Como ya es costumbre, un grupo de gente, incluida la cónsul en Nueva York, tras leer un artículo en el New York Times referente a la nueva producción de Netflix, ha empezado a quejarse, al mejor estilo Cancillería que es experta en hacer notas de protesta por bobadas, pero no así en conseguir una reunión crucial de cancilleres en la OEA. La serie, para quien no la conozca, da cuenta, “entre realidad y ficción”, de aquellos años negros en la historia de Colombia cuando el narcotráfico tuvo su auge y Pablo Escobar hizo con el país lo que le vino en gana, con la complicidad del Estado mismo.
No sobra decir que ‘Narcos’ expele la habitual “gringada”, entre otras, por cuenta del protagonista: un agente rubio de la DEA, incorruptible, salvador de la legalidad, batallador de la justicia, incansable defensor de los “valores” estadounidenses en los países “malos” (en este caso Colombia). Y como para el gringo promedio un colombiano es lo mismo que un mexicano o un brasilero o un puertorriqueño, el cartel de Medellín de la serie es un pastiche en el que Pablo Escobar habla portuñol; Gacha, “bolicua”; la Kika, mexicano y así, al fin y al cabo todos entran en esa bolsa amorfa de “los latinos”.
Una vez superados estos clichés, que son casi sinónimo de la mayoría de series gringas (ninguna novedad, por cierto), vale la pena decir que lo que realmente indigna de ‘Narcos’ es que sea un espejo tan aterrador de lo que fue Colombia hace 30 años. Es decir, lo que indigna es que este país haya sido así. Porque si bien la serie se vale de sus fórmulas típicas del policía bueno enfrentado a la “maldad”, lo que se muestra de Colombia no es precisamente falso. Y peor aún, son vicios de los cuales no nos hemos librado tres décadas después.
Es que el problema no es “que nos hagan quedar mal frente al mundo”, ni siquiera el problema es que Colombia en esos años haya sido, en efecto, un narcoestado. El verdadero problema es que aún hoy, al pasar varios años de aquellos nefastos hechos que por supuesto nos tienen que avergonzar, la sociedad colombiana en su conjunto no ha sabido librarse de esos vicios traquetos y de corrupción y, por el contrario, con frecuencia los abraza a veces abiertamente, y otras veces de manera más vergonzante, pero real al fin y al cabo.
Varios de los políticos de ese entonces siguen siendo hoy protagonistas de la actualidad nacional (o en su defecto sus hijos con las mismas mañas), los presidentes que de una u otra forma han estado involucrados con los carteles de la droga siguen modulando la agenda nacional y los ciudadanos del común, al mejor estilo mafioso, siguen buscando la trampa para saltarse las normas, siguen corrompiendo a la policía o quien sea y siguen usando el tan traqueto “¿usted no sabe quién soy yo?”, al mejor estilo narco. Esas cosas sí nos deberían indignar realmente, eso nos debería dar pena. Por algo, y de forma muy acertada, un extracto de la serie dice con bastante razón a mi juicio: “Escobar encarnaba el colombian dream”, que por desgracia sigue estando vigente para muchos.
Acierta la serie en mencionar que justamente Colombia tendría que ser la cuna del realismo mágico, y en parte ‘Narcos’ así lo asume al incluir varios elementos de ficción, pero también con muchas imágenes documentales que son precisamente las más aterradoras. Tal vez el momento más simbólico, en lo que he visto de la serie, es la escena en la que Pablo Escobar se confirma como congresista de la república y comienzan todos a cantar el himno nacional en la icónica Hacienda Nápoles. Realismo embrujado y en su faceta más macabra, pero no por eso menos real.
Acá lo que deberíamos dejar es tanta indignación boba e inútil con relación a cómo nos ven en los otros países y el esfuerzo debería estar más enfocado en tener un país decente por dentro. Seguramente los deportistas exitosos, por ejemplo, que reflejan valores como la disciplina, el trabajo duro, el talento, entre otros, en efecto hacen más por cambiar la imagen del país, que los que tanto viven escandalizados por cómo nos ven desde afuera. Si nos dedicamos más a eso posiblemente el mundo va a reconocernos gradualmente de otra manera, así como por ejemplo a los alemanes, con ese estigma nefasto del nazismo, se les reconoce por varias cosas más valiosas, y no creo que ellos vivan precisamente quejándose con cada película de la segunda guerra, pues saben con mucha pena que eso fue cierto y más bien están convencidos de que no deben repetirlo.
No se trata de cómo nos ven, no se trata de tener un pasado aterrador y vergonzoso, no se trata de un estado que se le arrodilló a la corrupción y al baile del dinero mal habido años atrás. Se trata de ser un país que por dentro no hace nada para que afuera lo vean mejor, se trata de tener un presente todavía vergonzoso en muchos aspectos, se trata de que en las próximas elecciones ganarán bandas criminales que sólo querrán proteger sus corredores para el narcotráfico, se trata de que de cierta forma todavía sufrimos de los mismos males que en la aciaga época de Pablo Escobar, se trata, ya no del pasado oscuro, sino del presente gris y, peor aún, del futuro opaco.
*Imagen del trailer de la serie en YouTube.
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