En la novela de Lewis Carroll «Alicia a través del Espejo», que viene a ser como una segunda parte de «Alicia en el País de las Maravillas,» hay un momento muy curioso, una paradoja de ésas que le gustaba describir al reverendo Dodgson, y que me recuerda a la situación que se vive en Colombia y otros países de América Latina.

El libro está escrito como un problema de ajedrez, donde Alicia es un peón que va avanzando por las casillas del tablero, que es al mismo tiempo un mundo fantástico y lleno de sorpresas. En el segundo capítulo, poco después cruzar al otro lado del espejo, Alicia se encuentra con la Reina Roja, una mujer antipática que se parece a la niñera de Alicia en la vida real.

Las dos hablan un rato en medio del campo, cuando de repente la Reina agarra a la pequeña del brazo y las dos empiezan a correr a una velocidad inusitada. Corren tan rápido que Alicia siente cómo sus pies se levantan del suelo, hasta que después de un rato de carrera frenética, ambas se detienen, jadeantes. Lo curioso es que, a su alrededor, los árboles y las cosas siguen en su sitio. Y resulta que no se han movido de donde estaban, antes de empezar a correr

– Pero ¿cómo? ¡Si parece que hemos estado bajo este árbol todo el tiempo! ¡Todo está igual que antes!

– ¡Pues claro que sí! – convino la Reina -. Y ¿cómo si no?

– Bueno, lo que es en mi país – aclaró Alicia, jadeando aún bastante – cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte…

– ¡Un país bastante lento! – replicó la Reina – Aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto se pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido.

El país al que se refiere Alicia, por supuesto, es la vida real. Pero siempre he tenido la impresión de que el otro país, al que se refiere la Reina Roja, se parece extrañamente a Colombia. O a muchos otros países del tercer mundo, o en vías de desarrollo, o como quieran llamarlos.

Parece que para poder conseguir lo básico, una vivienda digna, un trabajo remunerado, una educación, un servicio de salud decente, hace falta correr muchísimo, trabajar de forma extenuante de sol a sol durante jornadas que se extienden mucho más allá de las ocho horas, o diez, o doce. A veces ni siquiera así es suficiente.

Hay que luchar y hacer apaños y esforzarse y correr y seguir peleando… únicamente para conseguir lo que en otros países se da por descontado. La gente se preocupa el doble, trabaja el triple, y pasa por mil dificultades, sólo para sobrevivir en el día a día. Y como dice la Reina Roja, si quieres llegar a otra parte, tienes que ser todavía más veloz.

En el espíritu de nuestra cultura, quien consigue algo más que el resto es porque se mueve antes. Porque tiene ventajas por su posición social. O porque tiene un cargo que se lo permite. O porque conoce una forma de hacer las cosas que se salta las leyes. O porque tiene dinero para moverse mejor. O porque tiene influencias o contactos. A veces, simplemente porque tiene la capacidad de intimidar al otro para que lo deje pasar.

Mientras tanto el resto de la gente, el noventa por ciento de los ciudadanos, sigue corriendo, sudando la gota gorda en el campo, en las oficinas, en las calles, para poder seguir donde siempre han estado. «Como ves, hace falta correr todo cuanto se pueda para permanecer en el mismo sitio», dice, inexorable, la Reina Roja.

Una verdad cruel, porque en cuanto te detienes y dejas de correr, el mundo te deja atrás. Te quedas sin trabajo, sin como curarte si estás enfermo, sin educación, sin posibilidades ni futuro, y al poco tiempo acabas en la calle, despreciado, pobre y jodido. Hay millones de pesonas así, sumidas en una pobreza y un abandono absolutos.

El mundo, a este lado del espejo, es diferente. Hay quien corre para adelantarse al otro, pero no es la norma general. Hay instituciones que garantizan un mínimo de seguridad en la salud, en el trabajo, en la justicia. Muchas veces uno puede dejar de correr, para saber a dónde quiere ir, sabiendo que no se va a quedar atrás. Es el mundo de Alicia, donde las cosas funcionan con normalidad. O algo que debería ser considerado como normal.

Espero que algún día nuestros pobres países dejen de ser malos reflejos de otros. Y que las vidas y los derechos de muchas personas sean otra cosa diferente a la caricatura que son hoy en día, al otro lado del espejo.


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