Dicen las estadísticas -que tanto saben-, que el idioma más hablado del mundo es el chino mandarín. Unos 874 millones de personas lo tienen como lengua nativa. Realmente son 875 millones en el momento en el que usted está leyendo esto. Unas 879 para cuando llegue al último párrafo. Estos chinos se reproducen a una velocidad impresionante.
Luego está el español (o castellano, como les gusta decir en España, donde abundan los dialectos locales y lenguas variadas que no habla casi nadie) con 358 millones de hablantes. Más abajo está el inglés con 341 millones de personas, y el hindi con 258 millones que lo hablan desde chiquitos.
Pero estas estadísticas, sacadas de la prestigiosa organización Ethnologue, no son tan precisas como parece. Porque el idioma más hablado del mundo no es ni el chino, ni el español ni el hindi. El idioma más hablado del mundo es el mal inglés.
El mal inglés es ese inglés hablado de forma incorrecta, pobre, aprendido poco o a medias. No importa a qué parte del mundo vayas, siempre encontrarás alguien que habla esta lengua. En lo más recóndito de un poblado tutsi del centro de las llanuras de Ruanda. En una perdida y montañosa aldea nepalí. En una colorida posada bávara. En una plantación cafetera del Quindío. En todos estos sitios de repente aparecerá un nativo que por alguna razón u otra ha tenido contacto con el idioma de Shakespeare lo suficiente como para decir jelou, me can jelp yu, ai espik inglich. Y uno respira aliviado, porque el absoluto desconocimiento de centenares de lenguas acaba de ser resuelto por el idioma más hablado del mundo: el mal inglés.
Es una lengua muy bonita porque es rica en matices. Cada uno la habla como puede: con su particular acento, la pronunciación que primero se le ocurrió, y palabras inventadas. Muchos pronombres, por ejemplo, se traducen directamente del español al mal inglés poniéndoles un «eishon» al final. A veces funciona, como cuando dices «separeishon«. Otras no, como cuando alguien quiere algo barateishon, o facileishon.
La música contribuye mucho a expandir el mal inglés por el mundo. Gracias a todos los superéxitos de ventas del rock, el pop y demás géneros populares, la gente de otros idiomas ha aprendido a cantar en mal inglés, lo cual se hace de la siguiente manera: se dicen únicamente las palabras que se reconocen de la canción, (como love, hearth, o… love otra vez) y el resto se reemplaza con «wachu wachu«. Y si a uno le suena, incluso puede cambiar palabras en inglés, por algo que le suene parecido en español. Como cuando en vez de decir «Smooth Operator» en la canción de Sade, algunos cantan «bus a Pereira«. O «huevos con aceite» en vez de «We’re Not Gonna Take It«, de Twisted Sister. La gente tiene mucha imaginación y eso es algo muy bonito.
Entre los personajes ilustres que hablan el mal inglés está el ex presidente español José María Aznar, quien además se ufanaba de hablar mal el italiano, el alemán y el catalán (este último lo habla también «en la intimidad», vaya usted a saber lo que eso significa). Incluso se volvió famoso su acento tejano después de visitar el rancho de Bush, de donde llegó muy emocionado con la idea de invadir Irak. Me pregunto cómo habrán sido esas conversaciones entre un presidente que habla el mal inglés y otro que… también.
Aznar no es más que un representante de algo que pasa en el país que gobernó. Los españoles son líderes mundiales en esto de hablar mal el inglés. Décadas enteras de enclaustramiento cultural los han hecho casi inmunes a la penetración de otros idiomas que no sean los que se han inventado aquí (España es un país con varias lenguas cooficiales que son habladas en algunas regiones). Muchos niños gastan horas enteras en aprender cosas universalmente útiles como el vasco o el gallego. Pero de inglés, poco o nada.
Sobre todo, es más que curioso el gran desconocimiento del inglés en un país que lleva más de treinta años sacándole dinero a los turistas extranjeros. Cientos de hoteles, bares y restaurantes esparcidos a lo largo de playas no tienen a veces ni un empleado con un inglés decente. Como mucho, el recepcionista habla mal inglés, a un nivel similar al del negrito en la aldea tutsi que mencionaba antes. Sin embargo, y pese a esta absurda carencia, las costas se siguen llenando todos los años de pálidos europeos del norte, dispuestos a pasar unas horas de paradisíaco sol mediterráneo.
Aquí y en todas partes, ese espécimen que es el turista lleva consigo el mal inglés como un escudo contra la ignorancia cultural del sitio que visita. No importa si viene de Noruega, de Japón o de Israel, el turista sabe pedir guater, preguntar por el airport bus, buscar el moni cheing o, -inevitable- llamar al police cuando lo están robando.
Por esa ayuda universal que proporciona, deberían nombrar el mal inglés una especie de patrimonio cultural de la humanidad. Por lo menos mientras las dos lenguas más habladas del mundo se fusionan, y nace el que yo creo que será sin duda alguna el idioma del futuro: el chinglish.
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