Creo que a estas alturas me molestan por igual las campañas mentirosas por el SÍ y por el NO para el plebiscito. La del SÍ porque, provista de una cursilería que envidiaría un Timoteo de credencial noventera, pinta un paraíso como el que describen los alucinógenos guiones del programa también noventero Brújula Mágica: un cielo de arcoíris de miel, ríos de chocolate, árboles de chicle, nubes de algodón de azúcar y todos los colombianos tomados de la mano alrededor de una enorme y calurosa fogata cantando “Imagine”, de John Lennon.
Por su parte, la campaña del NO, liderada por los verdugos de siempre, pinta un infierno castrochavista, aunque ese adjetivo sea un artificio para asustar bobitos o sumar energúmenos (y multiplicar votos fáciles, por supuesto), mientras se regodea en la sangre ajena que sin asco exaltan en Twitter y Facebook con una bajeza que sobrepasa cualquier límite de la decencia y ni qué hablar de la compasión. Otros han usado su bandera de la “ideología de género”, como si ese mamarracho tuviera alguna coherencia conceptual, para tratar de llevar unos rebaños excesiva e ingenuamente crédulos a marcar NO en el tarjetón, que ni siquiera es que tenga mucho que ver con eso.
Yo, sin duda, no soy de “los del sí”, muchísimo menos de “los del no” (porque esas etiquetas amorfas son un costal sin son ni ton), pero con absoluta convicción votaré SÍ en el plebiscito. Y lo haré porque creo firmemente que desarmar un ejército, del tamaño que sea el que se va a desarmar, nos llevará a ser un país un poquito menos indecente y levemente más civilizado. Estoy seguro de que aquellos que están en la selva poniéndole el pecho a la guerra (en su mayoría los más pobres y con menos oportunidades) agradecerán que el resto del cómodo país urbano, que sólo oye como un ruido incidental las enormes cifras de muertos, desplazados, secuestrados y niños reclutados, haga algo para detener lo que significa la violencia y muerte que trae consigo tener tanta gente dándose bala en sitios y regiones que si acaso conocemos por la vergonzosa colección de masacres en el mapa nacional.
Seguramente, buscando más venganza que justicia, a muchos les gustaría ver a los guerrilleros desnudos con grilletes en el cuello, las muñecas y los tobillos mientras los azotan, si no es colgados en la horca, como si eso reparara verdaderamente a alguien. A otros, dentro de los que estoy yo, tener que verlos en algunas curules ganadas con el chantaje de la violencia tampoco nos resulta cómodo. Sin embargo, no podemos dejar de lado que el Estado, primero, no pudo derrotarlos con toda la fuerza de bombas, helicópteros, un ejército profesional, apoyo internacional y en varias ocasiones alianzas hasta con criminales, y, segundo, tampoco ha sido capaz de generar condiciones dignas para muchos que les impidiera armarse como una opción de supervivencia, y el costo que tenemos que pagar como sociedad han sido miles de muertos, ahora, el costo de tener una cuota de ellos en el Congreso no parece una tragedia mayor a la guerra.
Pero esta decisión no se trata de los hampones de siempre, por el contrario, el plebiscito será la oportunidad de estar por encima de los determinadores de la guerra, de los egocéntricos políticos de turno, de los que a punta de cucarachas y cuentos fantasiosos quieren influir sobre la gente para mantener sus beneficios personales. Se trata de ejercer por fin la “mayoría de edad ciudadana” y no depender de lo que digan los líderes de la indecencia que, entre otras cosas, tienen la culpa del origen de la guerrilla. Se trata de dar un paso, si no a la paz, al menos sí a que mucha gente no tenga que ser asesinada, ni soldados ni guerrilleros, porque esa sí es la tragedia suprema y a la vez el cúlmen de mezquindad que nos ha caracterizado como nación.
A riesgo de que suene a coro mockusiano: “la vida es sagrada”. En mi escala moral la vida es lo más importante, antes que la venganza, porque implica un montón de vínculos afectivos y complejidades existenciales, por lo tanto, lo más ético que puedo hacer es contribuir a que se salven muchas vidas con el fin de este conflicto. Argumentan algunos que el postconflicto será económicamente costoso, y seguramente sí, pero no sé si más que la guerra; que no es posible que tanto hampón llegue al Congreso, como si no estuviera lleno de ellos gracias también al respaldo ciudadano; que se sacrificará justicia, como si en Colombia la justicia fuera justa ¿no sería aún más justo intentar que el Estado provea condiciones dignas que disminuyan las motivaciones criminales?
Con ilusión moderada espero que gane el sí, pero no dejo de pensar que el postconflicto dependerá de los políticos y de las Farc, todos ellos expertos en decepcionar. Lo que sí creo firmemente es que esto no se trata ni de Timochenko, ni de Santos, ni de Uribe, ni de Iván Márquez, ellos pasarán, pero el fango en el que el país se hunde desde siempre seguirá intacto si entre todos no empezamos a sacarnos de ahí y procuramos que la situación, por encima de los nefastos figurines de siempre, cambie en algo. En el peor de los casos , si el sí es un fracaso, Colombia seguirá igual de mal que siempre, solo que con muchos muertos menos, y eso no es poca cosa, por el contrario, es motivo más que suficiente para votar por el sí, que no nos convertirá en Suiza el 3 de octubre, ni mucho menos Cuba, como pronostican los impresentables del sí y del no.
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