Naipaul, el escritor de la multiculturalidad.

Tanto la vida como la obra de Vidiadhar Surajprasad Naipaul, que murió ayer a los 85 años,  son una convergencia de culturas; un sincretismo encantador y misterioso. ¿Era el escritor, ganador del Premio Nobel de Literatura de 2001, caribeño, inglés o indio? Era caribeño porque nació en la isla de Trinidad en 1932. Era inglés porque desde 1950 se radicó en Inglaterra y allí se formó como escritor, y, originalmente su obra se publica en inglés. Era indio porque sus padres llegaron de ese país a la isla, para trabajar en la colonia inglesa en las plantaciones de caña de azúcar; y era indio porque su nombre, su tez y una cierta expresión melancólica que lo caracterizaba, así lo revelan.

No creo que haya sido fácil para Naipaul encontrar una identidad con la cual sentirse a gusto. A los dieciocho años se va para Inglaterra porque no ve mayores posibilidades para su vida en el trópico. No más emprender el viaje en un avión de la Pan American World Airways, ya le permite mirar el mundo de otra manera y encontrar los primeros elementos para convertirse en escritor. La llegada a Inglaterra le proporciona el resto. Era inevitable, tenía que empezar a escribir para poder despejar un enigma… el de su llegada.

“El enigma de la llegada”, es un cuadro pintado por Giorgio De Chirico en 1912; Naipaul lo encuentra en un libro de pintura de casa de Jack, su vecino de Salisbury y se le ocurre la idea de crear una ficción inspirada en esa pintura; pero al final termina componiendo sobre su propia vivencia, composición cuyo título es homónimo del cuadro de De Chirico. El libro es nítidamente autobiográfico, y su prurito es demostrar que (a diferencia de lo que piensan muchos estructuralistas) hombre y escritor son indisociables; que un escritor sólo puede contar sobre su vida, sus experiencias, sus antepasados y sus sueños.

El enigma de la llegada (1987) cuenta básicamente el arribo de un joven trinidadiano con aspiraciones de escritor (quería escribir como Huxley y como Evelyn Waugh), a un país que conocía por las lecturas que hizo de Dickens. El enigma es casi insoluble: la niebla, el clima y las montañas aledañas a Stonenghe; una tierra con prestigio histórico y literario, y unos vecinos misteriosos, conforman un mundo asaz opuesto al del trópico de donde proviene. El libro abunda en musicales descripciones de paisajes y de personas cuyo periplo completo alimentan la narración.

Hay que decir que ésta que podemos llamar autobiografía novelada, no nos trae el humor que el autor despliega en obras como El curandero; tampoco nos ofrece la fluidez de sus escritos sobre la India ni la documentación e inventiva de Un camino en el mundo, pero es un libro que demuestra que cada persona compone con su propia vida una novela.

Vivir como inglés con nostalgia por el Caribe, y haber tomado distancia respecto a su cultura primigenia, motiva a Naipaul a explorar el pasado de su país para poder interpretar el presente. Muchos años de exhaustiva documentación sobre la época de la Colonia, dan como resultado una extensa y minuciosa crónica que después de leída, nos hace pensar que Naipaul, bien podría ser un historiador o un biógrafo extraviado en la literatura.

La pérdida de el Dorado (1969):

No es una novela histórica, ni una historia novelada. Es como se señaló, una crónica sobre la conquista y colonización de Trinidad, con referencias a la independencia de Venezuela. El recorrido comienza con la fiebre española por “el Dorado”, que en el fondo no era más que una leyenda y un motivo para que los nativos les tomaran el pelo a los codiciosos: “el Dorado está detrás de la montaña”, les decían. Y cuando los españoles llegaban medio muertos al lugar… ni dorado, ni indio, pues ya se les habían volado.

De Inglaterra llegó Sir Walter Raleigh, mejor militar y mejor político que los españoles; los sacó corriendo y se apoderó de la isla, que pasó a ser colonia británica, pero con leyes españolas. Holandeses y franceses también entraron en disputa; pero los ingleses, a punta de cañones, torturas, persecuciones y traiciones, domeñaron a todo el mundo (incluidos los negros, a quienes esclavizaron) y, se quedaron para siempre.

