A menos que a uno lo esté esperando alguien conocido, un familiar, un amigo cercano, llegar a una ciudad nueva implica directamente estar más perdido que un pulpo en un garaje. Los únicos lugares de referencia son aquellos que uno ha visto por televisión, en fotos o por internet: la Puerta del Sol, la Plaza de Cibeles, el Palacio Real, etc. Así que la primera misión es conseguir un mapa.

Estos países desarrollados tienen una ventaja: tras décadas de recibir visitantes, han creado oficinas de atención al turista, en donde la mayoría de las veces los mapas son un regalo de cortesía. En Madrid, además, se pueden conseguir buenos mapas en las oficinas de atención al cliente de el Corte Inglés, la cadena de almacenes más grande y poderosa de España.

Tener el mapa da una idea general para situarse dentro de la ciudad. Algunos incluso señalan los principales sitios turísticos, con lo cual tener puntos de referencia se va haciendo más fácil. Lo que no parece tan simple es ubicarse dentro de la maraña de pequeños nombrecitos que salen en el mapa. Nombres. Y más nombres. De gente, lugares y personas que uno no ha escuchado jamás. Cada calle tiene uno, o dos o incluso tres nombres según el sitio por donde pasa. Es otro sistema.

En Colombia usamos la números para indicar la ubicación de calles y carreras, y sólo ciertas vías tienen nombres, según su importancia histórica o urbanística. Fácil. Aquí la cosa tiene su complicación añadida. Todas las calles tienen nombre. Todas. En Madrid, estamos hablando de unas catorce mil calles, plazas, avenidas, paseos, puentes, rondas, glorietas… ¿Cómo se ubica la gente? ¿Se aprende de memoria ese chorro de nombres?
 
La solución básica es un librito que venden por unos seis euros en los quioscos de revistas y en las librerías: un Callejero. Esta práctica solución analógica trae una lista con los nombres de todas las calles de la ciudad, y un detallado mapa dividido en muchas páginas con coordenadas. Se busca la calle en el índice y se mira en qué parte del mapa está. También viene impreso en los directorios (guías telefónicas, los llaman aquí). Así que, si hay escasez de dinero, uno puede arrancar esas páginas, ponerles un gancho o un clip y hacerse una Guía Para Sobrevivir o GPS.

O bien, ahora casi todos los teléfonos celulares permiten descargarse de internet los mapas de las ciudades, o incluso conectarse al sistema de satélites de posicionamiento global (otro GPS: Global Positioning System). Ponemos el nombre de la calle en el aparato, éste se conecta al GPS (el de los satélites, no el de las páginas arrancadas de los directorios), y en breves segundos nos dice dónde estamos y cuál es la ruta más corta para llegar a donde queremos. Es pan comido.

Con esto ya tiene uno herramientas para empezar a moverse por la ciudad sin temor a quedar completamente extraviado. Lo cual no es un impedimento para empezar a caminar sin rumbo fijo. Es una de las mejores maneras de ir descubriendo al azar las pequeñas maravillas que tiene una ciudad nueva, sobre todo una como Madrid.