A pesar de la crisis económica y el desempleo, hay un pequeño local de la Gran Vía madrileña que por estas fechas tiene una larga fila de clientes, desde que abre hasta que cierra. Es la Lotería de Doña Manolita, uno de los cuatro mil establecimientos de la Lotería Nacional donde se venden los billetes para el famoso Sorteo de Navidad.
Doña Manolita era una joven de 25 años que decidió abrir este negocio junto con sus hermanas en 1904. Un siglo después, se ha convertido en el puesto de lotería más tradicional de Madrid; un rentable negocio familiar que vende incluso por internet, y uno de los que más premios ha repartido en todo el país
Por eso tantos españoles confían en Doña Manolita para comprar los billetes del Sorteo Extraordinario de Navidad, que se juega todos los años el 22 de diciembre y eclipsa cualquier otra noticia, conversación o interés de los ciudadanos. Esperan y hacen largas filas, pese a temperaturas invernales de este mes que rondan los cero grados.
Es difícil de explicar qué significa para los españoles este sorteo. No sólo es el más grande del mundo por la cantidad de dinero que entrega, más de 2.300 millones de euros (unos siete billones de pesos), sino que su popularidad es inmensa dentro y fuera del país. Su funcionamiento también es diferente, pues los premios están muy repartidos: el»Gordo» son tres millones de euros, y el resto se distribuye en cuatro mil premios más de diferentes cantidades, desde un millón hasta mil euros.
A esto se le añade una costumbre curiosa: son los estudiantes del colegio más antiguo de Madrid, muchos de ellos huérfanos, los encargados de sacar los números ganadores y cantarlos con un sonsonete bastante peculiar. Los niños de San Ildefonso han sido la imagen de la suerte en la Lotería Nacional durante más de dos siglos.
La cosa funciona así: cada billete de la lotería cuesta 200 euros, unos 600 mil pesos. El billete viene dividido en diez fracciones que se venden por separado y cuestan 20 euros cada una. Lo que suele hacerse es comprar un solo billete entre un grupo de personas y repartirlo. Es una costumbre que se sigue en familias, en oficinas, entre amigos, en los bares, etc. Y toda esta gente queda pendiente de internet, de la radio y de la televisión desde las ocho de la mañana del 22 de diciembre hasta el mediodía, cuando termina el sorteo.
Por eso, poco después de que se conocen los resultados, las noticias comienzan a mostrar grupos enteros de gente celebrando. Toda la venta está informatizada y es fácil saber en qué establecimiento autorizado de la Lotería Nacional se vendieron los billetes premiados. El resto es trabajo periodístico para encontrar y entrevistar a los ganadores, si es posible en directo, mientras el resto del país observa con envidia.
Ésta es una de las razones que hace tan popular la compra de la lotería. Siempre sale en las noticias, entre un grupo de gente del mismo trabajo o la misma familia, un pobre pendejo que no se ríe ni salta ni está bebiendo para festejar. Es el único pariente, empleado o cliente que no quiso o no pudo comprar la lotería ese año. El resto de suertudos millonarios lo miran con compasión. Él mismo se quiere morir. Nunca olvidará que tuvo la oportunidad de ser rico y la perdió. Nadie quiere ser ése desgraciado.
Y es difícil no serlo, porque para eso tienes que comprar el décimo que han escogido tus familiares cercanos, también el que venden en la oficina, y el del equipo de fútbol de los sábados, y el de la peluquería. Es por eso que, en promedio, cada español se gasta unos 70 euros al año en la Lotería de Navidad.
Yo no soy inmune a esto. Hace una semana compré el número que juegan en la oficina. Si este blog permanece inactivo por unos días/semanas/meses, quiere decir que estoy en una playa solitaria de Tailandia.