Por A. Moñino

Desde el domingo hay muchos replicando en sus redes sociales una ilustración de unos muñequitos dándose un abrazo entre el sí y el no, porque, no nos digamos mentiras, esto nos polarizó como pocas veces, o tal vez como siempre, sólo que de forma abierta y explícita. Una invitación como estas no deja de ser respetable, deseable y seguramente nos pone a pensar si llevamos el lenguaje al extremo de la agresión. Sólo que, en mi opinión, resulta ingenua frente a las verdaderas consecuencias que podría tener la decisión que tomó el país con el plebiscito del fin del conflicto. Con esto no quiero decir, en absoluto, que sigamos con el odio tan inútil por redes sociales y replicando mentiras de un lado y del otro, pero también creo que cada uno fácilmente podrá reconciliarse con sus familiares y amigos que piensan diferente.

Quisiera yo también seguir siendo optimista, pero me cuesta mucho trabajo que una colectividad tan mezquina como el Centro democrático, en la que varios de sus miembros difundieron tantas mentiras y odio, se adjudique la vocería y liderazgo de los que votaron No, dentro de los cuales hay tantos matices, algunos respetables, justificados e incluso sensatos, pero también otros con motivaciones de intolerancia, con menos intención de paz que cualquiera y con el fin de que muchas cosas de las que están mal sigan intactas. Si anteriormente, aunque estaba convencido del sí, desconfiaba razonablemente sobre el acuerdo inicial, ahora con más politiquería, además de las Farc, no sé qué tan bien pueda salir un nuevo acuerdo, si es que se alcanza.

Los primeros pronunciamientos del todopoderoso líder del Centro democrático ya dejan muchas dudas sobre una pronta resolución del ahora casi desechable acuerdo de paz. Por un lado, sale a repetir como una gran novedad la amnistía que ya estaba incluida en el acuerdo y que además agregaba expresamente verdad y reparación, ¿para esa obviedad despertó todo su poder político para frenar el acuerdo? Seguramente no. Algunos afirman que lo que busca el expresidente es figurar como uno de los autores del fin del conflicto en Colombia y yo quisiera creer que es sólo eso, pero también me permito dudar que sencillamente sea vanidad histórica, aunque algo puede haber de eso. En últimas, importa acabar esa guerra, sin importar los autores de tal fin.

Por el contrario, basado en la primera declaración en la que habla de defensa de “la confianza en el emprendimiento privado”, de “justicia institucional”, de la participación política, entre otras cosas que metió gratuitamente al mismo costal como la reforma tributaria, la educación o “la familia tradicional”, los primeros puntos expuestos se tratan, nada más y nada menos, de la columna vertebral del acuerdo, de los puntos más álgidos de la negociación, que difícilmente se resolverán en una sentada con un tinto. Y en este caso, aunque parezca poco frente a 50 años de guerra, tal vez el tiempo no habría que subestimarlo, porque vale la pena pensar en cómo se podrían mantener miles de guerrilleros concentrados en la incertidumbre de una difusa negociación. En palabras del Ministro de Defensa, la ONU reiteró su apoyo en el monitoreo y verificación, pero por un periodo breve ¿qué pasaría sin ese monitoreo a futuro? Todo esto sin contar con cuánto tiempo estén dispuestas a aguantar las Farc y su posible disidencia en la incertidumbre de un país que los odia.

De hecho, algunos analistas ven un panorama poco alentador, por ejemplo:


 

Y otros aseguran que esto terminará en un acuerdo politiquero nefasto como los que bien conocemos en Colombia y que desde siempre se han llevado por delante al país entero para favorecer unos intereses mezquinos.

 

Para cualquiera que haya leído un mínimo artículo sobre historia colombiana, sabrá que la gasolina del conflicto del país ha sido la tierra y las posibles reformas necesarias para resolver en algo ese motor de inequidad y guerra, algunas incluidas en el acuerdo y que despertaron rechazo en ciertos sectores, siempre han sido torpedeadas por los interesados en que todo siga intacto; creo que esta vez no es la excepción.

Me gustaría ser menos pesimista, pero si algo tengo claro es que los liderazgos políticos en Colombia han enardecido los peores sentimientos para patentar el desastre en el que siempre hemos vivido. No dudo que los que votamos SÍ mañana abrazaremos al tío que votó NO, y los que votaron NO abrazarán a su amigo de siempre que votó SÍ, pero vivir ensimismados en nuestras burbujas sin medir el impacto fuera de ellas nos ha impedido ver que de lo que verdaderamente podrían tratarse las decisiones que tomamos en las urnas es de garantizar unas mejores condiciones para todos, incluidos aquellos a quienes les estallan bombas en sus casas y sus campos están llenos de minas. Sólo así se amaina la guerra. Inevitablemente siento que entre todos, una vez más, le pusimos freno de mano a un posible avance histórico, así eventualmente fuera poco o mucho, no sabemos. Ojalá no sea una reiteración de que seguimos siendo la patria boba. Sinceramente, espero tener que tragarme todas las palabras de esta publicación.

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