Estar lejos de casa produce nostalgia. La sentía Ulises cuando tuvo que salir a pelear en Troya, y no hubo cantos de sirena, caballos de madera ni cíclopes que le hicieran olvidar lo bueno de su tierra. Aunque yo creo que el valiente heleno se demoró a propósito porque también se acordaba de las cosas malas, y lo de sus odiseas no fue más que una excusa para quedarse un rato por fuera de Ítaca antes de volver a enfrentarse a lo mismo de siempre.

A mí me pasa. Sin troyanos ni poseidones, pero con otras muchas historias de por medio, he preferido quedarme en el viaje antes que volver, porque recuerdo todo aquello que me gusta poco del país donde nací.

Cierto es que no hay un paraíso en la tierra, y que el prado del vecino siempre se ve más verde. No obstante, hay sitios en donde definitivamente está mejor cortado y la hierba la riegan con agua y le ponen abono. A este lado del charco por ejemplo, hay miles de cosas mejores que en nuestro abandonado terreno.

Nombro algunas de las que me costaría volver a soportar en Bogotá, donde solía vivir antes de marcharme, pero que son fácilmente aplicables a muchas otras ciudades de Colombia y América Latina.

El transporte público. En Madrid el metro es fantástico, hay trenes a todas partes, y los autobuses son muy puntuales, funcionan incluso durante la noche. Pese a todo, el madrileño típico se queja bastante. Eso es porque no ha tenido que estar atrapado durante horas en atascos y trancones infinitos con buses lentos y viejos, pitos y bocinazos por doquier, el humo de motores sucios envolviéndolo todo y la triste presencia de mendigos, vendedores ambulantes y ladrones rondando el asfalto. Y a veces, como añadido, un buen aguacero.

En España hay unas carreteras amplias y bien cuidadas, con carriles de sobra, zonas de servicio para echar gasolina y sentarse a tomar algo. Kilómetros y kilómetros de trenes locales, regionales y de alta velocidad. No se extrañan los profundos huecos de las carreteras colombianas, estrechas, llenas de curvas y plagadas de camiones porque en todo el país no hay trenes para mover la carga. Esas crueles vías están alimentadas con miles de muertos cada año y el vómito de muchos viajeros mareados.

El sistema de salud. En España funciona lento pero seguro, es un servicio universal que tiene una extensa red de centros médicos y hospitales por todo el país. No es perfecto, pero hay muy pocos en el mundo que sean mejores. Y es una lástima que las doctrinas neoliberales, tan de moda últimamente pese a su obvio fracaso, están minando la eficacia del sistema. No sé tan siquiera si vale la pena comparar este punto con el de Colombia, donde hay unos profesionales excelentes pero un sistema semi privatizado, burocratizado a niveles estrambóticos, corrupto a más no poder y tan ineficaz que podrían tirarlo todo abajo y quedaría mejor. Funciona mal en su cotidianidad y es terrible para las catástrofes o los desastres. Es un sistema de salud con cáncer.

La inseguridad. No tiene precio caminar por las calles de Madrid a las cuatro de la mañana. O a las doce de la noche, o a las seis. Robos hay, como en cualquier parte del mundo, especialmente las grandes ciudades. Los ladrones son todos unos profesionales y te sacan la plata, el teléfono y hasta los calzoncillos en cualquier sitio en el que estés distraído. Lo que no son tan comunes son los robos con violencia. Y aunque algunos sitios son menos recomendables que otros, lo cierto es que comparados con cualquier calle bogotana que no esté en un conjunto cerrado, son un paraíso de paz y concordia. No me meto a hablar de guerrillas ni paramilitares, sólo me refiero a lo que llaman «delincuencia común»: es tan común que se nos vuelve parte de la vida cotidiana,

Aprendí, paseando por la Gran Vía a altas horas de la madrugada, que los colombianos adquirimos con el tiempo una paranoia que nos ayuda a sobrevivir en nuestras propias selvas de cemento. Como se suele decir: «el hecho de que seas paranoico no significa que no te estén persiguiendo». Ese temor está presente de forma constante en nuestras vidas, pero en otras sociedades menos peligrosas se vuelve inútil. Y al quitarse ese peso de encima se siente una tranquilidad enorme, y uno no puede evitar preguntarse cómo es posible vivir así, con tanto temor.

Empecé a hacer esta lista pensando que sería cosa de tres o cuatro puntos pero se me está alargando más de lo que creía. Y como no quiero convertir esto en una homilía interminable, voy a dejarlo para una segunda parte la próxima semana.

Mientras tanto, me atrevo a preguntar: ¿Qué cosas dejarías de extrañar de tu país si te fueras, o que no extrañas nada estando en el extranjero?

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