Mientras Oriente Próximo se desgarra en guerras intestinas entre sectas religiosas, el histórico voto femenino en el Reino de Arabia Saudita, efectuado en diciembre pasado, se alza como un rayo de esperanza para esta parte del mundo.

Sin embargo, sin hacer muchos aspavientos ya hay al menos 18 mujeres ejerciendo funciones en diferentes municipios sauditas.

El avance también se dio por el número de féminas que fueron a las urnas: 130.000, según autoridades locales.

Ese gesto de poder elegir y ser elegida en cargos públicos fue un paso gigantesco hacia el reconocimiento de los derechos de las mujeres en el país árabe, caracterizado por tener una de las posiciones más conservadoras y radicales de esa parte del mundo. Es cierto que la medida electoral fue limitada.

A las candidatas a cargos públicos se les negó el derecho a hacer campaña, hacer propaganda pública o asistir a eventos electorales.

Pero se trata de un pequeño avance y todo avance es bueno. Todavía les queda ganar muchas y más duras batallas en la defensa de sus derechos como ciudadanas sauditas hasta lograr igualdad de condiciones con sus pares masculinos.

La prensa internacional hace la salvedad de que las mujeres que participaron en estas elecciones apenas representan el 6 por ciento del electorado.

O sea solo 900 féminas frente a 7.000 hombres para 3.100 puestos de elección popular.

 

 

 

Las opciones reales de triunfo parecían limitadas. Todos saben que las mujeres sauditas no pueden manejar vehículos, conviven en una sociedad segregada por sexos, además de requerir autorización de padres o esposos para hacer cualquier cosa, por considerarse “menores de edad”.

Las mujeres no pueden interactuar con hombres que no sean de su familia; tampoco pueden probar ropa en las tiendas que van a comprar; nadar en piscinas públicas o participar en competencias deportivas.

Todo eso es cierto, pero no deja de emocionar que poco a poco se den gestos de este tipo. Hay que empezar por algún lado.