también a Santos, tuvo el carácter para hacerle oposición (una mucho más leal que el resto de su bancada) cuando lo consideró necesario. Al final, pienso que Duque será un punto medio entre Uribe y Santos, y eso me parece bueno. También interpreto sus 7,5 millones de votos (Uribe obtuvo menos de 1 millón y el Centro Democrático 2,5 millones el 11M) como un llamado necesario a la moderación y al relevo generacional.

Pienso que la gran mayoría de los colombianos queremos lo mismo. Libertad para construir nuestro proyecto de vida de acuerdo a nuestras creencias. Educación y oportunidades para forjar nuestro propio destino. Seguridad y justicia ante atropellos y fraudes. Solidaridad y ayuda en la vulnerabilidad, la enfermedad y la vejez. Las grandes diferencias no están en lo que queremos sino en cómo alcanzarlo.

Duque representa la opción de tramitar nuestras diferencias dentro de un marco de respeto a las instituciones y la ley. Petro representa lo contrario: un caudillismo mesiánico y subversivo, al que la ley y las instituciones solo le sirven cuando el resultado le favorece. Duque propone un programa respetuoso de la libertad mientras que el autoproclamado «liberalismo» de Petro no es más que un truco vacío de mercadeo para desligarse del desgastado socialismo que ha defendido y apoyado en las últimas décadas. En Duque veo un líder capaz de unirnos. En Petro veo el populismo divisivo y destructivo que tanto daño ha hecho en América Latina y que hoy amenaza la estabilidad mundial, por más que él lo cubra con un velo de «paz y amor».

Colombia ha logrado enormes avances en los últimos 16 años. Son pocos los indicadores de calidad de vida que no han mejorado. Somos una sociedad menos violenta y con más libertades. Hemos fijado la educación como prioridad. Tenemos más inversión, más empleo y mayores ingresos. Nuestra infraestructura se está modernizando y el país está conectado a la tecnología. Por supuesto, hay muchos problemas por resolver, algunos de ellos críticos. Pero eso no amerita dar un salto al vacío, ni patear el tablero y mucho menos pretender refundar la Patria. Mi voto es por seguir construyendo sobre lo construido, resolviendo los problemas que debemos resolver sin perder de vista las oportunidades y el futuro.

Sigamos la conversación en Twitter: @CamiloDeGuzman

Nota bene: Entiendo el anti-voto. Lo que no entiendo es que quienes más defienden la paz no estén dispuestos a hacer las paces con el uribismo en un momento que exige superar las rencillas personales y políticas en pro de la reconciliación nacional.