Por A. Moñino

El fin de semana pasado salió a la luz un concepto jurídico de la Secretaría de Gobierno de Bogotá con relación a la demanda de la familia de Rosa Elvira Cely, quien fue violada y asesinada con niveles de sevicia que ya todos conocemos y que como era de esperarse generó el rechazo generalizado y la indignación nacional. Según el concepto emitido paradójicamente por abogadas mujeres, si se lee entrelíneas (porque algunos sí leemos), Rosa Elvira, la víctima, ya que tuvo la desgracia de ser mujer, de nacer bajo la condena del “sexo débil”, el día de su muerte debió haber llamado a su chofer de confianza, llegar pronto y encerrarse en su casa bajo llave y no acudir a una tienda a tomarse una cerveza o un café con hombres que de antemano tendría que haber sospechado eran “malosos” y de “comportamientos raros”.

Sin embargo, como tristemente sabemos, Rosa Elvira no se comportó como la Secretaría de Gobierno cree que debería haberlo hecho y por consiguiente la entidad distrital adjudica la culpa de su crimen a ella misma, la revictimiza de forma descarada y pretende que la demanda de la familia de Cely se desestime con estos argumentos que nos sitúan en la edad media. Por fortuna, existe la prensa que visibiliza este tipo de decisiones indignantes y permite que la vigilancia social impida que estos exabruptos trasciendan.

No obstante, el documento oficial fue emitido por una entidad del distrito, que tiene como cabeza a Miguel Uribe Turbay, quien sólo después del natural escándalo sale a justificarse delegando la responsabilidad de lo que pasa en su oficina a otras personas de la entidad y con un cómodo “no me consultaron” (aunque hay periodistas que afirman lo contrario), se lava las manos con un tema de total trascendencia para la forma en la cual entendemos el respeto a la dignidad humana y el trato revictimizante particularmente hacia las mujeres.

Aparte del preocupante tema de fondo sobre cómo es el tratamiento de algunas entidades oficiales hacia mujeres víctimas por crímenes de género, este episodio es síntoma de otro mal que nos aqueja: estar en manos de delfines incompetentes. Mal haría uno en afirmar sin pruebas que el secretario de gobierno coincide con la opinión expresada en el documento de la discordia, pero lo que sí es cierto, es que en un caso más de “simongavirismo”, este otro delfín que carga en su sangre y cédula el apellido Turbay de su encorbatinado y expresidente abuelo, además de su al menos abusivo tío excontralor, tampoco leyó, como mínimo.

Ya el retoño del expresidente Gaviria nos había sorprendido años atrás al admitir públicamente que no había leído el texto de reforma a la justicia cuando era representante a la cámara y, aún así, con un “pido disculpas” se lava las manos y nada ha pasado, como nada pasará con el delfín Turbay y nada pasa con el resto de delfines hijos, nietos o familiares de los políticos que ya hemos tenido que padecer.

Dicen que en las empresas familiares las segundas y terceras generaciones acaban con sus negocios y así va Colombia, como empresa familiar en manos de terceras generaciones, más bien acabada por cuenta de delegar la administración en los descendientes de quienes desde hace años la han venido acabando. No es porque la cara de practicante de Uribe Turbay lo incapacite para asumir uno u otro cargo, sino que valdría la pena cuestionarse de su experiencia y capacidades profesionales para ser secretario de gobierno de la capital de la república. No basta con que a fin de año pueda hacer una fiesta muy cool en Andrés Carne de Res, sino que esté en capacidad de asumir temas fundamentales, como el de la demanda de Rosa Elvira Cely, poner la cara por ellos y tomar las riendas del cargo que le encomendaron, más allá de repartir culpas y evadir responsabilidades.

A veces cabe preguntarse qué de bueno le ha dejado a este país esa sucesión casi automática de hijos, hermanos, sobrinos, nietos y tataranietos de políticos por encima de personas, por mucho, con más méritos y mayor preparación, y la respuesta no hay que pensarla demasiado. Solo basta ver en qué anda Rodrigo Lara en Cambio Radical, en donde comparte con Galán, y a la par cobijan o han acobijado en su partido a una que otra joya de la política torcida, esto bajo la batuta de otro ilustre delfín: Vargas Lleras. Cabe recordar a otros de la estirpe politiquera como los Moreno Rojas, los Turbay, los López, los Benedetti, los Pastrana, entre tantos más, que se han hartado de sonsacar el presupuesto público.

Un árbol genealógico de la política Colombiana, sin duda, resultaría bastante más representativo de este Macondo que el de los mismos Buendía, que creó García Márquez, sólo que no nos daría para hablar de realismo mágico, sino más bien de realidad macabra.

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