Según el reportaje de la señora Chang, Mao Tse-tung es de lejos el criminal más grande de la pasada centuria, y su imperio de un cuarto de siglo, el infierno más espantoso. Desde joven supo meter miedo y hacer que le obedecieran ciegamente. No era ni culto, ni inteligente, ni trabajador, ni estadista, ni poeta, ni militar, ni intelectual; ni siquiera se expresaba con suficiencia. Era simplemente astuto y ambicioso (además de sucio, porque nunca se cepillaba los dientes, que los tenía bien negros) y supo trepar y mantenerse después en el poder mediante chantajes, calumnias, ejecuciones, represión y un perfectamente articulado régimen de terror. A sus tres primeras esposas las condujo a la muerte, y a la cuarta, la célebre Madame Mao, que le sirvió hasta el final para liquidar amigos y enemigos, la entregó para que “hicieran lo que quisieran con ella y su banda de los cuatro”, artífices de la llamada Revolución cultural, en realidad una máquina infame de destrucción de todo lo humano. Mao significó la muerte para 70 millones de personas y el infierno para 900 millones más. Su famoso “salto adelante” trajo una hambruna sin precedentes, todo por su prurito de convertir a su país en una supe potencia con el mismo prestigio militar de la URSS y de USA, logro que nunca consiguió, en parte gracias a la temprana muerte de Stalin (1953) por un lado, y a la caída de Nixon (1974) por otro, pues tanto este último como el ministro Kissinger cayeron en sus redes de “líder carismático”. La investigación del tándem Chang-Halliday sugiere que otro hubiera sido el rumbo de China si el generalísimo Chiang Kai-Shek no hubiera tenido a su hijo secuestrado por Stalin, máximo protector de Mao, o si Lin Biao hubiera podido llegar vivo a la URSS y hablarle al mundo.
Jung expone cómo todos los que por años y años sirvieron a Mao, terminaron perseguidos por él cuando empezaban a detentar un poder sólo reservado para él. Peng Dehuai y Liu Shaoqi (el que detuvo la hambruna) fueron purgados y torturados hasta la muerte. Lin Biao, el segundo en el poder y en todo, intuyó la purga y huyó a tiempo pero su avión se estrelló en Mongolia. Sólo Deng Xiao Ping consiguió salir de la cárcel cuando ya Mao era un completo paralítico. A su primer ministro Zhou Enlai, lo llevó a la muerte de forma calculada, impidiendo que los doctores le trataran a tiempo su cáncer. Las excentricidades y el desperdicio de Mao contrastan dolorosamente con la absoluta miseria de todo un país en todos los niveles: moral, físico, educativo y cultural.
Esta valiente mujer nacida en 1952 en la provincia de Sichuán, quien de jovencita fue Guardia Roja y más tarde “médica descalza”, nos pega duro con su libro, cuyas ventas superan los quince millones de ejemplares, nos deja un conocimiento invaluable y un sabor amargo. Desde luego, está prohibido en China, aunque los comunistas no han podido evitar que algunos cientos de personas ya lo hayan podido leer gracias a la reprografía o en edición pirata. Cuando la escritora va a la China, se le sigue a todas partes y se le impide dar entrevistas y hablar en público.
“Escribí el libro, porque ni en la China ni en ninguna otra parte se sabe nada de Mao, salvo la leyenda que él mismo se fabricó y supo inculcar a todo el mundo durante su régimen. Parte fundamental de ella, es la absurda versión de que caminó durante la Gran marcha, cuando lo cierto es que él mismo diseñó, a prueba de sol y lluvia, el palanquín en el que incluso mujeres con los pies atrofiados, lo transportaron como si fuera un rey. Muchas de ellas murieron a las pocas semanas de iniciado ese penoso viaje de un año, en el que atravesaban el país de sur a norte, pero fueron reemplazadas por otras y así sucesivamente. Para que en los tramos montañosos la litera del reyezuelo no se desnivelara, algunos porteadores tenían que seguir de rodillas. Se sabe por testimonios, que Mao dijo que durante la tremenda singladura, no tenía nada que hacer, salvo aprovechar el tiempo para leer.”
“Yo investigué en chino y mi esposo más que todo en ruso. El libro le debe mucho a los archivos rusos recién abiertos: 250.000 páginas sobre la relación de Mao con el partido comunista ruso. Quienes se dieron cuenta de la ralea con la que trataban, lo tuvieron que soportar porque él era el hombre de Stalin y dependían de Rusia para sobrevivir, de lo contrario, lo hubieran eliminado. Fue básicamente un manipulador y sobornador que aseguró su poder haciendo una purga en los años treinta. Fue el único comunista del mundo que tuvo correspondencia personal con Stalin. Mató de inanición a 40 millones porque para pagar las armas que compraba exportó toda la comida, lo cual justificaba diciendo: “la mitad de la población tendrá que morir para cumplir nuestro objetivo”, “tendrán que aprender a comer hojas y fertilizar la tierra con los cadáveres”. Ese revolucionario que impuso inenarrables e infames sacrificios a su pueblo, poseía una docena de casas y más de cincuenta villas a lo largo de China, todas ellas inexpugnables y lujosas y comunicadas por vía férrea desde la entrada hasta el aeropuerto privado más cercano. Ese hombre tan carismático, sobre todo para los extranjeros, abandonó a todos sus hijos o los regaló a campesinos. Una de sus hijas murió a pocas semanas de nacida, porque la campesina que la recibió, no tenía gota de leche. Confirmamos en el Archivo de Albania, que fueron muchos los regalos que hizo a ese país mientras China moría de hambre. También le dio tanto a Alemania Oriental que ésta pudo suspender el racionamiento de 1946 a 1948”
“No hay posibilidad de que se modifique la imagen de Mao en China, porque su leyenda sostiene al actual partido comunista, es decir, al gobierno. Es delito penal cuestionar la imagen de Mao, cuyo pensamiento quedó en la constitución y el partido comunista se sostiene diciéndole a las nuevas generaciones, que ellos los protegieron de la invasión japonesa. Todavía podría sostener el monopolio del poder por unos 25 años más”.
Por el exceso de trabajo, a veces/Veo formas extrañas en el aire,/Oigo carreras locas,/Risas, conversaciones criminales./Observad estas manos/Y estas mejillas blancas de cadáver,/Estos escasos pelos que me quedan/,¡Estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,/Joven, lleno de bellos ideales,/Soñé fundiendo el cobre/Y limando las caras del diamante:/Aquí me tienen hoy/Detrás de este mesón inconfortable/Embrutecido por el sonsonete/De las quinientas horas semanales.
Exprofesor del Gimnasio Moderno y de la Universidad Santo Tomás; profesor de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Asesor pedagógico, conferencista e investigador académico; articulista y columnista de El Tiempo y comentarista de libros en Lecturas dominicales desde 2003. Autor de Cien remedios para la soledad y Crónica contra el olvido.
Correo: parrapower2001@gmail.com
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