El cielo a tiros (Alfaguara), la nueva y extensa novela de Jorge Franco, puede servir de colofón al ya gastado género de narrativa sobre el narcotráfico. Su mayor mérito consiste en la estructura narrativa, montada sobre tres momentos en escenarios distintos, que se van alternando a lo largo de la novela. El primero es la Alborada del 30 de noviembre, hecho que se repite cada año en Medellín, del cual proviene el título del libro; el segundo, la llegada a Medellín de Larry, el hijo de mafioso, que llega de Londres a reclamar el cadáver de su papá, doce años después de que los Pepes lo secuestraran y asesinaran, como parte del gran ajuste de cuentas que le hicieron a Pablo Escobar: “Los ‘Perseguidos por Pablo Escobar’, que de víctimas pasaron a victimarios. Ellos celebraban la venganza con carteles reivindicatorios junto a cada cadáver.”
El tercero, sobre el que recae la mayor densidad narrativa, es la vida de la familia del socio de Escobar, después de que éste fue ultimado en el tejado de una casa de Medellín, consolidándose desde ese día como mito popular.
Libardo, el padre de Larry y Julio, tiene por esposa, es decir como atributo o trofeo de mafioso a Fernanda, ex reina de belleza de Medellín, alcohólica empedernida (y de plausible relación edípica con sus dos hijos), cuyo mayor drama es el de tener que soportar (sin chistar) que Libardo tenga moza y una hija que por fuerza ha de ser hermanastra de sus dos hijos. Ni siquiera la desaparición y probable asesinato de Libardo morigera su resentimiento: “-Ojalá te maten […] no voy a mover un dedo para que te suelten”.
La novela viene siendo una especie de catálogo de las costumbres y gustos que cunden al interior del hogar de un narco; el abc del mundo íntimo y familiar del mafioso. Por eso el lenguaje con el que está escrita la novela, es, más que plano, precario y escatológico hasta el cansancio. Y no podría ser de otra forma, porque entonces la novela sonaría falsa. Todo lo descrito y narrado está en consonancia con la idiosincrasia de los personajes: la música, los bacanales, las fiestas, las vestimentas, la decoración y diseño de interiores, los paseos, las prácticas discursivas, y, sobre todo, la inexpugnable idea de que el dinero lo puede todo.
Sin el potente tenor narrativo de Santa suerte y El mundo de afuera, con esta novela, Franco bien puede estar cerrando su ciclo sobre el expansivo género de la narrativa del narcotráfico en Colombia.