Toda la triste historia de los negros trinidadianos, tratados peor que los animales por el gobernador Picton, y todo el florecer de una cultura variopinta (mulatos, negros,  mestizos, blancos, chinos, portugueses y musulmanes de la India –entre ellos los padres de Naipaul-) nos es servida en cuatrocientas páginas que nos llevan hasta el declive de Francisco de Miranda, el exiliado venezolano curtido por las guerras en las que se metió en Estados Unidos y Europa: refinado como un dandy debido a su estadía en Londres; hábil para resolver batallas enredadas y para colarse en las sábanas de damas aristócratas (ej. Catalina de Rusia); visto como una rareza por latinos y europeos; obsesionado por invadir Venezuela, y finalmente, traicionado y encarcelado hasta el fin de sus días.

Son precisamente Sir Walter Raleigh y don Francisco de Miranda los personajes de la historia que más atraen a Naipaul y son el puente mágico que une su crónica con su novela:

Un camino en el mundo (1984):

Es una excelente narración histórico-realista. Se centra fundamentalmente en dos personajes del Caribe, que como ya señalé, son (junto con Colón) casi una obsesión para el autor, y de hecho, motivos recurrentes en su escritura: el explorador y conquistador de Trinidad, Sir Walter Raleigh (Guateral, como lo llamaban los nativos) y Francisco Miranda.

Prácticamente se trata de dos biografías hechas a partir de documentos, testimonios y conjeturas, que complementan muy bien la información y los retratos que de ellos nos ofrece en La pérdida del Dorado, además de exaltarla como personajes no sólo de un alto perfil novelesco, sino de trascendencia histórica.

En el libro, casi sin darnos cuenta, pasamos de los referencial a lo ficcional, casi siempre, de la descripción realista a diálogos y situaciones que el autor hubiera querido desarrollar, bien fuera en una película o en una novela propiamente dicha. Eso explica los títulos de cada biografía: “Una historia no contada”. Yo creo que Miranda y Raleigh, son al fin de cuentas, dos hermanos espirituales. Los dos dedicaron su talento y malgastaron la vida en empresas imposibles e ilusorias, como lo fueron la revolución latinoamericana y la búsqueda del Dorado, respectivamente. Viajes interminables; estadías de cada uno sofocándose en el trópico a la espera de noticias; derrotas, repetición de ciclos, sueños, encarcelamientos, y triste colofón. Ambos tuvieron “pathos” e hicieron de su vida, épica, tragedia y comedia al mismo tiempo. Los dos personajes dieron pábulo a la admiración, a la consideración y a la burla. No hubo ningún dorado para el inglés y eso la Corona no lo podía perdonar, su ejecución era más que previsible, inevitable:

“Llegó el día en que desembarcamos y dejamos atrás aquel vacío. Todos nos sentíamos aliviados. Todos querían caminar en tierra firme, beber agua fresca, comer comida fresca. Pero la autoridad del anciano como General terminó en cuanto tocamos tierra. En cuanto tocamos tierra quedó convertido en prisionero de su rey. No le pusieron cadenas. No le esperaba nadie para llevárselo, se fue para quedarse en su casa donde, con todas sus penas, seguía siendo el amo. Pero todos sabían que su vida estaba acabada. Todos esperaban a que actuara el rey y el rey no tenía prisa.”[1]

Miranda es un personaje por el que vine perdiendo la cabeza, es demasiado improbable para la realidad y su vida sólo es posible entenderse y creerse como ficción. Sencillamente es de otro mundo. Vivió treinta y cinco años fuera de Venezuela incubando ideas para la revolución. Fue capitán del ejército español, desertor, contrabandista, soldado en la Independencia norteamericana, dizque Conde mexicano y General en la Revolución Francesa; Coronel del ejército ruso por nombramiento de la misma Catalina “La grande”; embaucador y dandy. Se salvó dos veces de la guillotina en Francia: Robespierre y Fouché casi logran obtener su cabeza como trofeo.

En síntesis, un espécimen exótico tanto en Europa (principalmente en Londres) como en Trinidad y en Venezuela. Su tercer intento de revolución terminó en traición por parte de Simón Bolívar, quien se lo entregó a Monteverde durante la última noche que supuestamente Miranda iba a pasar en tierra venezolana. Después vino el penoso encarcelamiento, y su muerte en la tenebrosa prisión de la Carraca, en Cádiz, seis años después:

