La semana pasada la capital sufrió varios ataques con petardos que nos hicieron recordar la horrorosa época de los años noventa cuando reventaban bombas como si Pablo Escobar jugara estallando papel burbuja, con el agravante en la actualidad que en redes sociales el chisme de amenazas se vuelve masivo en cuestión de segundos y se viraliza tan fácil entre tontos como cualquier foto de un vestido azul con negro ¿o blanco con plateado?
Ante la reacción oportunista de algunos candidatos a la alcaldía de llegar al lugar de la explosión a tomarse fotos, porque nada más tendrían que hacer allá diferente a posar como salvadores de Bogotá, realmente se hace muy difícil evitar el chiste fácil y de doble sentido de adjetivarlos, aprovechando la fatal coyuntura, como “petardos”, esa palabra que suena tan bien para describir a un pendejo, mentecato, bobo, estúpido, imbécil, idiota, tonto, cretino, zopenco o como prefiera usted llamarlo.
Pues son ellos, los petardos, quienes pretenden “arreglar” el desastre que es Bogotá hoy en día, percepción en la que casi todos los habitantes de esta ciudad coincidimos. Hasta ahora no han sido muchos los debates y la exposición clara y pública de ideas frente a los muchos problemas que aquejan a la capital, pero lo que sí se va vislumbrando fatídicamente desde ya son los apoyos que tienen los candidatos para llevarse el anhelado botín: un lugar en el Palacio Liévano, sede de la alcaldía.
Y es bien sabido que este cargo, más allá de la filantrópica y falsa promesa por arreglar la vida de los bogotanos que van escupiendo por doquier todos los candidatos sin el mayor sonrojo, es un pedestal ideal para hacerse al poder que tantos añoran para enriquecerse, escalar a la presidencia, poder robar con tranquilidad recursos públicos, evadir la justicia a cambio de favores y/o puestos, o cualquier otro fin real aunque no admitido, pero siempre nefasto.
Es así como los principales candidatos, para poder ganar el premio gordo, le venden el alma hasta al diablo encarnado en los politiqueros de siempre. Veámos algunos ejemplos.
Oscura López
Empecemos por quien lidera las encuestas: Clara López. Esta señora, que con su voz pausada y su actitud tranquila no fue muy vehemente ni para denunciar al ladrón del siglo en Bogotá, su copartidario Samuel Moreno, es esposa de un concejal que, vaya sorpresa, también estuvo involucrado en el vergonzoso tema del carrusel de la contratación. Pero como si esto fuera poco, ya se rumora que, además, tiene el apoyo de Ernesto Samper, uno de los más nefastos presidentes de Colombia en la historia reciente, entre una lista de presidentes verdaderamente nefastos, que valga recordar, además, también apoyó en su momento al preso Samuel Moreno.
En elecciones todos los politiqueros son pardos
Sigamos con otro de los que está en los primeros puestos de las encuestas: Rafael Pardo. Él también, buscando ayuda del más allá, no vendió su alma al diablo sino al Dios de Maria Luisa Piraquive y su boyante movimiento Mira. Es bien sabido que estos feligreses, que no son pocos, funcionan al ritmo que imponga la “iluminada” señora Piraquive; como diría mi mamá: “si ella les dice que se boten de por una ventana, se botan” y por supuesto votan. Todo esto como si no fuera suficiente tener ya el respaldo del partido de la U, la agrupación política que junto con Samuel Moreno se devoraron a Bogotá hace un par de años y todavía sufrimos por tal desgracia.
Autopista del Palacio Liévano al Palacio de Nariño
Luego está el siempre presente Enrique Peñalosa. Es claro que para él aliarse con quien sea es un asunto que poco le importa con tal de ganar, aunque nunca gane. A pesar de que no hay aún un apoyo oficial de Cambio Radical, esa cómoda madriguera para tanto político cuestionable, sí corren rumores de que el cascarrabias vicepresidente Vargas Lléras, nuestro propio Frank Underwood (el maquiavélico protagonista de la serie House of Cards), está detrás de Peñalosa con el fin de hacer su mejor y más importante obra: pavimentar la carretera que lo lleve hacia la presidencia, como lo describe esta columna de opinión.
Para-pelos de punta
Pero si de algo sabe Peñalosa es del toque maldito del expresidente más querido de Colombia, el lamentable Álvaro Uribe que le garantizó en elecciones pasadas una derrota más. Pues el gamonal antioqueño que se caracteriza por la microgerencia, pero que aún así nunca pudo detectar su podrido entorno que, o bien está en la cárcel, o investigado, o huyendo, ahora le ha dado su bendición (más bien maldición) a Pacho Santos, el regordete chiquitín que no pudo dirigir una emisora de radio, pero ahora quiere dirigir una ciudad de casi ocho millones de habitantes. Sobre los intereses de Uribe ya poco queda oculto y sería repetir lo ya conocido, sólo resta acogernos a algún Dios para que en sus manos no quede la alcaldía, porque se nos pararían los pelos por el susto o por alguna descarga eléctrica sugerida por Pacho.
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Pues bien, estimado lector, este es el panorama de las próximas elecciones. Seguramente uno de estos personajes será el alcalde de nuestra ciudad y sólo nos resta poner mucha atención a lo que tengan por decir de fondo, más allá de sus funestos titiriteros. Escuche bien sus propuestas, sus programas de gobierno, vea los debates, infórmese a profundidad y no se deje llevar por lo que digan las redes sociales, que por allá hay mucho de rumor y propaganda negra, pero más bien poco de verdad. Inscriba su cédula (aquí encontrará información) y vote por el que diga menos mentiras, sea menos indeseable y algo pueda hacer por la sufrida y querida Bogotá.
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