Por A. Moñino

“La principal causa de las burbujas informativas que nos aíslan en nuestros fanatismos es que preferimos tener razón a estar informados”, dice en su cuenta de Twitter la profesora argentina Adriana Amado. Justamente se publica hoy, que esta red social, en la que armamos nuestra propia oferta informativa, me recuerda que llevo ocho años en ella siendo testigo de su evolución (¿o involución?) y que cobra gran significado a propósito del ya muy debatido episodio del trino del senador Uribe contra el columnista Daniel Samper y todo lo que trajo consigo.

 

No son pocos los que expresan su desconfianza frente a los medios de comunicación, una desconfianza razonable a la luz de los intereses económicos y políticos de los grandes medios, sin contar con la torpeza cada día más evidente de ciertos periodistas y los cuestionables controles editoriales. Pero esta desconfianza, por su parte, ha sido hábilmente aprovechada por ciertos líderes políticos para crear sus propias agendas, esas sin ningún disimulo de equilibrio informativo, contraste de fuentes o cualquier otro principio periodístico, como lo hacen tan evidentes todas las dictaduras, sin distingo de orilla ideológica. Y el problema es que algunos ciudadanos están equiparando esa información con periodismo, y son cosas distintas.

 

Es entonces cuando, en un nocivo determinismo tecnológico, se ponderan las bondades de redes sociales como Twitter, por encima de los “medios tradicionales“, sin ver que Internet es solamente un medio, en el que, ni tontos que fueran, se repiten los mismos vicios de cualquier otro medio de comunicación, al fin y al cabo detrás de ellos siempre están agentes con propósitos muy claros, aunque a veces bastante velados para el común de los usuarios que sin querer se vuelven megáfonos.

 

Para retomar el ejemplo del expresidente contra el columnista, Uribe se va contra la prensa a punta de afirmaciones y comunicados por lo menos engañosos, cuando no mentirosos y, a través de las redes, aquellos que lo siguen y son incapaces de cuestionarlo, replican y envilecen más sus afirmaciones. Y entonces, ese hecho en particular refleja exactamente lo mencionado en el tuit de Adriana Amado: se prefiere tener la razón antes que hacer un juicio sosegado y que pueda contradecir al líder.

 

Parte de estas manifestaciones de los simpatizantes del expresidente, con hashtags mal escritos y copiados sin leer (si no es que son bots con un HT que su programador escribió mal), dejan de lado un hecho que en sí mismo para cualquier persona con algo de decencia es inaceptable: llamar violador de niños a quien no lo es, obviando la argucia semántica según la cual no quería decir lo que dijo y dio a entender.

Y siguiendo la argumentación del expresidente, no reparan en rectificar esta información, sino, por el contrario, incluyen otras más como asociar a Samper Ospina con “Uribe Noguera”, el confeso asesino de la niña Yuliana Samboní y seguirlo acusando de pornografía infantil, sin que este delito tampoco sea cierto. Lo único que vale es reiterar, sin importar los argumentos, la posición de la cual se es simpatizante.

Los medios de comunicación no son malos por si mismos, ni Twitter es maravilloso per se. Los dos son canales a través de los cuales transitan mensajes llenos de intenciones concretas, y cada medio se vale de sus especificidades y características técnicas para reiterar un propósito. Así como hay periodistas que responden a intereses distintos al de ejercer su oficio con ética, hay muchos que sí respetan su profesión, y así como hay ciudadanos que expresan argumentos en Twitter, hay bots y personas pagadas y también energúmenos irreflexivos.

 

A la prensa y a los periodistas les caben también varias críticas, por ejemplo, la solidaridad frente a ciertos casos en su gremio, como este de Samper Ospina, por encima de otros tanto o más preocupantes, como los asesinatos de colegas en regiones de la periferia. Una declaración que parece darse por ser el columnista quien es, y no necesariamente un principio de sensatez frente a una práctica ya acostumbrada del expresidente, quien por lo general trata a la prensa como a él más le conviene.

 

No hay que olvidar que los primeros en atacar y suprimir a los medios de comunicación son los más autoritarios, no es casualidad que Chávez haya expulsado a varios de su país, que Maduro reitere esos ataques, que Trump tenga cazada una pelea con los más importantes en Estados Unidos, que Petro los acuse frecuentemente, que Daniel Ortega en Nicaragua sea acusado de restringir la libertad informativa o que Uribe tenga por costumbre referirse a periodistas como sicarios, cómplices, “amiguito del ELN”, entre otros.

 

A los medios les caben todas las críticas, si es el caso investigaciones de organismos competentes de la justicia, debates sobre su labor, observación constante frente a sus publicaciones o cubrimientos, pero nunca censura y mucho menos por parte de los poderosos. Si algo nos hace falta, además de la escasa autocrítica de los periodistas, son observatorios ciudadanos, pero que no sean los políticos quienes nos vengan a decir para qué están los medios, porque justamente están para vigilar a quien más requiere seguimiento con lupa: ellos.

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