Panorámica de las obras.
La escritura del flamante premio Nobel de 2017 es detallada, minuciosa y de una morosidad tan ostensible, que exige lectores que lean sin afán. Un breve comentario de todas sus obras bien puede servir de acercamiento.

Nunca me abandones (2005) es tal vez la novela de Ishiguro más crítica con la sociedad, con las políticas de Estado y con la educación. Si existen instituciones capaces de inventar cualquier sandez con tal de diferenciarse de las demás, Hailsham es la número uno. Allí se forma a ´expertos´ futuros donantes que mientras cursan sus estudios tienen muchos privilegios, aunque controlados, no vaya a ser que, por ejemplo, les dé por enamorarse o aspirar a tener hijos. Como la pasan tan bueno, no atisban la crueldad del futuro que les espera. Es una transacción mefistofélica (o fáustica) y por tanto no hay lugar a deserciones ni arrepentimientos, trato es trato. La profesión de donante se ejerce hasta que a cada uno le llega la hora de “completar”, que es el eufemismo utilizado para significar que el organismo ya no aguanta. El título de ésta utopía (o distopía, según se mire) está inspirado en una canción de Judy Bridgewater, cuya letra es el consuelo de una de las protagonistas.

Pálida luz en las colinas (1982) podría ser la más japonesa de las novelas del Nobel, pues ocurre en un pueblo aledaño a Nagasaki, en los años posteriores a la caída de la bomba. La narración gira alrededor de varias mujeres que como pueden tratan de ganarle el pulso a la miseria, ¡a la tragedia! Casi toda la acción recae en Mariko, una niña cuyo trauma deja de ser un misterio cuando se nos revela que se debe a que vio cómo una mujer desesperada (o enloquecida) ahogaba a su bebé.

Por otra parte, la elegancia y sobriedad (muy inglesas) de su escritura, y la precisión y maestría en los diálogos, son el soporte de Los restos del día (1989), una novela que atrapa al lector, a pesar de que carece casi por completo de acción. Si bien el protagonista, Stevens, mayordomo de fuste, de los que si acaso quedará alguna muestra en la clase noble inglesa, realiza un viaje desde Oxford hacia distintos lugares de la geografía inglesa (Salisbury, Moscombe, Cornualles, etc.), la historia se desarrolla en un espacio cerrado en el que los personajes (de dos épocas) entran, dialogan y salen como en una obra de teatro. Es la mansión de Darlington Hall, en donde, recién pasada la Primera Gran Guerra y en la prefiguración del nazismo, se toman las decisiones políticas más trascendentales para Europa. Es pues, todo un escenario para la diplomacia. A Stivens y a Miss Kenton (el ama de llaves) les cae la responsabilidad de atender sin margen de error, a caballeros, embajadores, generales y cancilleres franceses, ingleses y alemanes (incluido el, a la sazón famoso Ribbentrop) La novela entra en el plano axiológico cuando muestra que nada, ni siquiera la vida sentimental, está por encima del desempeño de las funciones. Hasta la muerte de un ser querido dentro de la misma mansión deja de ser óbice para cumplir con el deber. ¿Estará históricamente bien documentado el hecho de que el destino de Europa estuvo en manos de la plutocracia? Si no lo está, la novela de Ishiguro lo ilustra.

Cuando fuimos huérfanos (2000) si no es la mejor novela de Ishiguro, sí es la que más toca la vida. Entre Londres y Shanghai transcurre esta historia en la que Banks, el protagonista, pierde inexplicablemente a sus padres siendo niño, y cree haber dado con su paradero muchos años después durante la guerra china-japonesa. Su amigo Akira, con quien se crió en el barrio de las familias distinguidas occidentales de Shanghai, será torturado por los chinos y encontrado por Banks, por pura casualidad. Una mujer trepadora aparecerá y desaparecerá de la vida de Banks (como esas que marranean al protagonista en las novelas de Modiano) y, cuando al fin parece que de verdad se unirá a él, el destino juega su mala pasada. Ishiguro crea en este libro páginas para la nostalgia y nos hace sentir huérfanos, toda vez que muestra que la infancia es irrecuperable.

