Por A. Moñino

Habría que admitir de entrada que el fútbol profesional es un negocio privado en Colombia, y punto. Sólo que es un deporte de tanta popularidad que la gente siente que esos barrigones de bigote y corbata que manejan este deporte tienen alguna responsabilidad con los hinchas, y pues creo yo que no es tan así, más allá de aquella frase de cualquier negocio que dice “el cliente siempre tiene la razón”, aunque en Colombia ni tanto.

Digamos que lo sencillo, aunque improbable, sería que todos los fanáticos del fútbol cansados de tanta mediocridad nos volviéramos hinchas de la pelota vasca o del bádminton, a ver si entonces a los dueños del fútbol no se les despeina el bigote y ahí sí empiezan a fomentar un espectáculo de calidad, no sólo para sus bolsillos, sino para la estructura deportiva del país. Pero ya sabemos que la fanaticada de cualquier manera seguirá pegada así pongan a rodar un balón de playa en una cancha de tierra y ahí es donde los barrigones de bigote tienen el sartén por el mango, un sartén viejo y roto, pero eso no importa.

Y ellos lo saben bien, por eso lo último que les importa es hacer una competencia “justa” o promover clubes de fútbol con condiciones laborales dignas para sus empleados y, por lo tanto, un torneo de calidad es lo que menos les interesa, por supuesto siempre y cuando sus bolsillos y prominentes barrigas no lleguen a estar vacíos.

Ese desinterés por lo verdaderamente importante, por lo que pueda generar un cambio real en el fútbol, queda muy claro en la decisión que acaban de tomar: subir en grúa a la A, pasándose por la galleta a otros equipos chicos que procuran ganar en la cancha, a dos equipos de los “grandes” (aunque esa palabra sea un mal chiste) con la ilusión de que lleven a los hinchas que les queden a los estadios desiertos, pues a punta de partidos Fortaleza-Patriotas o Águilas Doradas-Uniatónoma no se recauda ni para pagar la factura del agua. Valga aclarar que los equipos anteriormente mencionados no tienen la culpa de lo que pasa, por el contrario, tienen todo el mérito de hacer bien su trabajo y aprovechar un torneo muy flojo para competir de tu a tu (valga el cliché futbolero) con los equipos dizque “grandes”.

Pues bien, trepados en una grúa volverán dos equipos que alguna vez estuvieron en la categoría A y me temo que eso no mejorará nada distinto a los bolsillos de los panzones bigotudos. Me atrevo a pronosticar que los estadios seguirán vacíos, que los equipos colombianos en las competencias continentales seguirán siendo eliminados por esos otros equipos con nombre de persona o soldado (César Vallejo, Coronel Bolognesi, General Díaz, etc.) y que el negocio seguirá marchando sin problema para los dueños, obviamente con sueldos de hambre para los jugadores y otros involucrados y un espectáculo medio triste para los hinchas.

Mi simpatía futbolística siempre ha estado con el América, aunque últimamente cada vez menos, porque la vida trae suficientes decepciones como para sumarle otra más por cuenta de once tipos en pantaloneta con ganas de triunfar, pero muy pocas herramientas para hacerlo. De hecho, pensaría que con esta chambonada que se acaba de inventar la Dimayor, mi interés será todavía menor y procuraré no hacerles el juego a esos señores que sólo quieren tener un negocio próspero aunque nos den muy poco a cambio. El único problema es que si vuelvo a sentir la alegría que me dio el América en ese partido de la Copa Libertadores de 1996 cuando eliminó a Gremio, posiblemente todo esto que he dicho con cabeza fría será olvidado en un segundo y en eso radica lo fácil que resulta para los directivos manejar todo a su antojo, al final juegan con el corazón y la ilusión del hincha. Creo que va siendo hora de ilusionarnos con cosas con más sustento, por lo menos mientras como clientes obtengamos algo a cambio de ese negocio que es el fútbol en Colombia. Y pensar que hay unos que se matan por todo eso…

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