Pocos títulos tan bien puestos a una novela como este; Salvaje es el protagonista-narrador de la vertiente principal de la historia, porque de no ser así, no hubiera sobrevivido para contarla.
“Crecí con la noción de haberme quedado de por vida en un estado semianimal, salvaje. Y si mi hermano quiso ser de niño “Carlos, el Valiente”, yo deseaba ser “Juan Guillermo, el Salvaje.”
Salvaje es lo que le ocurre a todos los personajes, inclusive a los más perversos; salvaje es la peripecia del personaje de la segunda vertiente de la historia; salvaje es la forma como viven y mueren todos; salvaje es la vida barriobajera en el D.F y en la nieve el Yukón. Salvaje es el autor, que empleó casi seis años escribiendo la novela, y salvaje el libro mismo con sus 700 páginas, a cual más salvaje.
Arriaga presenta sin miramientos hacia el lector, la violencia en todas sus formas, o mejor, todas las formas de violencia. Sus agentes son, los narcotraficantes, la policía, las pandillas, lo lobos y, sobre todo, los fanáticos religiosos, llamados Los buenos muchachos, auspiciados por la Iglesia católica.
A Juan Guillermo le tocó guerrear a lo bestia para sobrevivir, inclusive desde antes de nacer, pues en el vientre materno le ganó la lucha a su hermano gemelo. Más tarde sobrevivió a un accidente de puro milagro, igual que Chelo, el amor de su vida, quien cayó desde una azotea, fracturándose todo lo que se llamara hueso. Las enormes cicatrices que la vida les fue dejando a ambos, los juntó:
“No apagué la luz. Me despojé del pantalón y le mostré la cicatriz que recorría mi pierna. Ella ignoraba mi episodio con el vidrio. Besándola le quité la falda. Junté mi cicatriz con los suyas. Herida con herida. Después de haber caído desde seis metros de altura, sus padres la trataron con desprecio. ‘Eso te pasa por andar de puta en las azoteas’, le recriminó su padre.”
A su hermano Carlos lo asesinaron los Buenos muchachos con ayuda del policía más corrupto del D.F, y sus padres fueron a dar con el automóvil al fondo de un barranco.
Siempre andaba por el borde; a Guillermo lo mantienen vivo, el odio y la sed de venganza. Por el camino encontró en un lobo traído desde el Yukón, a una especie de alma gemela, a su otro yo salvaje. Al final se da cuenta de que por mucho que nos habite un salvaje, matar no es fácil.
El libro de Arriaga no le hace concesiones a un lector no acostumbrado a la violencia, y, en esa medida se codea (se emparenta) con La tejonera, la novela del escritor galés Cynan Jones, en la que hay mucha violencia y mucha sangre producto de la salvaje costumbre humana de divertirse a costa del sufrimiento de los animales.
Nada descabellado sería colegir que la estructura de El salvaje guarda similitud con la de Rayuela. Veamos: Una historia “del lado de allá”, la de los aborígenes y los lobos del norte de Canadá; una historia “del lado de acá” la de Guillermo en el D.F y unas historias de “otros lados” que se intercala a lo largo de toda la novela, con etimologías, definiciones, biografías y episodios históricos que incluyen la Guerra de Vietnam. Y lo que podría llamarse “morellianas”, son los caligramas, poemas y pensamientos en voz alta que pespuntean gran parte del libro, Ejemplo:
La vida es esa línea de luz suspendida entre la nada y la nada.
Saltamos de la oscuridad a la oscuridad.
La piedra quiere eternamente ser piedra y el tigre un tigre
Queremos ser luz perpetua
pero nos extinguimos
un tigre quiere eternamente ser piedra y la piedra un tigre
en realidad somos eternamente piedras (pág. 180).
Lo que en suma nos quiere hacer ver el escritor de Amores perros y Babel, con esta novela de aluvión, es que no se puede tener una mirada complaciente, ni de la vida en el D.F, ni de las creencias religiosas, ni del poder en cualquiera de sus formas, ni de la adolescencia en general (y de paso, de la música de los Beatles).
Así que si el lector quiere vivir una experiencia bien salvaje, sólo tiene que empezar a leer este libro, ¡Órale!