Level debía saber que Miranda había muerto en la prisión de Cádiz unos treinta meses después de salir de Puerto Rico. No debió saber que Miranda tuvo una agonía dolorosa de cuatro meses, atacado por una enfermedad tras otra, violentos ataques, tifus y, hacia el final, una afección que le hacía sangrar por la boca. Fue enterrado sin ceremonia, llevado al hospital de la prisión con el colchón y las sábanas de su lecho de muerte y con la misma ropa que llevaba al morir, y puesto tal cual en la tumba. Los hombres que le llevaron regresaron, reunieron sus restantes ropas y pertenencias y lo quemaron todo. Pronto se perdió toda idea del lugar en el que lo habían enterrado.”[2]

De el precursor de la independencia latinoamericana y, de alguna manera, inspirador de Bolívar, de Sucre, de O’Higgins y de San Martín; de el primer latinoamericano culto que conoció Europa y que fue conocido allá; del primer ideólogo que pensó el concepto de América y que fue además el inventor de la bandera de la que él llamaba Colombia; del chamo altivo, rubio, blanco y de coleta sobre la espalda que ya dominaba cinco lenguas cuando llegó a Europa, coleccionaba mapas y conocía los mejores tratados militares de su época; del hijo de comerciantes de cacao, que se codeó con todos los que a la sazón hombres y mujeres importantes, v.g: el músico Haydin, el príncipe Potemkim, Napoleón, John Adams, Thomas Jefferson, el General Wellington, el General Cagigal, el estadista Alexander Hamilton, el General Lafayette, el revoltoso Pedro Fermín de Vargas, el reformista Bentham (con quien intercambiaba mapas y libros) y de la mismísima Emperatriz de Rusia : de éste hombre cuya vida fue sencillamente novelesca, sabemos gracias a que sus exégetas: Robertson; un embajador venezolano y el mismo Naipaul, husmearon en sus montones de cajas repletas de papeles, cartas y libros (su biblioteca constaba de seis mil ejemplares con los que Sally, su esposa, se sostuvo hasta su muerte en 1847) que sobrevivieron a expropiaciones y embargos. De su tumba, ni rastros; pero está claro que los venezolanos de su época no lo merecieron y mucho menos lo entendieron:

“La mayor parte de mis ideas procede de mis conversaciones y mis lecturas estando en el extranjero. De manera que el país que yo creé mentalmente se fue pareciendo cada vez más a los países sobre los que yo leía” […] me di cuenta en esos últimos días de que durante todos esos años en el extranjero yo sólo había hablado por mí, que la revolución por la que había estado trabajando sólo habría salido si todos los venezolanos hubieran sido como yo, que vinieran de una familia como la mía y tuvieran una carrera como la mía. Era lo que los españoles habían dicho siempre, que mi revolución era una empresa personal”[3]

Miranda era definitivamente un incomprendido, un héroe trágico, un hombre con “pathos” y como tal es visto por Naipaul, quien explotaba la conciencia del personaje a través de la técnica del monólogo interior:

“Soy distinto a cualquier otra persona que puedan conocer. Es extraño, pero jamás me había encontrado en una situación como ésta. En Caracas era el hijo de un hombre rico y prominente. Incluso de niño ya me conocían, crecía siendo famoso. Después en España, fui un hombre de las colonias extravagante y luego fui capitán en el regimiento de la Princesa. Supongo que tuve momentos difíciles durante una temporada, cuando abandoné la milicia española y me fui a Estados Unidos. Tuve que abrirme camino y tuve que improvisar continuamente. Pero al final de mi estancia en Estados Unidos me había forjado un carácter que podían reconocer las personas bien situadas. En Inglaterra, Francia, Rusia me hice conocido por mi causa política. Es una causa muy especial. Siempre he sido alguien. Aquí, ahora, tan cerca de mi hogar, no veo ninguna señal de reconocimiento en los ojos de la gente y me siento como si fuera perdiendo trozos de mí mismo”[4]

La narración de “Un camino” se complementa con el episodio del albañil que encuentra un tesoro en la demolición de un edificio en Caracas: las monedas de oro acuñadas en 1824 como conmemoración del Congreso de Angostura en 1818; con el episodio de los revolucionarios trinidadianos que van a Londres y a África. La estadía de Naipaul en el continente africano proporciona material para darnos una ligera visión de África oriental, del mismo tenor de la brindada acerca de la India en otro de sus libros:

India una civilización herida (1990):

Este libro, que fue el primero que leí del autor, es “un pasaje a la India” y tal vez sin regreso, pues una vez iniciado el viaje de su lectura, se sabe que la India quedará incorporada a nuestros imaginarios. Cuando cerré el libro quedé con la sensación de haber vivido en eses subcontinente cargado de irracionalidades y de misterios:

