Pocas situaciones, como subirse o bajarse de un avión, ponen en evidencia de una forma tan clara el por qué de muchos de nuestros males. Sencillo: aquí a la gente le cuesta mucho trabajo seguir instrucciones y eso nada tiene que ver con que sean muy rebeldes con causa o contestatarios, ni más faltaba. Yo no sé en qué momento se hizo ley de la República eso de que “el vivo vive del bobo”. El ser ‘avispao’, entendido como el que pasa por encima de lo que sea para obtener beneficio propio, es algo que parece transferirse en el momento mismo en el que le dan a uno un registro civil colombiano.
Es que todo aquel que se haya montado en un avión en este país sabe que cuando dicen “Por favor permanezcan sentados hasta que se haga el llamado para iniciar el abordaje” ya hay una larga fila como de bovinos que quién sabe qué afán tienen por subirse primero, así las sillas sean numeradas. Y justamente esa numeración sirve muchas veces para determinar el orden de abordaje, anuncian en la sala, por ejemplo, “de la fila 15 a la 30” y algunos jumentos de la 14 ya están agolpados en la puerta. Esos mismos son los que cuando el avión aterriza, luego del justificado regaño de la azafata por no haber enderezado la silla, ya están parados y enfilados como porcinos al matadero, así la puerta del avión la abran a los 10 minutos y tengan que esperar encorvados de pie en su propio puesto.
No es raro que los resultados en las pruebas Pisa y otras similares sean un desastre, si la gente ni siquiera sabe que 2 es después que 1 y 20 es antes que 30. Aquí tal vez necesitaríamos un perro pastor, un Border Collie, que se dice que son, ellos sí, muy inteligentes, para que nos vaya arrinconando hacia donde tenemos que ir, pues con una simple y clara instrucción parece imposible.
Que yo sepa no hay ningún estudio científico que afirme que los colombianos tenemos alguna deficiencia cognitiva congénita, por el contrario creo que biológicamente somos relativamente iguales a nuestros congéneres de la especie humana, independientemente del país de origen. Lo que sí es cierto es que acá desde muy chiquitos aprendemos las mañas del “avión” y eso como que se transmite a través del sancocho o la bandeja paisa.
Pero es que si los papás en las piñatas empujan a sus hijos para que saquen el mayor provecho de los juguetes que caen al piso y no se los dejen quitar, incluso pasando por encima de los otros niños; si con frecuencia el alimento complementario de la compota y la emulsión de Scott es un “no sea bobo mijo, avíspese”, pues no resulta tan sorpresivo que cuando ese “avispadito” se hace adolescente es de los que llega al Transmilenio y se sienta en el piso, en la mitad del bus, impidiendo la circulación de los demás, o es aquel que raya las sillas y las paredes apoyando a su mediocre equipo de fútbol, porque a fin de cuentas lo que desde siempre le han dicho es que lo que importa es que él se satisfaga sin importar si eso puede afectar a los otros o al sistema mismo.
Y así, este “avión” ya adulto es de los que en el carro se cuela en la fila de un semáforo para girar, o parquea en medio de una vía mientras hace alguna diligencia, soborna policías para evitar pagar por una infracción, evade los impuestos, y hasta vende un voto a cambio de un tamal sin presa. Todo esto porque no es consciente de que muchas veces las instrucciones o las leyes promueven el funcionamiento de lo público, es decir lo de todos, pero acá la idea que parece repartirse casi tan efectivamente como el aguardiente es que lo público es lo que no le pertenece a nadie. Y así estamos.
Muy bueno sería que el colombiano dejara de ser tan “avión”, si eso implica poner su cuota para que todo pueda funcionar mejor y fuera más ordenado para todos, pero dudo que ese espíritu del “vivo” sea muy fácil de amainar en un país en el que predomina la ley del más “avispao’” y del que ante cualquier instrucción se hace el sordo a conveniencia.
_____________________________________________________________
Síganos en: