Los que cumplimos cuarenta deberíamos tener un manual, algo que se parezca a esas guías para preadolescentes que explican los cambios que se sufren con la llegada de una nueva etapa: por qué sale pelo en zonas donde antes no había, por qué el cuerpo tiene esas extrañas sensaciones, de dónde sale esa forma diferente de ver el mundo, por qué esa actitud de rebeldía frente a lo establecido.

La diferencia es que a los cuarenta el pelo nuevo sale en las orejas, el cuello, la nariz o los dedos, mientras se va volviendo blanco y va escaseando en la cabeza. Esas extrañas sensaciones que no tenías antes son las resacas de tres días por una noche de juerga, y un cansancio para hacer lo que antes te costaba tan poco. Esa nueva forma de mirar el mundo es porque cada vez cuesta más enfocar las letras que están cerca y luego te diagnostican presbicia y tienes que usar bifocales. Y esa actitud de rebeldía y disconformidad te lleva a comprar una moto, correr maratones, hacerte un tatuaje, teñirte el pelo, buscar amantes jóvenes y ponerte ropa ceñida con estampado de animales.

Al menos en otras épocas había un guión preestablecido, casi una ley social que indicaba que a la llegada de los cuarenta deberías estar casado, con hijos, hipoteca, tal vez un negocio o un importante ascenso en tu carrera profesional. Y si estabas fuera del esquema, sabías que te volvías un solterón/a que se quedaba para vestir santos, desvestir borrachos y rezar rosarios.

La parte anecdótica y simplista es la que nos llama viejóvenes, adultescentes, chavorucos porque aún jugamos videojuegos, leemos cómics o vamos a conciertos. Lo cierto es que nuestra realidad no es la que vivieron nuestros padres, ni qué decir de nuestros abuelos. La próspera generación del baby boom nos ha legado un mundo completamente diferente. Este siglo de internet, globalización, anticonceptivos, divorcio, relaciones abiertas, vuelos low-cost, aplicaciones para conocer gente, crisis económica, caída de las pensiones, empleos precarios, viviendas caras, redes sociales, economía colaborativa y mensajería instantánea… ha cambiado las reglas del juego, sin que nos hayan explicado aún cómo funcionan los nuevos preceptos.

Quienes llegamos a esta cuarta década sin haber seguido la ruta tradicional, nos encontramos frente a una enorme incertidumbre, una libertad inmensa mezclada con dudas estratosféricas sobre relaciones, descendencia, trabajo o jubilación. Somos conscientes de lo efímero de nuestra realidad, un mundo inmerso en el individualismo capitalista, donde todo nuestro entorno se rige por las leyes básicas de oferta y demanda: desde las relaciones hasta los cargos laborales. Y juegas el juego a ver a dónde te lleva, o mandas todo a la mierda y te vas a enseñar buceo en Bali, regentar un bar en las playas del Caribe o unirte a una comuna autogestionada.

Ante este panorama, sé con certeza que no estoy listo para entrar a los cuarenta. Y aún así, confieso que me emociona.