Aroma y sabor hablan de generosidad, hospitalidad, amistad, de la conversación sencilla, de la tradición.
El café árabe se distingue porque contiene cardamomo semilla de la planta de jengibre que crece en el Oriente de India y se usa como condimento y medicina natural.
Por centurias, ha sido la bebida favorita de los beduinos del desierto, quienes lo consumen en pequeñas cantidades durante todo el día. Apenas ven venir a un visitante, se apresuran a preparar una nueva jarra de café para compartir con el recién llegado.
El grano de café se tuesta en una sartén plana, al calor una fogata que se mantiene encendida todo el día. Luego se muele en un mortero de cobre, como señal de bienvenida para el visitante. Mientras el café se tuesta, el anfitrión hace ruido con el mortero para invitar a quienes estén cerca para compartir el café fresco.
Luego vierte el café molido en una jarra de cobre, llamada «dalá» en árabe, a la que añade agua hirviendo y cardemón. Deja la bebida asentar por unos minutos, mientras el visitante termina de intercambiar saludos y se instala junto a sus anfitriones alrededor de la brasa.
El anfitrión toma en una mano la jarra de café y con la otra mano va repartiendo pequeñas tazas con la bebida caliente. Repetidamente rellena las tazas, hasta que los invitados agita la taza en señal de que ha tenido suficiente, de lo contrario su anfitrión seguirá sirviendo sin parar.
Se asegura que el café es original de las montañas de Etiopía, en el norte de África. Fue introducido en el mundo árabe a través del Yemen hace más de 600 años y de allí a Europa y el resto del mundo.