Los españoles hablan de una forma particular el castellano. Como les sucede a los mexicanos, a los venezolanos, a los argentinos. Todos tenemos una forma diferente de expresarnos, con variaciones más o menos importantes. Pero mientras para los latinoamericanos eso es algo normal y cotidiano, los españoles todavía se sorprenden de que su lengua pueda sonar de otra manera. Y, como niños pequeños, se ríen y se burlan cuando escuchan otro acento.

Esto no sé si achacárselo también al aislamiento del franquismo, como tantos otros males que carga la sociedad española hoy en día, o simplemente a la distancia transoceánica que nos separa de ellos. El caso es que mientras los latinoamericanos hemos tenido décadas para acostumbrarnos a nuestras propias diferencias lingüísticas, gracias a la cultura que hemos compartido, para los españoles escucharnos hablar es todavía algo nuevo que les causa diversión, sorpresa o a veces malestar.

Yo aprendí la forma como hablan los argentinos gracias a Gardel, que tanto le gusta a mi padre, y a varias series animadas traducidas allí como la famosa Candy Candy. De pequeño me sentaba a ver la Carabina de Ambrosio, el Chavo del Ocho y otros inventos cómicos mexicanos, con su jerga y acento tan divertido. Mientras, los venezolanos nos inundaban con Leonela, Topacio y otras lacrimosas telenovelas. Sólo por mencionar algunos unos ejemplos que me tocaron, pero cada uno tiene los suyos. Incluso habrá quien tenga alguno que otro (mal) gusto por los corridos mexicanos, las series adolescentes argentinas o las comedias peruanas. Hay para todos.

El caso es que esta mezcla cultural que tenemos gracias al cine, la televisión, la música y la literatura de todos los países latinoamericanos ha enriquecido nuestra lengua y nos ha permitido comprender más a la gente de otros países, que comparte el idioma pero no necesariamente la idiosincracia. Sabemos que el dinero se llama lana o guita o plata. Que una rubia puede ser una güera, o una mona o una catira. Que un amigo es un cuate, un pana o un pata. Y que un polvo es un polvo.

Pero algo tan normal como la diversidad del idioma para los españoles es una cosa compleja. Es cierto que algo de influencia cultural han recibido de nuestros países, pero siempre han sido pequeñeces marginales que quedan como curiosidades. En general, desconocen casi del todo nuestra forma de expresarnos. Curiosamente, cuando un español intenta hablar con acento latinoamericano, le suele salir una mala versión del mexicano (pueden comprobarlo, no sólo es verídico sino que además es cierto).

Por supuesto, yo soy un extranjero en un país que me ha acogido, y como tal intento comprender lo que pasa y adaptarme a ello de la mejor manera posible. He ido aprendiendo la forma de hablar de los españoles y me gusta expresarme para que entiendan fácilmente lo que les quiero decir. Incluso he aprendido poco a poco a usar la segunda forma del plural: ese ‘vosotros’ que a los latinoamericanos nos evoca tiempos de reyes a caballo y quijotes. Es interesante y divertido.

Lo único que me altera es cuando algunos españoles se ríen porque pronunciamos de la misma manera la s, la c y la z: el famoso «seseo». Incluso hay quien tiene el descaro de decir «no sabeis hablar», con toda la prepotencia que da la ignorancia. Y a mí esta actitud altanera me provoca una intensa, airada y despectiva… sonrisa.

Porque lo cierto es que esta característica que para muchos españoles resulta tan importante, es una particularidad del idioma castellano que casi no se usa en el resto del mundo. No sólo es un fonema con un nombre horrible, la fricativa dental sorda, sino que apenas es utilizado en otros otros idiomas, y generalmente para pronunciar la th.

De hecho, en España el seseo es mayor de lo que se piensa. De los 47 millones de habitantes, un millón y medio son latinoamericanos que sesean. Otros dos millones viven en las Islas Canarias, que parecen más venezolanas que españolas por su forma de hablar. Hay unos cinco o seis millones de andaluces que también sesean. Y unos dos millones de españoles ni siquiera hablan castellano, bien sea porque provienen de países con otras lenguas o porque nacieron con su propio idioma local (gallego, catalán o vasco), y jamás aprendieron español.

Frente a los pocos que quedan, hay otros 400 millones de personas en el mundo que sesean cuando hablan castellano. Y que se están expandiendo por el mundo a una velocidad vertiginosa gracias a la explosión cultural que ha tenido América Latina en el último medio siglo. Lo que para muchos españoles es la norma, resulta que es una minúscula excepción dentro del gran universo de los hispanoparlantes. El seseo es el presente, y es el futuro del idioma castellano.

De hecho, me parece importante proteger esta curiosa forma de hablar que cada vez más corre el peligro de extinguirse. Cuando apenas queden unas pocas personas en el mundo que todavía pronuncien de forma diferente la c y la z, las vamos poner en un museo para que se reproduzcan entre ellas y puedan mantener viva esta extraña costumbre nacida en el siglo XVII. Porque las antigüedades hay que cuidarlas.