“Antaño, hubo un rajá en Bidar. Quería enviar a su hija a cierto lugar. Los mahar eran quienes tradicionalmente llevaban palanquines, y el rajá ordenó a los de la localidad que llevaran a su hija a donde tenía que ir. Los mahar comprendieron la importancia de lo que les había pedido que hicieran: como precaución, para evitar accidentes o malentendidos, se autocastraron antes de partir. Los enemigos del rajá empezaron a propagar el rumor de que los mahar habían usado carnalmente a su hija. El rajá los llamó a los mahar y los interrogó. Ellos se exhibieron ante él y dijeron que se habían autocastrado antes de llevar a la princesa. El rajá quedó tan complacido que les dio tierras. Así fue como la mahar llegó a ser la única casta establecida de la región que podía poseer tierras”[5]

Tantos lugares remotos…, tantas ciudades descomunales: Bombay, Calcuta, Delhi, Cachemira, Bengala, Benarés, Bangalore, Madrás.

Tantas sectas y castas, razas e idiomas (Hindi, Indostaní, Márata, Urdu, Punjabi); tantas religiones y dioses; tantos líderes casi endiosados; Gandhi, Ambedkar, Periyar, y tantas leyendas o historias de tal o cual Rajá, tal o cual Maharajá, o tal o cual Gurú.

Tantas, pero tantas crónicas de guerras, invasiones, matanzas religiosas, atrocidades políticas; noticias de príncipes semisalvajes; construcciones con aire de mil y una noches que contrastan con la miseria más absoluta y la condición humana más paupérrima.

La vida se improvisa como si de una obra teatral se tratara, y por supuesto no falta lo carnavalesco cotidiano:

“Pasaban vehículos de todas clases; autobuses, camiones con cargas impotentes, taxis colectivos de tres ruedas, cada uno de ellos abarrotados con unas veinte personas (eso conté) carros tirados por mulas, tractores con remolques, algunos remolques con cargamentos de sacos de paja desbordantes, o con troncos colocados a través, de modo que ocupaban mucho más espacio de la carretera de lo que se pensaba desde lejos. Daba la impresión de que las cargas no tenían límites. Se consideraba que el metal, al ser metal, podía soportar cualquier cosa sobre él. Muchas bicicletas circulaban con dos o tres personas: el ciclista propiamente dicho, alguien en el travesaño y otra persona en el portaequipaje. Una motocicleta podía llevar a una familia entera. El padre en el sillín delantero, un niño entre los brazos, otro detrás agarrado a su cintura, la madre en el portaequipajes, sentada de lado, con el hijo más pequeño. En la India, siempre esa sensación de aglomeración, de vehículos y servicios estirados, hasta el máximo: los trenes y aviones nunca lo suficientemente frecuentes, ninguna carretera con la suficiente anchura, todas con la necesidad de dos o tres carriles más. Los camiones sobrecargados iban a menudo tan pegados los unos a los otros como los vagones de un tren de mercancías, y a veces –parecía depender del humor o las necesidades locales de los conductores- coches y carros circulaban en dirección contraria. Constantemente sonaban bocinas y cláxones, de motocicletas, coches y camiones, raramente airados. La atmósfera era más bien festiva, como el cortejo nupcial.”[6]

A través de la escritura, el libro de Naipaul crea a un tiempo una dinámica de atracción y repulsión hacia ese gran territorio de gente que carece del sentido del tiempo y que vive fuera de la historia, y del cual emigraron hacia Trinidad, en calidad de sirvientes, los padres del escritor, que por más cultura inglesa que haya asimilado, no podremos disociar nunca del inverosímil mundo indio.

“…los hindúes son ahistóricos. Fíjese en lo que recuerda la cultura India: Conservamos nuestros libros de matemáticas, astronomía, gramática. Conservamos a Baskara y Charaka, científicos del siglo VII. Entre lo que se conserva no encontramos nombres de reyes ni de batallas: Eso no forma parte de nuestra tradición. Conocemos a Baskara y a Shankaracharya. –Shankaracharya, filósofo del siglo XI que viajó toda la India, revitalizó la filosofía hindú, estableció las bases religiosas (que aún existen) en ciertos lugares y, según se cree, murió a la edad de treinta y dos años. Pero si se le pregunta a alguien “¿Quién gobernaba esta parte del país en 1.700?” no sabrá contestar, y sobre todo, es que no le interesa. Sin embargo, ese ha sido el punto débil del país, y lo que nos ha traído la derrota militar, pero la situación cambió con los británicos. Cuando llegaron los británicos, los indios empezaron a comprender, poco a poco, que las derrotas políticas y militares eran algo ante lo que no podían cerrar los ojos. Lo que en otros sitios hubiera sido una reacción natural, un presupuesto natural, en la India tuvo que ser una conclusión intelectual. Llevó mucho tiempo. Se dieron cuenta muy tarde, en el siglo XIX.”[7]

