Por A. Moñino

 

La filiación religiosa de cada quien no lo hace mejor o peor persona, como sí sus actos o sus palabras. Se volvió moda aquello de mirar por encima del hombro, y tildar de ignorantes sin distinción alguna, al que sigue convencido de su fe católica o al que asiste con devoción a una iglesia cristiana, o a cualquier otro tipo de culto. Con que no se monten los creyentes en la misma superioridad moral de los que los critican a ellos e intenten imponer sus creencias a los demás “infieles”, todos estaremos tranquilos. No estamos al cabo de saber qué tipo de paz le trae a cada quien creer en lo que crea o no creer en nada, lo único que importa es vivir y dejar vivir en paz bajo los valores civiles que consagra la constitución en Colombia, y mi fe me indica que Jesús o cualquier profeta suscribiría este principio de respeto.

Justo esa “minucia” de vivir en paz es contra lo que atenta el pastor del escándalo, según lo denunciado por Noticias Uno, que presentó un video de Miguel Arrázola en su iglesia Ríos de Vida. Que no se equivoque él ni sus seguidores: a nadie le importa que él profese la fe que le parezca, ni que lidere a quienes a bien tengan creer en lo que dice, así algunas investigaciones pongan en tela de juicio los ingresos suyos y de su familia a costa de la fe, cosa que no estoy al cabo de saber, aunque me reservo el derecho de tener dudas razonables. Pero lo que no puede pretender es venir con su solapado discursito de matón a amenazar a unos y a otros y ponerse en el rol de víctima. Víctimas en Colombia hay muchas, más de las que puede contar un país decente, y él no es precisamente una de ellas.

Gústele o no, vivimos en un país laico en el cual existe la libertad de culto que él mismo ha podido ejercer, tanto así que tiene su propia iglesia, cosa que antes de la constitución de 1991 probablemente no le hubiera quedado tan sencillo hacer. Entonces podrán no gustarle cierto tipo de personas, está en su legítimo derecho de exponer las posiciones políticas en las que crea, dentro del marco legal, claro está, pero que no pretenda voltear la arepa después de sugerir que, cual traqueto venido a más con la patente de corso de su propia violencia, puede mandar a sus escoltas a ahogar a uno u otro periodista, o a través de su lenguaje pintoresco estigmatizar a ciertas poblaciones. Que sepa que su posición de pastor no lo exime de cumplir la ley.

Ese es el ya manido discursito del ¿usted no sabe quién soy yo? Ese mismo tono que exacerba las pasiones y que solo genera odios, probablemente lo más nocivo para un país como Colombia en el que tristemente conocemos todas las violencias y por cuenta de las cuales ya hemos tenido que enterrar bastantes muertos. Que no se pare en los hombros del gran número de seguidores que le creen para alzar su voz de bully del colegio, que no abuse del poder que ha cosechado por cuenta de la fe y que no nos crea idiotas tildando de persecución la natural reacción a su tonito altanero que bordea lo criminal.

Lo que no podemos olvidar nosotros es que ganar credibilidad acusando de infinito complot en contra a todos los medios de comunicación y detractores parece rentable. También que encender odios es una efectiva estrategia política, entendiendo la política como ese juego de poderes, que bien sabemos también está unido en estrecho vínculo con el dinero. Poder y plata combinan como obleas con arequipe, y eso lo saben muy bien ciertas personas que de una u otra forma encuentran su “capital político” con el que se envalentonan para lanzar amenazas y, luego, con la absoluta desvergüenza llaman “persecución religiosa”. Eso suena tan parecido a “persecución política”, pretexto cacareado por Samuel Moreno, Oneida Pinto o Mario Uribe, entro muchos más, y ya sabemos en dónde están ellos en este momento.

 

Saquemos a la religión de este asunto, pastor, sacerdote, rabino o imán: el tonito matón “no es de Dios”. Denunciarlo y rechazarlo no es ninguna persecución, es simplemente decencia.

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