Por F.M.J.

Mañana será otro día en la patria seca. Aunque, pensándolo bien, para algunos cuántos no lo será. Tal vez sea el último de sus vidas. Todo depende de las piernas musculosas de once y pico de colombianos que saldrán a jugar el partido más importante en la historia del fútbol nacional.

En ausencia del pulpo Paul, es imposible vaticinar el resultado final, más aún teniendo en cuenta que la selección “cafetera” actúa en calidad de visitante, con (casi) toda la hinchada en su contra, sin contar a los árbitros, los policías, los camarógrafos, etc.

Sin embargo, en el caso eventual de que nuestros jugadores logren superar todos los obstáculos presupuestados, si es posible vaticinar al menos un tipo de resultado: la celebración dejará más de un muerto.

No es mi propósito malgastar su tiempo, amable lector(a) con otro discurso/regaño moralista sobre por qué los colombianos no sabemos festejar un triunfo. Eso se lo podemos dejar a los viejos y a los menos viejos, las generaciones de nuestros padres y abuelos, que todavía se aferran a la creencia de que en Colombia se podía vivir en paz, que este era un país de buenas costumbres, de honor, etc.

Pero se les olvida a los abuelos el haber crecido durante un oscuro periodo de la historia patria donde los muertos a machetazos no se contaban por docenas, sino por decenas de miles. Y nuestros padres por su parte, parecieran ignorar que su generación parió genocidas como Pablo Escobar o Salvatore Mancuso, que organizaban masacres por puro deporte.

El error que cometen aquellos que se escandalizan por los muertos de cada partido, es pensar que el responsable directo es el fútbol. El problema radica en que nuestro desempeño en este deporte ha progresado a una velocidad notablemente mayor que el progreso de nuestra sociedad.

Los ingredientes de este monstruoso coctel son: intolerancia, abundante alcohol de dudosa procedencia, armas blancas de fácil acceso, histeria colectiva e ineficacia policial. Dicha receta se prepara a lo largo y ancho del territorio colombiano, no solamente en tiempos de mundial, también en fiestas patronales, carnavales, matrimonios, primeras comuniones, etc.

Solo nos resta esperar el pitazo final del partido, para saber si despertaremos del ensueño colectivo, cuando esta montaña rusa termine contra una pared, o por el contrario seguiremos embriagándonos de victoria (y otras cosas más) para exacerbar los ánimos y seguir sumando viudas y huérfanos al marcador nacional.

PD:

 

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