El encuentro de las culturas India y Caribe en dos novelas:

El producto del choque o la colaboración de dos culturas se puede apreciar en dos tempranas creaciones de Naipaul. La primera de ellas apareció publicada en 1957 y la segunda en 1961.

El sanador místico, es una novela humorística que retrata la idiosincrasia del pueblo de Trinidad en los años cuarenta. La historia del indio-hindú Ganesh Ramsumayr, que de mal escritor pasó a sanador o curandero; de curandero a místico y de místico a político que alcanzó las más altas esferas del gobierno colonial inglés. Se nota el gran sincretismo cultural entre lo caribeño, lo indio (hindú) y lo inglés. El precario desarrollo educativo y económico de la región en la época, es propicio para el imaginario del “pandit” con poderes para sanar cuerpos y espíritus, cuyo éxito, fama y enriquecimiento son más que previsibles.

El “pandit” Ganesh se convirtió por obra de su agudo instinto y de su habilidad para embaucar, en el personaje más popular de toda Trinidad, en casi un Gandhi local, que promovió una especie de socialhinduismo en una pequeña isla, de la que se mencionan como espacios novelescos: Fuente Grove, Princetown, San Fernando y Puerto España.

Escritura fluida y agradable la de Naipaul, salpicada de símiles eficaces, v.g: “carretera que se retuerce como serpiente negra”: “Atravesó la habitación como una posesa”; “se irguió como una vela.”

Personajes pintorescos que toman u ofrecen coca-cola (en pocillo) para evidenciar refinamiento social, en un medio en que ni siquiera se conocen los cubiertos para comer, o muestran veneración total por quien ha escrito un libro insulso de treinta páginas, o tienen una extraña pasión por los libros:

“Llegó sin ser un auténtico experto en los olores el papel. Le dijo a Beharry: fíjate, con solo leer un libro, puedo decirte cuántos años tiene. Sostenía que el libro con mejor olor era el diccionario de francés e inglés de Harrap, que había comprado según le contó a Beharry, sencillamente por su olor, pero oler papel era sólo una parte de su reciente pasión y cuando sobornó a un policía de Princestown para que robara una grapadora del Palacio de Justicia, su júbilo fue total. Al principio, rellenar los cuadernos de notas suponían un serio problema. Por entonces, Ganesh leía cuatro, a veces cinco libros a la semana y mientras leía señalaba una palabra, una frase, o incluso un párrafo entero […] Sacaba el montón de un cajón de la cómoda que había en el dormitorio y copiaba los párrafos que había señalado durante la semana. Había ideado un sistema para tomar notas. Parecía sencillo al principio –papel blanco para las notas sobre el hinduismo, azul claro para la religión en general, gris para la historia y así sucesivamente- pero con el tiempo le resultó difícil mantener ese sistema y lo dejó.”[8]

La otra obra a la que me referiré para ilustrar el tema del sincretismo cultural, es quizá el canto del cisne de Vidiadhar Naipaul: Una casa para el señor Biswas. Es un extensísimo libro dividido en dos partes, precedidas de un prólogo y rematadas con un epílogo.

Si como dice Kundera, la Novela, como género, es una incesante búsqueda de respuestas y una gran interrogación sobre la existencia humana, la de nuestro premio Nobel es un verdadero ejemplo de ello.

¿Qué pasó con los inmigrantes indios de Trinidad después de la independencia de la India? ¿Qué significa nacer en el seno de una familia mitad india, mitad trinidadiana; en la que se habla indi revelto con inglés, y se practica un brahamanismo mezclado con catolicismo?

¿Qué significa compartir una vida con una familia descomunalmente numerosa, en la que ni se sabe quién es hijo, hermano, primo, o tío de quién; pero con la que se comparte una pobreza casi mística, casi elevada a la categoría de virtud?

