Por F.M.J.
Hoy vamos a hablar un poco de La Paz. Pero ojo: no se confunda con la capital de la República de Bolivia. La Paz con mayúsculas que mencionamos es aquella que anuncian los comerciales de televisión, esa que se vende en los puestos de revistas, esa que mencionan tanto las canciones protesta como los jingles publicitarios. Esa Paz que nunca pasa de moda en nuestra querida patria Loop, en especial porque resulta tan exótica y desconocida para los colombianos como una aurora boreal.
Sin embargo, es durante periodos electorales, como los que corren, cuando La Paz se encuentra siempre en su nivel más alto de popularidad y una extraña fiebre se apodera de los candidatos presidenciales, que convierten esta pequeña palabra de tres letras en su credo y máxima durante algunas semanas, para luego regresarla al cajón polvoriento de dónde la sacaron.
Y es también durante estos periodos, cuando el electorado escucha hablar de esta palabrita misteriosa sin saber a ciencia cierta ¿qué demonios es La Paz? Al fin y al cabo todos los colombianos que vivieron antes de La Violencia (también con todas las mayúsculas del caso) o están muertos, o demasiado viejos como para interesarse en política o para desplazarse hasta un puesto de votación para sufragar.
Las generaciones que podemos e iremos a votar el próximo 15 de junio no hemos conocido un solo día donde “reine” La Paz. Por ende, el único paradigma histórico que rige nuestras vidas es el de La Violencia. Pero ojo: no se confunda de nuevo, pues la premisa del presente escrito no es que seamos un país mayoritariamente “violento”.
Tal vez a los colombianos si nos guste un poco darnos trompadas cada vez que estamos borrachos o matar al marrano que se convertirá en lechona utilizando un destornillador. Tal vez si repartamos generosamente patadas a nuestros contrincantes cada domingo de fútbol en el parque. Tal vez seamos capaces de fundir el pito de nuestro carro cada vez que alguien se nos atraviesa con su respectivo vehículo sin mediar advertencia o seña, y perdamos la voz profiriendo insultos al conductor agresor, recordándole a su madre sin clemencia. Tal vez si seamos un poco apasionados y nuestras formas de catarsis nacional un tanto “indelicadas”. Pero bajo ninguna circunstancia se nos debe estigmatizar como individuos “violentos por tradición” o “asesinos por naturaleza”.
El problema radica en que no tenemos idea de lo que podría ser “La Paz”. Cada cual se la imagina diferente, algunos roja, otros azul, otros se la imaginan con forma de paloma, otros con forma de sapo, otros con forma de elefante. En realidad no importa cómo la estemos imaginando, el principal problema es creer que existe la posibilidad de “vivir en Paz”.
La sociedad colombiana pareciera estar dividida en tres grandes grupos. El primero, los que creen en La Violencia, ya sea por intereses económicos, fanatismos religiosos o tradiciones políticas. El segundo los que creen que creer en La Paz es un ejercicio inútil y por lo tanto permanecen indiferentes a la espera de unas elecciones donde se echa a rodar la ruleta nuevamente y la suerte diga la última palabra. Y el tercero, los que creen en La Paz con una fe casi de santo(s), desde sus burbujas personales, polichadas e ilustres.
¿En cuál grupo está usted?
P.D: Tal vez lo que se necesita para que venga La Paz, es que todas las Claras López y todos los Álvaros Uribes de este país vuelvan a enamorarse otra vez. Al menos ayudaría bastante…
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