El jueves de la semana pasada vimos “La Mujer del Animal”, la nueva película de Víctor Gaviria, quien ya antes con “Rodrigo D. No futuro”, “La vendedora de Rosas” y “Sumas y Restas”, nos había dado un par de cachetadas de realidad a punta de escenarios y personajes tan lejanos del “buen gusto” de la televisión o la parafernalia de Hoollywood, como tan cercanos, así parezca increíble, a nuestra propia realidad, aunque admitirlo no resulte cómodo.
Mientras que los escasos ocho asistentes a esa función esperábamos el inicio del filme de Gaviria, otro largometraje colombiano se anunciaba en los cortos, que en ese caso fue casi el largo en sí mismo. Una película de un personaje llamado “Piroberta” que hace parte de Sábados Felices y que es un hombre maquillado, con un atuendo ridículo, caricaturizando un homosexual: el cliché hecho chiste, como siempre pasa con ese humor que no reinterpreta nada, que no es pensado ni hace pensar, sino burlarse de lo que resulta más fácil y cómodo hacerlo. Como es tradición sabatina en Colombia, el chiste gratis emerge por ser “negro”, “loca” o “boyaco”, por caerle al caído más que al verdugo poderoso, y esto parece trasladarse al cine exitoso en taquilla, lo cual ha motivado la lamentable repetición de la fórmula ya desde hace algunos años.
Por el contrario, una película como “La Mujer del Animal” no despierta ni una carcajada, pero con seguridad hace que quien entra a verla no sea el mismo cuando sale. Los personajes, que representan una historia basada en la realidad en los años setenta, expresan el extremo de un mal que de alguna manera está naturalizado en nuestra sociedad, una violencia cotidiana que ha recaído especialmente sobre la mujer, sumada a la silenciosa presencia de un entorno que no solo conoce lo que pasa, sino que lo acepta y se vuelve cómplice; siempre alguien llora al «animal». Los planos generales y las panorámicas, que permiten ver esa otra ciudad lejana llena de luces, son elocuentes. Demuestran cómo dentro de la misma Medellín, que seguramente podría ser cualquier otra urbe en Colombia, hay prácticas de esclavismo que conviven con el progreso que se les atribuye a las ciudades sin que muchos lo sospechen, pero de forma soterrada lo alimenten. Esas ciudades que posteriormente, en los años ochenta, fueron el escenario ideal de las matanzas del narcotráfico ya desde antes venían siendo el caldo del cultivo de una violencia que ha transformado sus motivos, pero siempre ha estado conviviendo con sus ciudadanos, como lo ha mostrado el cine de Víctor Gaviria.
“La Mujer del Animal” es un espejo macabro que no adormece el cerebro, como sí lo hace el cine taquillero y de risa idiota de los últimos tiempos en nuestro país, ese cine que, de lenguaje cinematográfico poco, pero de estereotipos mucho. Por el contrario, la última película de Gaviria desde los encuadres y los escenarios ya nos está gritando en la cara y esto, sumado a las impecables actuaciones, se vuelve un taco en las entrañas del espectador, una patada de realismo que nos lleva a preguntarnos por qué una historia de un salvaje violador inmiscuido impunemente en su entorno no resulta, 42 años después, una ficción del pasado, sino el legado de algo que todavía hoy, vergonzosamente, no hemos logrado erradicar del todo. Ya será decisión de cada uno si, por medio del cine, se enfrenta al “animal” o si, por el contrario, lo alimenta en su cabeza a través de burdos estereotipos que nos sumen en la estigmatización.
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