“-¿Y cómo le va hoy al gran jefe? Se refería a Seth,

Shama no respondía

¿-y la vieja reina?- se refería a la señora Tulsi – ¿y la vieja gallina? ¿la vieja vaca?

-Bueno, nadie te pidió que te casaras y formaras parte de esta familia, ¿no?

-¿Familia? ¿familia? ¿A este repugnante gallinero le llamas familia?

Y tras eso, el señor Biswas cogía la jarra de latón e iba hasta la ventana de caña, donde hacía gárgaras ruidosamente al tiempo que se explayaba en infames insultos a la familia sabiendo que los gargarismos distorsionaban sus palabras. Después escupía malignamente al patio de abajo.

-Cuidado, tú. La cocina está justo ahí.

-Ya lo sé. Ojalá le escupa a alguien de tu familia.

-Pues deberías alegrarte de que nadie va a molestarse en escupir a la tuya.”

Al pobre señor Biswas nunca se le ocurrió que al casarse, no se casaba con una mujer sino con una familia entera que para todo actuaba en gavilla; que una vez que se fijó en Shama, había caído en una trampa.

“Era muy tenso vivir, vivir en una casa llena de gente y hablar sólo con una persona, y al cabo de unas semanas, el señor Biswas decidió buscar aliados. Las relaciones de la Casa Hanuman eran completas y todavía sólo comprendía unas cuantas, pero había observado que dos hermanas que se llevaran bien equivalía a dos maridos que se llevaban bien. Las hermanas que se estaban en tales términos intercambiaban detalles sobre las enfermedades de sus maridos, y los nombres de los males y los remedios obligaban a que tales discusiones tuvieran lugar en inglés.

-Estos días tienen dolor de espalda.

-Tienes que poner amoniaco. El mío también tenía dolor de espalda. Tomó píldoras renales pero se curó con amoniaco.

-No le gusta el amoniaco al mío. Prefiere linimento Sloan y aceite curativo canadiense.

-Pues al mío no le gusta el linimiento Sloan.

-Las hermanas que se llevaban bien sellaban su amistad siendo francas sobre los hijos de cada cual e incluso azotándolos cuando surgía la ocasión. Cuando, ajeno a la relación entre madres, el niño azotado se quejaba, su madre le decía: merecido te lo tienes. “Me alegro de que tu tía te ponga la mano encima. Ella te enderezará.” Y la madre del niño castigado esperaba su turno para dar una paliza a los hijos de la otra.”[9]

Mucho le costó al señor Biswas descifrar y entender los códigos que regulaban la vida al interior de esa familia-batallón, cuyas costumbres indias eran asaz lejanas a su temperamento caribe.

¿Qué significa desear una casa para vivir, cuando disponer de una habitación de cuatro por cuatro para cinco personas, con letrina y cocina compartidas con dos o tres familias más, es casi un lujo?

“Resultaba imposible mantener secretos con los niños. En cuanto caía la oscuridad, les hacían camas en la habitación de los libros y en la galería de arriba. A medida que avanzaba la noche, se desenrollaban más y más camas y el viejo piso de arriba quedaba plagado de durmientes […] no había donde sentarse salvo las dos sillas que Bipti había descrito como tronos, y resultaba opresivo con las múltiples estatuas de dioses hindúes, pesadas y feas, que había traído el pandit Tulsi tras sus viajes a la India […], en la sala de oración había muebles; el suelo, naturalmente, era sagrado, y el olor a incienso y sándalo le resultaba insoportable. Así que, rodeado de durmientes, se quedaba en la habitación alargada. La parte que le correspondía era estrecha y corta: la habitación alargada, en principio galería, se había cerrado y dividido en dormitorios. Shama le subía la comida y allí comía, acuclillado, con las piernas enfundadas en los calzoncillos, la mano izquierda apretada entre la pantorrilla y la cara interna del muslo […] hablaban en inglés. Ella raramente le preguntaba por su trabajo y él se guardaba de revelar información que se pudiera utilizar más tarde contra él, aunque quizá fuera por pura vergüenza por lo que no le decía cuánto ganaba.”[10]

¿Qué significa apostarle todo el futuro de un hijo a que él mismo se gane una beca (mucho más improbable que sacarse la lotería) para estudiar en la capital? Y hay que ver lo que le ocurría al hijo de la familia que concursara y le fuera mal, que era por supuesto lo más previsible: le daba bofetadas y puñetazos cada vez que lo veía, o le retorcía las orejas como si le dieran cuerda a un reloj, le jalaban el pelo o le torcían los dedos, y lo ponían a pan y agua durante días.

