Volví al escribir cuando ella probó la petite mort. Sí, la petite mort otra vez, pero esta vez no era yo quien deambulaba por el placer del orgasmo; era ella, y vaya como la envidiaba, apenas si lograba recordar las noches cuando él y yo nos disfrazamos para recibir el éxtasis de la noche.

Por esos días transitaba por la poesía, los versos de Gaspar, el buen sexo, un par tragos, él y yo, o… yo y otros, el resultado de la ecuación era el mismo: una memorable noche.

Al parecer mi escritura funciona al compás del sexo, un engranaje para que fluya la verborrea que a diario me atraganta.

¡Cómo envidio a ese par que esta noche me desvela con sus gemidos! Y qué decir del esquizofrénico movimiento que devela el velo de su ventana. ¿Voyerista? Tal vez.

Foco de tenue luz color magenta, un cuerpo delgado, movimientos que van y vienen al ritmo de los tonos morados que titilan en su ventana. -Los vecinos deben estar espantados, pienso-  pero yo… disfruto de la escena que escucho. Quizá hasta lo desee, quizá me encantaría estar en su lugar y jugar como lo hace ella con él.

¿Por qué no describir el instinto que me invade? ¿Y si tengo pareja? ¿Es cosa de infieles desear lo que hoy deseo? Tantas preguntas sin respuestas claras… esto de ser adulto es tan aburrido que ni siquiera el sexo es placentero.

Mi cabeza viaja, me lleva a esos días donde la vida era sencilla, donde corrías para tener una excitante cita, de esas que sabías que terminaría con un gran orgasmo, de esas, donde no sentías el peso del lunes.

MG.