De la sobriedad a la sensibilidad:

Tres obras exponen la sensibilidad artística del Nobel: Un artista del mundo flotante (1986), muestra su afinidad con la pintura. Es la historia de varios pintores que ante el hecho de que en un Japón derrotado, el palo no está para cucharas, deben replantear los temas de su arte. Antes de la guerra la vida era más complaciente y por ello un pintor se podía regodear en el tema del “mundo flotante”, es decir, pasajero; que da cuenta de “placeres que desaparecen con la luz del día”. Un país vapuleado exige que los artistas se comprometan con la realidad. A ello llega Masuji, Ono, gracias a que su amigo Matsuda le dio a conocer la miseria. La novela, como todas las del autor, está hecha de reminiscencias que enfrentan al lector a una temporalidad incierta.
Los inconsolables (1995) es una novela desaforada, densa e inmensurable. Se diría, el canto de cisne del autor. Hasta podría ser comparable al Ulises de Joyce; baste no más con advertir que, pasadas más de 200 páginas, apenas han transcurrido 24 horas, y Ryder, el músico que funge de personaje principal, apenas si ha desempacado la maleta tras alojarse en un hotel. Hablando en plata blanca, la novela casi carece de acción (salvo por los actos de habla) y se sostiene en su carácter casi que exclusivamente discursivo. Personaje que aparece, personaje que despliega sus recuerdos, experiencias, ambiciones y maledicencias por espacio de tres, cuatro o más páginas. Todos, pues, son narradores delegados con algo en común: la frustración, la soledad, el desamor, el desencuentro…el fracaso. La ciudad (húngara por señas) a la que llega el músico para dar un concierto, y en la que todo el mundo sabe y discute de música como si de fútbol se tratara, es lo que se dice, “pueblo chiquito, infierno grande”. Nadie tiene vida privada, pues la intimidad de cada uno es comidilla de todos. Al músico lo toman por un mesías apenas llega; desde el mínimo empleado del hotel, hasta el dueño mismo, lo van cogiendo de confesor y le van llenando la cabeza de consejas, dimes y diretes. Lo paradójico es que en un nido de chismosos, el músico Ryder, también tiene un pasado asociado a alguien de allí, que, la demora es que se conozca, para que les sirva de pábulo.
Nocturnos (2009), su único libro de cuentos tiene como hilo conductor la música; los protagonistas son músicos o artistas en todas sus facetas: inicios, expectativas, éxitos y fracasos. El autor muestra la diferencia que hay entre el artista y la persona, y lo que la fama hace de esta última. Y muestra también lo que es prurito de toda su obra, que un artista se mueve entre lo sobrio y lo sensible, al fin y al cabo la escritura de Ishiguro oscila entre la sobriedad inglesa y la sensibilidad japonesa.
Salto a la fantasía:
Finalmente, en El gigante enterrado (2016), su más reciente novela, Kazuo cambia (para mucha sorpresa) de dominio. Abandona el espacio urbano moderno de ciudad europea o asiática, y nos transporta a la Baja Edad Media de aldeas, castillos y refugios en las montañas.
Bien podría ser el más literario de sus libros por la forma como se emparenta (o por lo menos nos trae a las mientes) con novelas como El nombre de la rosa (monjes misteriosos en monasterios aún más misteriosos); o con el ciclo artúrico (caballeros, castillos, armaduras y contiendas). De hecho, el Rey Arturo es personaje evocado, y uno de sus seguidores, Sir Gawain, anciano ya, es protagonista. Inevitable es también la asociación con Beowulf, la obra fundacional de la literatura anglosajona, por cuanto la trama es jalonada por un personaje típico de la épica, que busca dar muerte a un dragón para acabar con la causa de los males que afligen a toda una comunidad de aldeanos. De lo griego tampoco está exenta la novela, como quiera que el viaje que emprende la pareja de ancianos en busca de su hijo, es una telemaquiada al revés, y, asimismo, los escollos que han de sortear por el camino (con descenso al Hades incluído), con brujas y encantamientos y un barquero para atravesar una laguna, son de inspiración homérica.
La novela le apunta a lo fantástico; pero es más que todo épica, con muchos ramalazos, tanto de humor como de filosofía y poesía. Lo mejor es leerla como una novela histórica, que nos muestra usos y costumbres de la Inglaterra medieval y, sobre todo, la forma como se relacionaban y rivalizaban los britanos con los sajones:
“Fueron britanos bajo el mando de Arturo los que masacraron a nuestro pueblo. Fueron britanos los que raptaron a tu madre y a la mía. Nuestro deber es odiar a cada hombre, mujer y niño que lleve su sangre” p.278