¿Qué significa quedar atrapado en una familia de personajes exóticos y pintorescos que viven en una especie de fulansterio: familia de fanáticos religiosos y analfabetos, chismosos y atrabiliarios, que no saben qué quiere decir privacidad, respeto, autonomía, libertad ni discreción?

“… la mayoría de las mujeres que conocía eran como Sushila, la hija viuda de los Tulsi. Sushila hablaba con orgullo de las palizas que le había propinado su marido, de vida tan breve. Las consideraba parte necesaria de su educación y muchas veces atribuí la decadencia de la sociedad hindú en Trinidad a la aparición de un tipo de maridos timoratos débiles, que no pegaban.”

Veamos una escena común y corriente, a pesar de que quienes dialogan están en plena luna de miel:

“-¿Por qué no te callas la boquita, te duermes?

-Shama niña, hay otro problema ¿tú crees que un buen hindú se casaría con una chica católica si realmente es un buen hindú?

¿sabes una cosa, Shama? Lo que a mí me parece es que toda tu familia es una panda de casta baja.

-Tú sabrás, te metiste en ella al casarte conmigo.

-¡Qué me he metido en ella! ¡Já! ¿y tú crees que estoy contento por eso? ¿Doy la impresión de estar contento?

-¿Por qué tendría que parecer que estás contento? Deberías sentirte fatal. Es la primera vez en tu vida que comes tres veces al día como es debido. Supongo que eso le está dando demasiado trabajo a tu estómago.

-Querrás decir que me está destrozando el estómago. Lo que más tomo en esta casa, de comer y de beber es bicarbonato y agua.”[11]

¿Qué significa vivir humillado al mismo tiempo por la esposa, la suegra, los cuñados y el patrón, sin tener otra opción que la del suicidio para liberarse?

¿Qué significa dejar los ahorros de toda una vida de sacrificios y empeñar lo que se pueda conseguir en cinco años siguientes en una casa construida por un chambón, que se puede derribar en cualquier momento? Naipaul nos ha escrito ésta novela para responder preguntas en un lenguaje y un estilo que nos mueve entre lo cómico, lo dramático y lo trágico.

Podría pensarse que el autor nos quiere convencer de que la vida, simplemente la vida tal y como es, es del único material posible para la creación poética; que la experiencia cotidiana de un individuo cualquiera da para escribir una novela, sobre todo si esa experiencia tiene el color del sufrimiento, y que ese mismo sufrimiento es redimido a través de la estética y del arte; o dicho un poco al revés, que el arte redime el sufrimiento. En realidad son muchas las páginas en las que se puede apreciar la poetización y una especie de celebración de la pobreza, para lo cual el narrador cuida mucho los detalles, coincidiendo así con Nabokov en esa idea de que en el arte, el detalle lo es todo:

“A la mañana siguiente, temprano, el señor Maclean se presentó en el barrancón y dijo que había dejado otros quehaceres urgentes y estaba dispuesto a continuar con la casa del señor Biswas. Llevaba la ropa, pobre pero respetable, para tratar negocios. La camisa planchada, está zurcida con una pulcritud casi ostentosa; los pantalones caqui estaban limpios y la raya muy marcada, pero la tela era vieja y la raya no se mantendría mucho tiempo […]

También llegó la mano de obra, La mano de obra era un obrero de color llamado Edgar, un negro musculoso, robusto, con los pantalones cortos de color caqui enmarañados de remiendos, y la camiseta, marrón de tierra, llena de agujeros que su poderoso cuerpo había distendido hasta formas elipses. Edgar cortó la vegetación del terreno a machete dejándolo de un verde profundo, húmedo.”[12]

Las mejores páginas de la novela y a mi modo de ver, las de mejor confección de todo lo que conozco de Naipaul, van desde la 278 a la 285 y corresponden al capítulo titulado “Greenvale”. Son de inigualable intensidad narrativa y de constante y maravilloso fluir de prosa poética. Tienen toda la escritura de un pasaje musical, casi sinfónico: una musical descripción de la lluvia a manera de preludio:

“Llegó pronto, gotas aisladas repiqueteando con fuerza sobre el tejado, como un lento redoble de tambor. El viento refrescó, la lluvia cayó, sesgada. Cada gota que golpeaba los soportes borrosa, se extendía en forma de punta de lanza. La lluvia que golpeaba el polvo bajo el techo rodaba hasta formar pelotitas de barro oscuras, perfectas, esféricas.”

