España es algo así como el paradigma de la Semana Santa. Si hay un sitio en donde la cosa se pone más barroca y extraña durante estos días es en alguna ciudad o pueblo a este lado de la península ibérica. En esta época del año se exacerban los ánimos y el orgullo católico saca sus galas a la calle con pompa y beato. Se ve de todo: gente disfrazada de Ku Klux Klan cargando estatuas, cantos religiosos a voz en grito en estilo flamenco o personajes raros fustigándose hasta hacerse sangre. Se toman muy en serio el asunto.
El catolicismo nunca ha tenido más acérrimos defensores y creyentes que en España. Pero de los raros, de esos que necesitan la religión para justificar sus extravagancias. Prácticamente todas las derivaciones más extrañas de las prácticas cristianas han salido de aquí.
Como la Inquisición, que no necesita ni explicación ni presentación. Juzgar gente por sus creencias, torturarlos con saña, hacerlos delatar a otros inocentes, quitarles sus bienes y mandarlos presos de por vida a remar en galeras, o quemarlos públicamente como entretenimiento, ejemplo y castigo. Algo más de trescientos años funcionando en cuatro continentes y unas trescientas mil personas juzgadas. Una multinacional globalizada casi a la altura de Microsoft.
Afortunadamente, de la Inquisición española queda poco. Lo de juzgar a la gente por sus creencias quedó para los países árabes extremistas. Las torturas se convirtieron en parte de los manuales que la CIA repartió a los dictadores latinoamericanos para reprimir la izquierda. Y quitar los bienes se transformó lentamente en oficinas de Hacienda e Impuestos.
Pero el radicalismo religioso persiste, muy activo y militante. Por lo menos un millón de españoles pertenecen a alguna de las siete mil cofradías registradas y aceptadas por la Conferencia Episcopal. Estas cofradías son asociaciones de católicos fieles, muy fieles, requetefieles, que se reúnen en su ciudad o pueblo en torno a algún santo famoso o una reliquia o algún otro símbolo religioso.
Las cofradías hacen y deshacen durante todo el año, pero las que se hacen llamar ‘cofradías penitenciales’ son las que salen en Semana Santa en todas las imágenes que dan la vuelta al mundo sobre las celebraciones religiosas en España.
Por poner un ejemplo ficticio: en un pueblo que se llama Sanlúcar de la Cañada (que no existe, para evitar quejas y demandas) tienen un clavo oxidado que, según cuenta la leyenda, fue traído por San Tirimeo el Sabio en el siglo XIV desde Constantinopla (tampoco existe San Tirimeo). Dicen que es uno de los clavos que tenía la silla donde se sentó Vuestro Señor Jesucristo en la Última Cena. Y sólo hay veinte como éste en todo el mundo.
En torno a esta Santa Reliquia, en Sanlúcar de la Cañada se creó la Cofradía del Clavo Santo. Desde hace tres siglos, los hombres piadosos de este pueblo se reúnen en torno a esta cofradía y se preparan durante todo el año para el evento principal: la procesión del Jueves Santo en la que sacan la imagen de Jesús acompañada de la urna en donde reposa el clavo de la silla donde reposó Jesús.
Lo malo es que muchas veces en Semana Santa llueve bastante, como este año que cae en abril, y aguas mil. Y los cofrades, que llevan todo el año esperando para salir un rato ese día, se desesperan porque no para de caer agua, imploran y rezan, y al final no pueden hacer la procesión porque el Clavo Santo no se puede mojar. Y llegan las cámaras de televisión y los graban llorando desconsolados. Pobrecitos.
Pero cuando salen, son todo un espectáculo. Cada cofradía tiene su rito, su ruta y su rareza. Llaman la atención sus indumentarias, túnicas, capas y capuchones en forma de capirote que ocultan totalmente el rostro. Los racistas del Ku Klux Klan copiaron las vestimentas, que ya eran viejas en España cuando allí apenas empezaban a quemar negros. Por eso es un error garrafal compararlas, y ofende a ambas creencias.
Durante mucho tiempo los cofrades eran hombres y sólo hombres. De hecho, solían ser una especie de agrupación masónica con simbologías, exclusividad y sentido de pertenencia. Hay cargos, rangos y jerarquía. Y las mujeres se limitaban a atender las necesidades de los cofrades y a cantar al paso de la procesión. La cosa ha cambiado, y en los últimos años hay bastantes cofradías que permiten el ingreso al sexo femenino.
Así que cuando por fin es Jueves Santo, y hace buen clima, y está todo listo, sale la procesión por las calles del pueblo o de la ciudad, con mucha solemnidad, cánticos religiosos y el apoyo de todos los fieles. Muy parecido a todo lo que se ve en América Latina, aunque aquí han tenido más siglos para sofisticar todo el rito.
Luego se acaba la Semana Santa, se guardan las estatuas y las reliquias, se doblan las vestimentas rituales, los costaleros que cargaron las figuras se van a hacerse masajes en el hombro, los penitentes que se fustigaron se ponen emplastos en sus piadosas heridas, y todo vuelve a quedar en reposo hasta el próximo año.
Es lo simpático de las tradiciones: que aunque todo cambie, la ciencia avance, la sociedad progrese y la modernidad nos alcance, siempre habrá gente dispuesta a seguir haciendo lo mismo que hacían sus padres y sus abuelos y sus tatarabuelos desde tiempos inmemoriales, porque es algo que siempre ha sido así y no hay razón para cambiarlo.
Feliz Semana Santa.
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