Por A. Moñino

La tradición indica que la mayoría asumimos un nuevo año como un momento para firmar propósitos, para prometer lo que antes no hemos querido o sido capaces de hacer, para dejar lo malo “atrás” y todas esas cosas que al calor de Bui-traguito o Pastor López siempre nos gusta jurarnos, así como todos los años se come natilla y se canta “ven, ven, ven a nuestras almas”, sin saber muy bien por qué.

 

En ese impulso parece que uno, a partir del primero de enero, debería dibujar una sonrisa en la cara, mirar al infinito con brillo en los ojos y con la energía recargada que suelen dejar las vacaciones, o al menos la suma de días festivos por los festejos navideños y la sobredosis de buñuelos, comenzar un nuevo ciclo que el papa Gregorio XIII, promotor del calendario que nos rige, decidió que comenzara por estos días y no otros.

 

A pesar de esa supuesta esperanza que traen los vientos renovados de un nuevo ciclo, los primeros días de este 2016 han estado colmados de lo mismo de siempre, cosa apenas normal, pero tal vez sorprendente por esa tonta ilusión de que al cambiar el último dígito del año algo mágicamente se transformará. Por ejemplo, llegar a Bogotá después de unos días de descanso y encontrar en una ciudad “desocupada” un trancón de hora y media para moverse de un lugar a otro, con los mismos atarbanes al volante y los energúmenos de siempre, confirma que son más las ganas de que algo cambie que la realidad.

 

Y hablando de Bogotá, también con el nuevo año llegó un nuevo alcalde, que fiel a la tradición reciente en la ciudad cuenta con su propia horda de aduladores que lo ven más místico y sagrado que el mesías que nació el 24 de diciembre, mientras que sus detractores, con un odio ciego, lo ven como el demonio. El anterior alcalde, que tenía igualmente sus borregos seguidores y sus odiadores profesionales ahora, como un insoportable viudo de poder, similar a un expresidente que por salud mental colectiva prefiero no seguir mencionando con nombre propio, ha replicado la misma fórmula de la que tanto se quejó: no dejar hacer nada al nuevo alcalde, aunque hasta ahora esté acomodándose en su nuevo despacho. En conclusión, más de la misma polarización de siempre en la que vive la ciudad y el país entero.

 

Y posiblemente mi fatiga con el nuevo año esté dada por las redes sociales, espacio donde la sobreoferta, no sólo de información, sino de opiniones no solicitadas está a la orden del día. Por su parte, los medios de comunicación siguen en una dinámica parecida: haciendo noticia cualquier cosa sólo para no bajar el promedio de clics que se ganan con cualquier incauto que se deslumbra fácilmente con cualquier tontería. Un ejemplo de ello es el abuso que hace la prensa colombiana del nombre de James Rodríguez para cualquier “noticia”, que si James se sacó un moco, que si James sacó a pasear al perro, que si James jugó los aguinaldos, y ahora con nuevo entrenador en su equipo, ni se diga, todo es noticia.

 

Mientras se llenan de clics los medios de comunicación y James de dinero en su cuenta, el 2016 llega con un un salario mínimo que, como siempre, hace honor a la palabra “mínimo” y que alcanza para una canasta familiar, mientras sea una canasta vacía y rota para una familia unipersonal conformada por un inapetente, que quedará aún más con menos apetito luego de conocer una próxima reforma tributaria que irá elevando el IVA, así como se eleva el dólar, pero también como se hunde el precio del petróleo. Nada demasiado novedoso con relación al año pasado.

 

Y el petróleo, que tan mal usado ha puesto su importante cuota en el calentamiento global, también tiene responsabilidad en que las temperaturas soportadas por los vacacionistas hayan estado más elevadas que de costumbre y, por ejemplo, en Anapoima, paraíso del pensionado y del presidente de Colombia que desde siempre ha visitado en helicóptero en compañía de sus hijos y los amigos de sus hijos, cuando normalmente oscilaban entre los 24 y 28 grados, en 2016 ya haya superado los 30 grados. Temperatura similar a la soportada en Ibagué, donde recientemente el video de una mujer recalentó las redes sociales y paralizó a la ciudad y a los internautas ansiosos de escándalos inútiles. Los medios de comunicación no fueron ajenos a esta oportunidad de oro para regodearse la idiotez colectiva. Una inercia de la tontería, y con ella del morbo, que no frenó con el nuevo año.

 

Todo esto, que no es en esencia nada nuevo, aunque el año sí lo sea, ya me tiene fatigado a los pocos días del 2016. Aunque resulte contradictorio aprovechar precisamente el impulso de los primeros días del calendario (y que seguramente me valga de las redes sociales para publicar este texto), mi propósito para este 2016 es dejar un poco de lado tanta información que resulta igual de tóxica que un bus del nuevo-viejo SITP y que a fin de cuentas no sirve para nada. Aunque los cánones digan que ya pasó el momento de trazar los objetivos, buscaré alejarme de lo más “noticioso” y de las empalagosas redes sociales en busca de la paz interior, al menos hasta que James produzca algún escándalo en Ibagué.

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