La descripción, es decir la melodía, continúa con un increscendo:

“Cuando empezó a llover de verdad se anunció unos segundos antes con un bramido: el bramido del viento entre los árboles, del diluvio sobre árboles lejanos. Después se oyó una rápida crepitación sobre el tejado, que se perdió inmediatamente entre un martilleo continuo y regular, tan fuerte que si el señor Biswas hubiera hablado, aún no le habría oído […]

Durante unos segundos cada vez, los relámpagos iluminaban un resplandeciente mundo caótico […]. Las gotas de lluvia destellaban al caer sobre el suelo empapado. Y después llegaron los truenos rechinantes y próximos. Anand pensó en una apisonadora monstruosa atravesando el cielo.”

La escritura musical cuyos signos-notas traen presagios de muerte, continúa hasta llegar a una especie de coda.

“la racha de lluvia torrencial acabó bruscamente, siguió lloviznando y el viento aún soplaba, arrojando la llovizna sobre el tejado y las paredes con chaparrones de arena. Se oía el agua del techo cayendo a tierra, el agua gorgoteando al deslizarse por canales recién abiertos. La lluvia se había colado por las hendiduras entre los tablones de las paredes. Los bordes del suelo estaban mojados. –Rama, Rama, sita Rama, Rama, Rama, sita Rama.”

Después vendrá para el lector o mejor dicho, para el escucha, un segundo movimiento más patético que le hará sentir (al menos a mí me ocurrió) la opresión que sintieran en ese momento el señor Biswas y su pequeño hijo Anand; pero sobre todo la angustia de aquél cuando al filo de la noche terrible, apenas sí tiene alimentos para exclamar invadido por el pánico y la desolación ¡Angelito mío! ¿Angelito mío?

“Una sacudida del tejado, un gemido, un prolongado chirrido y Anand comprendió que se había arrancado una de las láminas de chapa ondulada. Otra había quedado suelta. Restallaba y resonaba sin cesar. Anand esperó a que se desplomara la lámina que había desencajado el viento.

No oyó nada.

Relámpagos; truenos, la lluvia sobre el tejado y las paredes, la lámina desprendida, el viento que arremetía contra la casa, se paraba y volvía a arremeter.

A continuación, se oyó un bramido que sofocó a todos los demás. Cuando alcanzó la casa, las ventanas se abrieron de golpe, la lámpara se apagó inmediatamente, la lluvia entró a raudales, los relámpagos iluminaron la habitación y el mundo exterior, y cuando desparecieron los relámpagos, la habitación volvió a formar parte del negro vacío.

Anand empezó a chillar.

Esperaba que su padre dijera algo, que cerrase la ventana, que encendiese la lámpara.

Pero lo único que hizo el señor Biswas fue seguir musitando en la cama y la lluvia y el viento arrasaron la habitación con una fuerza innecesaria y abrieron la puerta del salón, sin paredes, ni suelo, de la casa que había construido el señor Biswas.”

Por poco Naipaul nos va dejando sin palabras, el alma se nos va estrujando conforme el señor Biswas va cumpliendo su destino cargado de sinsabores, frustraciones e ilusiones perdidas; al final, cuando su proyecto de una simple casa se trunca y la vida le niega el derecho de tener donde caer muerto, como se dice, nos queda una incómoda por no decir dolorosa sensación de vacío.

A este genial escritor, caribe, inglés o indio, que era capaz de recitar cualquier capítulo del Lazarillo de Tormes, su obra predilecta, sólo puedo decirle: ¡gracias!, gracias por su poesía, gracias por su música, gracias por su invitación a reflexionar sobre la soledad, la vida y la muerte.

¡Rama, Rama, sita Rama, Rama, sita Rama!

[1] Un camino en el mundo, Debate, Madrid, pág. 212.

[2] Ibíd., pág.352.

[3] Ibíd. págs.344-345.

[4] Ibíd. Págs.312.

[5] India una civilización herida, Debate, Madrid, pág.133.

[6] Ibíd. Pág. 478.

[7] Ibíd. Pág. 183.

[8] El sanador místico, Debate, Madrid, pág. 82.

[9] Una casa para el señor Biswas, Debate, Madrid, pág.106.

[10] Ibíd. Pág. 104.

[11] Ibíd. Pág. 118.

[12] Ibídem. Pág.248