Por F.M.J.

Estamos felices con el desempeño de Colombia en el mundial de fútbol. 20 años después, todos los que vimos nuestras infancias destrozadas por el fracaso rotundo en EE.UU, comenzamos a sentir un ligero alivio, un pequeño exorcismo de los demonios que nos han atormentado estas dos décadas.

Las razones que provocaron aquel fiasco son cada vez más de dominio público: la incidencia del narcotráfico, las amenazas de muerte a los jugadores, la expectativa desmedida, la inexperiencia del equipo técnico, el subdesarrollo mental, entre otras.

Hoy, la selección de fútbol está en boca de todos gracias a sus históricos nueve puntos en la fase de grupos, a la habilidad de sus jugadores y la sabrosura con que celebran cada gol. Este protagonismo ha atraído comentarios predecibles por parte de personajes detestables del primer mundo, como la ex-embajadora de UNICEF, Nicolette Van Dam, o los locutores radiales australianos, Matt Tilley y Joe Hildebrand.

Es natural que nuestro país se relacione con el narcotráfico y la cocaína, siendo potencia mundial en la materia durante décadas. Sin embargo, parafraseando al infame Miguel Nule, la condición mafiosa es inherente al ser humano y debería extenderse a muchas más latitudes y sectores de la realidad, empezando por la propia organización responsable del campeonato mundial de fútbol: la FIFA.

La manera como esta multinacional “sin ánimo de lucro” llena sus arcas de forma exponencial, interviene sobre las propias leyes de los países para beneficiar a sus patrocinadores oficiales, amaña partidos para ayudar a ciertas casas de apuestas o recibe sobornos para adjudicar “a dedo” las sedes futuras del máximo torneo del “balompié”, son comportamientos dignos de cualquier cartel colombiano de la época dorada del narcotráfico, la misma de USA 94.

Podríamos seguir el recorrido a lo largo y ancho del planeta, encontrando otros nombres con siglas de ilustres carteles como la OMS, el FMI, el G8, etc., controlados por los países que extienden un dedo acusador hacia Latinoamérica por abastecerlos de incontables toneladas que han significado el fin de millones de tabiques en Europa y Norteamérica.

Por lo pronto, salgo para el supermercado a llenar un par de carritos con copiosas cantidades de alcohol, pues el IDEAM ha pronosticado una nueva ley seca para este sábado, en el que podremos atentar una vez más contra nuestros hígados, sea por la gloria o el despecho.

Luck and death.

 

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